Paraguay también tuvo sus años de plomo

En los ’70 y en plena dictadura del general Alfredo Stroessner, en el país vecino operó un grupo guerrillero denominado Organización Política Militar, que actuaba según los lineamientos de dos grupos subversivos argentinos, el Ejército Revolucionario del Pueblo y Montoneros

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El temible jefe de Investigaciones de la policía paraguaya, Pastor Milcíades Coronel, observa el cadáver de un supuesto subversivo abatido
El temible jefe de Investigaciones de la policía paraguaya, Pastor Milcíades Coronel, observa el cadáver de un supuesto subversivo abatido

En los años 70 y en plena dictadura del general Alfredo Stroessner, operó en el Paraguay un grupo guerrillero denominado Organización Política Militar (OPM). La novedad era que actuaba según los lineamientos de dos grupos subversivos argentinos: Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y Montoneros.

El fundador y jefe de esa organización paraguaya era Juan Carlos Da Costa, más conocido por sus nombres de guerra: “Yacaré”, “Compa” y “Compadre Guazú”. Da Costa no dejó dudas ni de su ideología ni de hacia dónde apuntaba cuando el 9 de octubre de 1975 (aniversario de la muerte del Che Guevara) escribió: “El esfuerzo revolucionario paraguayo, igual al de todos los revolucionarios del Tercer Mundo, debe encaminarse a cumplir con la consigna del compañero Guevara: crear dos, tres, muchos Vietnam. Esa es la forma correcta que conduce al triunfo y lo cumpliremos, querido Comandante”.

El 5 de octubre de 1976, a siete meses del golpe militar en la Argentina, un piquete policial sorprendió a Da Costa y lo mató luego de varias horas de asedio a su cuartel secreto ubicado en el barrio asunceno Luis Alberto de Herrera.

El cerco sobre el mismo en realidad ya había comenzado seis meses antes, el 4 de abril de 1976, a sangre y fuego cayeron en manos de la policía paraguaya más de 230 militantes.

Uno de los detenidos se llamaba Miguel Ángel López Perito, uno que décadas después sería nombrado secretario general de la Presidencia por el presidente Fernando Lugo.

La mayoría de esos subversivos había sido captado por Miguel Sanmarti, sacerdote jesuita, miembro de la Pastoral Social. Este cura aseguraba que “Cristo y Marx son las vías paralelas de un tren que lleva a un mismo destino: la salvación humana”.

La conexión argentina

La declaración de algunos de los presos sacó a flote un detalle revelador: la íntima conexión que había habido entre ellos y el ERP-Montoneros de Argentina.

Uno de los detenidos, Diego Abente Brun, reveló cuestiones como esta: “En marzo de 1974 recibimos de los curepíes (casi con seguridad Montoneros) dinero equivalente a 300.000 guaraníes. Con esto le compramos a un contrabandista un coche V.W escarabajo, color naranja. En junio de 1974, Da Costa fue a la Argentina, pero en el auto del sacerdote jesuita Gelpi. El propio Gelpi lo llevó a Foz de Iguazú, desde donde cruzó a la Argentina”.

En investigaciones de la Policía paraguaya, en junio de 1976, Abente Brun ofreció otros datos sobre la conexión que habían tenido con la subversión argentina: “En diciembre de 1974 –precisó- vino un curepí Montonero conocido como ‘Cabezón’. Antes, en septiembre, vinieron otros tres Montoneros, uno de ellos una mujer. Dijeron que venían a ver la situación del embajador argentino en Paraguay, coronel Osinde, por si acaso hiciera falta matarlo. Hicimos nosotros el relevamiento en la zona de la embajada y les entregamos el resultado. Nuestro trabajo era por la plata que recibimos de ellos en marzo de 1974. El ‘Cabezón’ se quedó en Asunción hasta unos días antes de Navidad y nos dio instrucciones militares, especialmente manejo de armas. A fines de 1975 me enteré por Da Costa que “Cabezón” había muerto en Formosa junto con Jorge Livieres, cuando atacaron un regimiento”.

Sobre otro de los guerrilleros detenidos (Carlos Guillermo Brañas Gadea) se informó: “Cuando estudiaba Medicina en Corrientes se unió al ala radicalizada de la Juventud Peronista por intermedio de Jorge Liviere, Montonero. Desarrolló en sus filas una intensa actividad política, participando en manifestaciones y marchas de protesta, protagonizando actos vandálicos en la vía pública, con roturas de escaparates de cristal de los comercios, lámparas de alumbrado público, etc. Luego se dedicó a la distribución de volantes y a hacer explotar bombas molotov en las facultades, en las terminales de ómnibus y en la vía pública para reivindicar la acción guerrillera de los Montoneros, de cuyas filas pasó a ser un encumbrado militante, convirtiendo su domicilio en refugio de guerrilleros prófugos. Fue detenido en reiteradas oportunidades en Corrientes y fue fichado por la Policía Argentina como subversivo”.

Este paraguayo, que era a la vez soldado de los Montoneros argentinos, sería tiempo después pieza clave en la desarticulación de la organización de la OPM del Paraguay.

“En una formidable actitud colaboracionista con la policía, desde el momento de ser apresado en Encarnación fue fundamental su aporte para facilitar el desmantelamiento de la organización”, consignó el referido informe.

Jesuitas no tan santos

El “comandante” Da Costa detestaba a los sacerdotes. Aseguraba que “los curas no sirven para nada, son todos unos traumados, y nunca van a pasar de simples colaboradores”. No obstante, fueron muchos los curas que integraron la referida célula subversiva, algunos de los cuales cayeron presos. Entre ellos, José Gelpi (“Félix), José Caballo (”Cabayú”), Miguel Muñarris (“Mario”) y José Ortega. Todos sacerdotes jesuitas.

Otro cura, Diego Trinidad Ortiz Rodríguez, se “arrepintió” y reveló ante Pastor Milcíades Coronel, jefe del Departamento de Investigaciones, cómo estaba armada la organización. Asistido por Antonio González Dorado, Provincial de la Compañía de Jesús, relató: “Cada jefe de grupo tenía a su cargo tres aspirantes a combatientes y cada aspirante a combatiente a su vez tenía a su cargo a tres pre-militantes. Cada columna estaba integrada por cuatro jefes de columna llamados Combatientes, doce aspirantes a Combatientes, treinta y seis pre-militantes, ciento ocho periféricos y 324 en captación o pre-periféricos, totalizando cada columna 484 hombres”.

Otros curas convirtieron al colegio católico Cristo Rey de Asunción en un centro de captación de militantes para la OPM. Uno de ellos se llamaba Francisco Romero Álvarez y portaba éste extraño nombre de guerra: “Remberto”.

En abril de 1976, el citado Miguel Ángel Perito, quien años después se aliaría con el obispo Fernando Lugo, reveló que sacerdotes de un seminario ubicado entre las calles Kubistchek y Cerro Corá “pertenecían” a la organización.

No tardaron los policías en llegar a dicho sitio, donde la primera en caer cuando intentaba huir fue Constancia Mendieta, secretaria privada del cura Ignacio Parra Gaona, cuya detención también se produjo en el mismo seminario.

Ya en la policía este sacerdote, cuyo nombre de guerra era “Mauro”, declaró: “Mi misión era refugiar en el Seminario Metropolitano a los militantes en caso de ser intervenidos y adoctrinar a los seminaristas. En mi carácter de encargado de la Pastoral Juvenil también debía seleccionar jóvenes de ambos sexos y ponerlos a disposición de la Organización Política Militar (OPM)”.

Otros curas, como los padres Diego T. Ortiz y Merardo Arriola, explicaron ante la policía el papel que les había correspondido cumplir en la organización. En resumidas cuentas, en menor escala que en Argentina, en los años 70 Paraguay también tuvo sus años de plomo.

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