A sesenta años del fiasco de Bahía de Cochinos

El fallido desembarco en Playa Girón no logró derrocar a Fidel Castro y abrió las puertas para que la Unión Soviética trasladara fuerzas militares a Cuba

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Fidel Castro, tras el desembarco en Playa Girón
Fidel Castro, tras el desembarco en Playa Girón

En abril de 1961, hace exactamente seis décadas, mil cuatrocientos exiliados cubanos desembarcaron en Playa Girón, en el sur de la isla, con el propósito de crear una cabecera de playa desde el que buscarían recuperar el poder ocupado desde 1959 por Fidel Castro para luego conseguir el reconocimiento de la Organización de Estados Americanos (OEA) y la comunidad internacional. La Operación que intentó derrocar al dictador comunista pasaría a la historia como “El fiasco de Bahía de Cochinos”, dado que fue desactivada casi inmediatamente por las Fuerzas Armadas Revolucionarias.

John F. Kennedy había asumido la presidencia tan sólo tres meses antes. Durante la transición, el joven mandatario electo había participado en “briefings” en los que se le informaron los planes que la CIA para entrenar exiliados cubanos en Guatemala para una invasión. Los designios contemplaban que buena parte de la población de la isla se alzaría en respaldo de la invasión para derrocar a Castro.

La Operación había sido diseñada originalmente por el economista Richard M. Bissell, sub-jefe de operaciones de la CIA, al frente de la cual se encontraba el legendario Allen Dulles desde comienzos de la Administración Eisenhower. El propósito de mantener la operación encubierta se frustró rápidamente. Los planes se convirtieron en un rumor a voces entre los exiliados cubanos en Miami y naturalmente llegaron a oídos de Castro.

JFK autorizó los planes de invasión en febrero pero procuró ocultar el apoyo norteamericano. Los hechos posteriores demostraron que la actitud de Kennedy en todo momento fue vacilante y demostró poco convencimiento. La actuación “a medias” de Kennedy habría sido letal para el éxito de la operación. Durante años, los detractores de JFK insistirían en que de haber estado Eisenhower en la Casa Blanca, la operación en Bahía de Cochinos no se hubiera lanzado o, de haberse iniciado, hubiera recibido un respaldo militar masivo norteamericano.

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Analistas insistieron en que era inexplicable que se hubiera cometido un error tan elemental en la elección del lugar del desembarco. El área era sumamente pantanosa. El día 15, ocho bombarderos despegaron desde Nicaragua -entonces gobernada por la dictadura pro-norteamericana de la familia Somoza- para atacar aeródromos cubanos. Pero la CIA empleó para ese fin obsoletos B-26 de la Segunda Guerra Mundial, camuflados con las insignias de la fuerza aérea cubana para disimular. Aquel día, el destino intervino para el mal. Los pilotos tuvieron una actuación lamentable: equivocaron sus objetivos y dejaron a las fuerzas castristas prácticamente intactas. Pero el mayor error tendría lugar inmediatamente después. Las noticias se conocieron y las imágenes de los aviones norteamericanos repintados con los colores cubanos vieron la luz con lo que trascendió el apoyo de EEUU a la operación. Fue entonces cuando Kennedy adoptó una decisión que se probaría fatal al cancelar un segundo ataque aéreo.

El día 17, los exiliados, nucleados en la llamada Brigada 2506 desembarcaron en Bahía de Cochinos. Una dura bienvenida los esperaba. Castro ordenó un vigoroso contraataque y desplegó casi veinte mil hombres para detener el avance de los atacantes. Lo que siguió fue una catástrofe. Algunos exiliados escaparon hacia el mar, pero muchísimos otros fueron apresados, siendo su retorno a los Estados Unidos posteriormente negociado contra la entrega de alimentos y dinero. Unos 1200 miembros de la Brigada 2506 se rindieron y más de cien fueron ejecutados. En La Habana, la policía arrestó en teatros y auditorios a miles de personas sospechosas de tener conexiones con los rebeldes. Y desde Moscú, el Politburó soviético (por entonces denominado “Presidium”) emitió un comunicado condenando el accionar norteamericano al tiempo que Nikita Kruschov personalmente se comprometió a dotar a Castro de toda la asistencia que necesitara.

Kennedy demoró cuatro días en reconocer lo que el resto del mundo ya sabía: que se había tratado de una operación norteamericana. Lo hizo en un discurso memorable, el día 21, en el que asumió la “plena responsabilidad” política del desastre. Pero el fracaso había causado un daño de magnitud en la imagen de Washington y embarcó al líder soviético Nikita Kruschev en una serie de desafíos que incluirán la construcción del Muro de Berlín, el testeo de nuevas armas nucleares y finalmente, la instalación de misiles en Cuba el año siguiente.

En su obra “Recordando a Kennedy” (1996), Roberto Alemann -quien poco después sería ministro de Economía y embajador en Estados Unidos de los presidentes Arturo Frondizi y José María Guido- sostiene que “la política latinoamericana de Kennedy y su política exterior global sufrieron el revés más significativo de toda su presidencia”. Alemann explicó que “el presidente estaba al tanto de la operación, pero le negó apoyo aéreo, sin el cual no podía prosperar”.

El 28, Time tituló: “El fiasco de Cuba ha dañado muy seriamente el prestigio internacional de los Estados Unidos”. Internamente, la CIA fue vista como responsable del fracaso. Durante ocho años, había estado presidida por Dulles, quien la moldeó y definió su funcionamiento. La CIA era “su Agencia”. Dulles y Bissell se convirtieron en los chivos expiatorios de la operación. Kennedy aceptó sus renuncias poco después. Kennedy mismo lo explicó gráficamente cuando declaró que así como el triunfo tenía mil padres, la derrota era huérfana.

Algunas interpretaciones buscaron más tarde disculpar a Kennedy. En su obra “A Thousand Days” (1965), Arthur M. Schlessinger Jr. interpreta que el “hiato” en Washington en el período de transición pavimentó el camino para que los jerarcas de la CIA tuvieran “manos libres” en el asunto. Esta interpretación asevera que las “incertidumbres del interregno” pudieron precipitar los hechos. La conducción de la CIA, por su parte, insistía en que demorar la invasión podía “desmoralizar” a los exiliados que clamaban movilizarse. A su vez, aducían razones meteorológicas dado que se acercaba el comienzo de la estación de lluvias que convertiría el terreno en un “lodo volcánico”. Schlessinger explicó que hacia mediados de marzo el Presidente enfrentaba una decisión de actuar “ahora o nunca” (now-or-never choice).

Algunos hechos permiten arribar a otras conclusiones. Durante la campaña electoral, el 20 de octubre de 1960, el New York Times tituló que Kennedy reclamaba ayuda para los rebeldes cubanos para derrocar a Castro y urgía a la Administración Eisenhower a asistir a los exiliados luchadores de la libertad. Su contrincante, el vicepresidente Richard M. Nixon, no podía creer que el candidato demócrata hiciera pública la operación, poniendo en riesgo su éxito. En un debate televisivo la noche siguiente, Nixon anticipó lo que finalmente sucedería. Predijo que un apoyo de los Estados Unidos a los exiliados cubanos en una aventura militar, despertaría “una condena en las Naciones Unidas” y fallarían en sus objetivos. “Será una invitación al Señor Kruschov para ingresar a América Latina”. En su obra “Ike´s Spies. Eisenhower and the Espionage Establishment” (1981), Stephen E. Ambrose recordó que “la ironía, desde luego, tuvo lugar dado que Nixon predijo precisamente lo que terminó ocurriendo”.

El fiasco de Bahía de Cochinos comprometió para siempre a la Administración Kennedy, alimentando años después las más diversas interpretaciones del trágico desenlace que terminó con la vida misma del Presidente. Pero más allá de las especulaciones, lo cierto es que abrió las puertas para que la Unión Soviética trasladara fuerzas militares a Cuba, en un desarrollo que pondría al mundo al borde de un enfrentamiento nuclear tan sólo un año y medio después.

La fallida operación tendría otra consecuencia inesperada. Alimentó la desconfianza de los aliados de Washington en la región, en un momento muy especial. El 13 de marzo, Kennedy había lanzado su ambiciosa “Alianza para el Progreso”, un programa de ayuda económica y política para el hemisferio. Schlessinger recuerda que el ex presidente costarricense José Figueres le expresó que tanto él como su par venezolano Rómulo Betancourt estaban “abatidos”: “¿Cómo podemos tener una alianza si ni siquiera nuestros amigos pueden creernos si no somos capaces de ser confiados con un secreto?”.

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