Sin vacunas no hay paraíso

Mientras Alberto Fernández se muestra cada vez más radicalizado y confrontativo, la realidad que impone el virus es más fuerte. El viernes cerró con un número devastador: 611 muertos en un solo día

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Acto de unidad del Frente de Todos
Acto de unidad del Frente de Todos

Termina una semana cargada de definiciones. La pretendida “foto de la unidad” oficializó un convencimiento: las decisiones presidenciales están geolocalizadas en la terminal K. En la consagratoria selfie política de este miércoles queda claro quiénes otorgan densidad al numen ideológico del que abreva el Presidente.

Del “regresan abuenados” al “venimos por todo” sin solución de continuidad.

La mutación experimentada por Alberto Fernández en cuestión de horas deja sin aire al “comandante pandemia” y arrastra sin reparo ni piedad alguna al autopercibido profesor de Derecho.

El Jefe de Estado vuelve a mostrarse en su peor versión.

Radicalizado y confrontativo el Presidente reaparece para presentarse sobreadaptado al implacable rigor cristinista. No solo critica el fallo de la Corte Suprema y anuncia que hará de aquí en más lo que estime conveniente, sino que adhiere de modo militante a la idea K de que los jueces pretenden gobernar con sus pronunciamientos. O sea, que encarnan una especie de golpe de Estado.

“Si quieren gobernar que se presenten a elecciones”. Raro. Un absoluto ninguneo del sistema republicano de división de poderes. La idea de un golpismo del nuevo milenio también permea ya el ideario del Jefe del Ejecutivo.

La postal urgente del acto de Ensenada, aporta un efecto colateral indeseado, una suerte de error no forzado en el que nadie parece haber reparado. En plena pandemia, cuando se pide no reunirse ni con la familia, se disponen penosas restricciones y se condena la circulación, la plana mayor del gobierno aparece en cálido amuchamiento, en dulce y temerario montón.

Alberto Fernández en Ensenada
Alberto Fernández en Ensenada

Encimados los unos con los otros, indiferentes a cualquier idea de distanciamiento social, los que gobiernan se exhiben con la indemnidad que otorga sentirse parte de una etnia superior. Considerando el número de los participantes, casi de fiesta clandestina.

La aparición en las escena de CFK sin emitir sonido alguno indica dónde está el poder, quién manda en los pavorosos tiempos que corren, pero también redistribuye el peso de las responsabilidades emergentes.

Alberto Fernández se planta como un vocero recargado del espacio político más extremo y dominante del Frente de Todos. Queda claro que al mostrarse telecomandado por los apremios de su núcleo duro Fernández ya no carga en soledad con la pesada mochila de la pandemia. El temido “costo político” pasa a ser compartido de aquí en más con quienes le taladran a diario ideas y emociones.

En las veredas del peronismo, las callecitas estrechas por las que caminan los que se reivindican como legítimos herederos políticos de Juan Domingo Perón, el vernáculo, corren otras inquietudes. Hay mucha gente enojada.

“Alberto la lleva con mucha entereza”, sostiene en tono compasivo un referente claro con acceso frecuente al Jefe de Estado.

“El Albertismo somos los amigos de Alberto”. No mucho más. El interlocutor parece querer agregar algo más pero se contiene. Es prudente. Cuida a su amigo, todavía espera una reacción del Presidente para el lado de la justicia. Conserva esperanzas de que se desmarque y asuma un vuelo propio.

Tras el cimbronazo que dejó pataleando a Martín Guzmán, el Ministro que amenazó irse si no deja su puesto el Secretario de Energía, muchos se juramentaron no hablar y cumplieron. Federico Basualdo se va a ir cuando baje las espuma aseguró el Presidente.

“De aquí no se va nadie hasta que no lo decidamos”, rezan desde la orga que hoy los contiene a todos.

La saga de consideraciones trajo a cuento la emblemática advertencia que en un tiempo no tan remoto tuvo que deglutir Julio de Vido. “De aquí solo te vas preso o muerto”. A buen entendedor pocas palabras.

Axel Kicillof hizo alarde de su poder de fuego elogiando al funcionario supuestamente despachado. Quedó más que claro desde qué lugar está intervenida la gestión del Ministerio de Economía.

A una semana de desatada la refriega no se fue nadie. Así están las cosas.

Basualdo apareció en una foto… Indulgencia plenaria. El beato de la resistencia tarifaria a un paso de la canonización.

Obstinados en emparejar hacia abajo, en meter a todos en la misma bolsa, desatan la refriega por la presencialidad escolar, una batalla que termina en una feroz arremetida contra la Corte.

La movida expone una columna ideológica: se gobierna con los votos. Gobierna el que obtuvo un voto más, el resto se la banca, acata.

“Si quieren gobernar que se presenten a elecciones”, se dijo en relación a los jueces. O lo que es aún peor: “Nos presentamos a concurso y gobernamos con fallos”. Pura chicana. Quedó más que claro esta semana cuál es la concepción del poder que domina hoy a la administración de Alberto Fernández.

En las colectoras peronistas por las que circulan los renegados el punto de preocupación es otro: “Alberto se va a llevar puesto todo”. Implacables aseguran: “Alberto no es víctima, es cómplice”. Él conocía muy bien el funcionamiento de Cristina. No se lo perdonan.

“Alberto Fernández no tiene dignidad”. “Axel es un empleado. No tiene significación política”. “Guzmán no existe... no es el ministro de Economía”.

Axel Kicillof
Axel Kicillof

Hoy el kirchnerismo es La Cámpora y Cristina vela por sostener un proyecto de poder familiar, una suerte de continuidad dinástica. CFK trabaja para que nadie emerja. “Ella quiere un gabinete chato”. “Viven ajenos a la realidad”, aseguran. Pero están convencidos de que el espacio se va achicando a diario y que confluye en una suma cero.

A Massa no lo tienen en el mejor de los conceptos. Creen que jugó toda su imagen a ellos y que quedó atrapado en una situación de la que no podrá salir.

Para quienes ven las cosas desde este lugar, Axel Kicillof es solo un empleado. Un chico enojado que milita confrontación destemplado por el pavor de que el conurbano se le vaya de las manos. El virus le tiene acorralado. A la desesperada solo atina a emparejar desventuras con Larreta.

“Larreta es ahora el enemigo a vencer, no da”, sostienen con un dejo de sorna.

En estos argumentos coinciden los más enojados mientras se juntan para generar una alternativa. Trabajan para tener una pantalla partida en tres. Quieren construir un espacio diferente. Hay mucha conversación. Hay un peronismo no K movilizado.

“Yo no participo de esta fiesta”, sostiene un caracterizado peronista que supo ser parte y ya no está. Alguien a quien seguramente se considera un traidor a la causa.

“No me voy a tejer al crochet”, le advirtió a uno de los suyos Cristina un rato antes de las elecciones del 2015 cuando buscaba quien sostuviera la alternancia. Por eso hoy sostiene que la dama solo gana tiempo a la espera del momento en el que su vástago y natural sucesor disponga de la madurez necesaria para recibir la corona. En el mientras tanto que pase el que sigue, aunque en su momento haya sido considerado un traidor. Alberto, primero en la fila.

Saben que la pandemia genera una suerte de empatía con AF, creen que tapa la ineficiencia del gobierno.

Más allá de las cuestiones terrestres de la política hay algo que se prefiere no ver: sin vacunas no hay paraíso.

Fiel a un estilo, CFK no habla de virus, muertes, ni tragedia. Nunca lo hizo. Siempre se alejó de esos escenarios, históricamente ha sido así. Ocurrió cuando Cromañón, también en la tragedia de Once. Si lo que pretenden es no quedar pegada a este valle de lágrimas debería ser más astuta con sus estrategias. Especialmente ahora en que sus supuestos aliados geopolíticos en la guerra contra el coronavirus comienzan a dejarla librada a su suerte.

En cuestión de semanas pasamos de venerar a Vladimir Putin y a la nomenclatura China por vendernos sus vacunas a “Juan Domingo Biden”. Sin escalas.

China ya hizo saber que dejará de proveer, Rusia llega de a cuentagotas y Astrazeneca, en su versión latinoamericana va de traspié en traspié.

Las dosis próximas a arribar son las del fondo COVAX, del que sólo aceptamos el 10% de las que nos ofrecieron. Solo Dios sabe por qué este nivel de soberbia.

Sin inoculación a la vista cualquier medida restrictiva que se toma es solo un gesto desesperado pensado para ganar tiempo frente al avance de la enfermedad y la muerte. Solo eso.

De muy poco sirve que el Gobernador de la provincia de Buenos Aires la juegue de duro anunciando que obstruirá con piquetes oficiales la Panamericana en el fin de semana cuando no puede contener el descontrol en los muy populosos partidos del Gran Buenos Aires. Un tiro en los pies.

Mientras el mundo debate liberar licencias y Pfizer pide a la FDA la aprobación plena de su vacuna, un paso que le permitiría la libre comercialización del antídoto a escala global, nosotros lidiamos con la escasez de las que aún no fueron aprobadas por la ANMAT.

Recién este viernes las Organización Mundial de la Salud aprobó en emergencia a la aplicación de la vacuna china Sinopharm, lo que permitirá incluirla dentro del proyecto COVAX.

Con Pfizer, nuestro país tuvo su oportunidad. ¿Remilgos ideológicos, business, error de cálculo, ineficiencia? A esta altura es irrelevante. Se perdió una oportunidad y se paga con vidas. Hubo una propuesta clara del laboratorio: esquema completo a U$D 8.90 y se dejó pasar. Se tomaron un tiempo para responder, 45 días. Tarde para lágrimas.

Argentina tiene hoy una nueva oportunidad para negociar, sostienen los más informados. Solo Dios sabe si volverán a dejarla pasar.

También desde la oposición política se convalida esta idea de que las decisiones no se toman en el Ejecutivo. Hay una voz que desde el más allá comanda la operaciones.

La realidad que impone el virus es más fuerte. El viernes cierra con un número devastador: 611 muertos en un solo día, 3.000 en solo una semana. Los contagios ascendieron a 22.552. Con 11.324.974 dosis distribuidas, 7.550.386 personas recibieron la primera inoculación y solo 1.265.305 argentinos completaron el esquema de dos dosis.

El avance de la pandemia es implacable. Está poniendo a prueba todos los liderazgos. Demanda serenidad, templanza e indulgencia de todos aquellos que toman decisiones de política sanitaria. Todo aquello de lo cual al día de hoy hacemos gala de carecer.

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