La nación de la marmota: ¿cuántas veces debemos pasar por los mismos problemas?

La democracia no está dando de comer, ni educando ni curando al pueblo. La inoperancia y la falta de rumbo en la recurrente realidad nacional y popular

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El Día de la Marmota es una tradición de los granjeros de Estados Unidos y Canadá para predecir el fin del invierno. También es el título de una película (1993) interpretada por Bill Murray como un meteorólogo frustrado y egocéntrico, que asiste todos los años al festival de la “marmota”. A consecuencia de una tormenta de nieve, debe pasar la noche en el pueblo. El protagonista volverá a despertarse a las 6 de la mañana en el mismo día, una y otra vez y sin saber por qué. Deberá pasar por múltiples estados y aventuras antes de salir de la trampa de tiempo en el que quedó atascado.

Recurrir al “Día de la Marmota”, si bien no es original, resulta en estos momentos necesario, justamente, para recordarnos que vivimos en un país modelo puerta giratoria, con mucho movimiento, pero que no avanza. Incluso, retrocede en el tiempo.

Los últimos anuncios del Presidente de la Nación reviven circularmente los dramas recurrentes que se nos presentan una y otra vez a todos los argentinos y argentinas. Con una economía que no da más, el cierre de las escuelas y las limitaciones horarias, volvemos a caer, una y otra vez, en los mismos errores que ya muy caro nos costaron, y que, por otra parte, han evidenciado su falta de eficacia, frente a un virus que nos doblega permanentemente. Vacunar a la población es la única salida, y de ser posible, sin privilegios.

Nos levantamos día tras día para lidiar con los mismos problemas una y otra vez. Se posterga la educación a la vez que la inflación no para de subir, en los niveles actuales nos hace retroceder a 1991 junto con la pérdida feroz del poder adquisitivo de la moneda. La inseguridad y el flagelo del narcotráfico en niveles jamás pensados. La falta de institucionalidad como nunca la hemos visto en tiempos de la democracia. La corrupción, el clientelismo político, los reforzados intentos de colonizar el Poder Judicial, las promesas electorales incumplidas, el negocio de la grieta, que nos prometieron terminar, pero sigue más vigente que nunca. Los aprietes sindicales a empresarios que han recobrado una cruda actualidad. Todos, son una parte del largo inventario de problemas recurrentes que los argentinos debemos enfrentar día tras día.

La Argentina de la marmota sigue produciendo más y más pobreza cada año. Por caso, desde hace tiempo venimos generando en promedio dos mil pobres diarios. Los datos del INDEC sobre la pobreza en nuestro país son una clara demostración del fracaso estrepitoso que es nuestra nación, donde terminamos todos viviendo en un país nocivo y dividido por una grieta que ya pasó a ser un negocio del cual se alimentan para ganar elecciones y sostenerse en el poder, más que un problema que deba resolver la política. Correctamente afirma Héctor Guyot -coautor junto a Santiago Kovadloff de ¡República Urgente!-: “Una de las deudas más grandes de la democracia en nuestro país, si no la mayor, es su fracaso ante la pobreza”. “La equidad es una promesa incumplida de la democracia, que está pagando costos muy altos por esa deuda”.

La pobreza llegó al 42%, según el Indec
La pobreza llegó al 42%, según el Indec

En el país de las marmotas, los primeros en acceder a la vacuna contra el Covid-19 fueron los que estaban más cerca de la coalición gobernante, incluso quienes ni siquiera entraban dentro de los criterios de prioridad que el propio Poder Ejecutivo había establecido. Lo que ha sucedido con la vacuna, el vacunatorio VIP y las fotos de los militantes jóvenes vacunados, es una clara demostración de la anomia moral que padecemos, somos una sociedad enferma, que no respeta las reglas ni las hace respetar, con una casta dirigente preocupada por su perpetuación en el poder, más que en arreglar los problemas para los cuales fueron elegidos.

Mientras todo esto pasa, también las marmotas vemos cómo una funcionaria -que no ha renunciado aún ni se le pidió su renuncia- intentó convencer a su trabajadora doméstica para que, a cambio de un cargo pago por las arcas del Estado, renuncie a su empleo. O cómo un diputado hace una fiesta de casamiento en la costa para 150 invitados, violando toda norma sobre prevención de la propagación de la pandemia mientras se dice que la segunda ola es un tsunami. ¿No se aplica el artículo 205 del Código Penal en este caso? Pero sí se lo aplicó al célebre “surfista” que en 2020 tuvo sus cinco minutos de triste celebridad.

Estas distorsiones nos hacen peores como sociedad. Indignan. Como dijo nuestro máximo mandatario esta semana en una de sus ya habituales alocuciones, las reglas deben ser para todos por igual, gobernantes y gobernados. En el país de las marmotas, solo los gobernados pareciéramos estar impelidos a cumplirlas.

También nos tocó asistir a una maratón de discursos donde la diatriba reiterada y vacía de convenido de la dirigencia busca marcarnos la cancha. Se gobierna mediante el uso político de los miedos existenciales: no es una ola, es un tsunami. Se utiliza la pandemia como pretexto para postergar elecciones trascendentales para el futuro de la nación, pero al mismo tiempo se programan las elecciones internas del partido justicialista con el objetivo de nombrar al presidente partidario y controlar al peronismo desde sus propias entrañas. Incluso en plena pandemia dura de 2020 se permitió a los ciudadanos de países hermanos concurrir a las urnas. A la vez que se regula el voto de los argentinos que viven en el extranjero para “incomodarlos”. Ahora no podrán votar por correo y deberán hacerlo en forma presencial, donde claramente se intenta mediante esa medida que vote una menor cantidad de personas, ya que no son los votantes de la coalición gobernante los que viven mayoritariamente en el extranjero. ¿Realmente piensan que somos marmotas?

Se busca contagiar el miedo. En la política del vale todo, el uso del miedo es una herramienta muy importante para acomodar las fichas en juego. Que la pandemia es un enemigo cruel y difícil de vencer no está en dudas. Que hay que tomar todas las medidas necesarias para controlarlo tampoco. Pero de ahí a sacar ventajas políticas en el manejo de los miedos existenciales de todas y todos los argentinos hay una enorme diferencia. Esto último es tan reprochable como inmoral. La propagación del virus nos ha complicado, y mucho, la vida a todos. Por eso la prudencia y la mesura debieran ser el norte a seguir en los actos de gobierno, para que todos tengamos una vida más sencilla y menos “tóxica”.

La política en tiempos de pandemia genera un mayor estrés en todos, gobernantes y gobernados. Se debe administrar el poder en un contexto completamente diferente, donde a la vez que se exigen mayores esfuerzos a los ciudadanos, se le imponen restricciones a la libertad ambulatoria, a la posibilidad de trabajar, quienes regentan el destino de nuestra nación deben hacer su parte, trabajar para sanar la nación, no para perpetuarse en el poder. En el país de las marmotas estas situaciones terminan siendo tan habituales que ya no escandalizan. Y eso es un error que cometemos los ciudadanos de a pie. Debemos escandalizarnos y alzar la voz. No podemos seguir indiferentes a la anomia de nuestra clase dirigente, permitiendo con una actitud silente actos amorales y faltos de ética, pasen a ser algo habitual. Porque votamos como votamos, estamos como estamos.

En el país de las marmotas, los códigos brillan por su ausencia. Todo vale. Nada se castiga. La agenda personal de quien detenta el poder político termina siendo la agenda nacional, y eso, nos aleja de una democracia republicana para someternos a una autocracia. En toda peregrinación a Luján siempre hay un primer paso. Esos primeros pasos son los que estamos viendo en vivo y en directo en la actualidad. Pasamos del creo en la justicia, al Lawfare en muy poco tiempo. Antes un imputado solía decir reiteradamente: “Soy inocente, creo en la Justicia”. Hoy, relato mediante, dicen: “Soy un perseguido por la Justicia, una víctima del Lawfare”. Los tiempos cambian. Las mañas siguen intactas.

El desbarranco institucional en el país de las marmotas es tan evidente como grave. El daño que se le está infringiendo a nuestra nación pareciera ya irreparable en el corto y mediano plazo. Los códigos de convivencia ciudadana, de discusión política civilizada, donde el que está en la vereda de enfrente no sea considerado un enemigo, sino simplemente alguien con quien debatir ideas y llegar a conclusiones mejores, superadoras, es una clara utopía nacional y popular.

Estamos entrando en la era de la justicia por mano propia, donde se intenta cooptar el Poder Judicial para utilizarlo como grillete de opresión. La división de los poderes es una vara que no debemos saltar jamás porque eso, sencillamente, nos terminará de hundir y nos convertirá en una “nación marmota”. Necesitamos una Justicia independiente, que lave sus trapos puertas adentro y se vuelva a ganar el respeto de la sociedad. No una comisión de reforma para customizarla a gusto de quien ejerce el poder de turno

También, en el país de las marmotas, la educación es un arma que utiliza la política como una forma de cooptación o modelación de sus seguidores. Por caso, que la propia Universidad pública se convierta en una tribuna de propagación del relato (cualquiera sea) es un exceso amoral que causa tanta indignación como estupor, a la vez que infringe claramente el artículo 27, inciso b de la Ley Universitaria Nro. 22.207. El adoctrinamiento dentro del sistema educativo nacional solo nos deparará un país peor que el que ahora tenemos. Más alejado del mundo civilizado y asociado al grupo de los perdedores de siempre.

“Un pueblo que elige corruptos, impostores, ladrones y traidores, no es víctima, es cómplice” (George Orwell).

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