La diplomacia pre-westfaliana de Alberto Fernández

Una vez más, la diplomacia gubernamental ha optado por privilegiar sus preferencias ideológicas y por anteponer sus gustos personales por encima de los intereses permanentes del Estado Argentino

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Insistiendo en el antiguo vicio de subordinar la política exterior a las necesidades de la política interna, el Presidente canceló el encuentro presencial de Jefes de Estado del Mercosur con motivo del 30 aniversario de la firma del Tratado de Asunción que dio nacimiento al bloque regional.

El gobierno no pierde oportunidad de perder una oportunidad. La decisión malogra la chance de afianzar las relaciones de confianza entre los líderes en momentos en que son más necesarias que nunca las acciones tendientes a incrementar los esquemas de cooperación regional en materia ambiental, sanitaria, de tránsito de personas y bienes y de cara al creciente conflicto de potencias como China y los Estados Unidos, desafío frente al cual para un país de escala media como la Argentina resulta imprescindible coordinar una aproximación común.

La decisión del gobierno argentino -que ocupa en estos momentos la presidencia pro-témpore del Mercosur- de suspender el encuentro presencial previsto para el día 26 ratifica una propensión que se caracteriza por un discurso latinoamericanista que en los hechos no tiene ningún correlato con la realidad al tiempo que reitera una permanente postergación de los intereses nacionales en virtud de predilecciones ideológicas.

Atrapado en una retórica formateada por su pertenencia al llamado “Grupo de Puebla”, el Poder Ejecutivo ha deteriorado prácticamente todas las relaciones bilaterales con los países de Sudamérica descendiendo notablemente el nivel y la intensidad de esos lazos con respecto a las que existían durante la Administración del Presidente Macri (2015-2019). Una manifestación de ello tuvo lugar en oportunidad de las votaciones de autoridades de la Organización de Estados Americanos y del Banco InterAmericano de Desarrollo, cuando el gobierno argentino se colocó a sí mismo en la vereda contraria a la de la mayoría de las capitales de la región. Del mismo modo, la postura argentina frente a la violación de los Derechos Humanos por parte de la dictadura de Venezuela alejó a nuestro país de los gobiernos democráticos de las Américas.

Por enésima vez, el Presidente argentino optó por desairar a sus pares de la región. Ya el 1 de marzo del año pasado había elegido ausentarse de la asunción del Presidente del Uruguay Luis Lacalle Pou para evitar cruzarse con el Presidente del Brasil Jair Bolsonaro. Entonces, había logrado el curioso mérito de quedar mal con dos Jefes de Estado de países hermanos en una misma tarde.

El desplante a sus colegas del Mercosur, desinvitándolos de la cancelada cumbre de Buenos Aires, corona un mes para el olvido en materia diplomática. En las últimas semanas el gobierno protagonizó incidentes con Ecuador y México. El agravio a las autoridades ecuatorianas tuvo lugar a partir de la poca feliz declaración del mandatario argentino al vincular la figura del Presidente Lenín Moreno con la de un traidor consumado. Acaso peores resultaron las explicaciones oficiales. Voceros de la Presidencia hicieron trascender que el incidente no tenía mayor importancia “porque Lenín Moreno se va en pocas semanas”. Días antes, había asombrado a los mexicanos cuando en una visita al Presidente Andrés Manuel López Obrador no dudó en inmiscuirse en asuntos internos de la política azteca sosteniendo que todos sus ex presidentes habían sido corruptos.

Una vez más, la diplomacia gubernamental ha optado por privilegiar sus preferencias ideológicas y por anteponer sus gustos personales por encima de los intereses permanentes del Estado Argentino. Al hacerlo, parecen desconocer las mínimas reglas que constituyen el marco político en que deben desarrollarse las relaciones entre los Estados.

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Tras el fin de la guerra de los Treinta Años (1618-1648), una serie de acuerdos diplomáticos que pasarían a la historia bajo el nombre de “Paz de Westfalia” establecieron las reglas básicas que consolidaron el sistema de estados soberanos que rigen hasta nuestros días. Ese entendimiento fundamental estableció que las relaciones entre estados soberanos deben conducirse conforme a principios estatales con abstención de las cuestiones religiosas. Esa convicción, estructurada en torno al criterio de la “raison d´etat”, llevaría nada menos que a los cardenales Richelieu y Mazarino a no dudar en anteponer los intereses nacionales de Francia a sus propias creencias religiosas.

Pero mientras que Richelieu como primer ministro de Luis XIII entendió que debía aliarse con los hugonotes (protestantes) para salvar a Francia de la amenaza representada por el intento de restaurar la ortodoxia católica que impulsaba su rival, el emperador de los Habsburgo, otros parecen no poder despegarse de sus compromisos ideológicos.

Los acuerdos de Westfalia establecieron las bases del sistema internacional que, en lo esencial, rige hasta la actualidad y se estructura en base a un orden global basado en estados soberanos. Una regla fundamental de ese sistema reside en la no injerencia en los asuntos internos de los otros países, extremo en el que el Presidente ha incurrido en forma reiterada. Una muestra de ello tuvo lugar en la última semana de junio del año pasado cuando, insólitamente, el Jefe de Estado enunció nostálgicamente: “Querido Lula, yo no lo tengo a Néstor, no lo tengo al Pepe Mujica, no lo tengo a Tabaré, no lo tengo a Lugo, no lo tengo a Evo, no la tengo a Michelle, no lo tengo a Lagos, no lo tengo a Correa. No lo tengo a Chávez”. Una expresión de esa naturaleza solo pudo haber despertado entonces una corriente de desagrado entre sus pares de la región.

En tanto, entre nosotros, la construcción de un sistema de integración regional con nuestro vecinos constituye una de las pocas políticas de Estado continuadas desde 1983 hasta nuestros días. Fue el impulso de los dos primeros gobiernos democráticos encabezados por Raúl Alfonsín y Carlos Menem el que permitió la fundación del Mercosur, el cual a su vez aun requiere de un gran esfuerzo de cooperación y confianza para terminar de consolidarse en lo que el embajador Diego Guelar ha dado en llamar el gran proyecto de “Nación de naciones” que nos une con Brasil, Paraguay y Uruguay.

Escondido detrás de un Zoom, la actitud del gobierno argentino frente a nuestros vecinos responde a una política exterior basada en criterios ideológicos y gustos personales e implica un descenso al primitivismo político dado que la ideología ocupa en la actualidad el lugar que la religión representaba en el siglo XVIII.

Con su política, este cuarto gobierno kirchnerista parece conducirse en el plano internacional con criterios pre-westfalianos. Ese comportamiento reiterado del jefe del Poder Ejecutivo lo ha llevado a olvidar que sus obligaciones constitucionales en materia de política exterior requieren abstenerse de su condición de militante para asumir el rol de Jefe de Estado de una nación soberana. Sacrificar el interés nacional por una sumisión ideológica y una membresía a perimidos clubs tercermundistas constituye una equivocación que tiene y tendrá graves consecuencias para la política exterior argentina.

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