¿Una OTAN en Medio Oriente?

La perspectiva de que Irán logre tener armas nucleares podría llevar a la constitución de una alianza árabe-israelí para asegurar la seguridad y la estabilidad en la región

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 AP 163
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La dura actitud de la flamante Administración Biden con respecto a la situación de Derechos Humanos en Arabia Saudita en simultáneo con un apaciguamiento y un intento de traer a Irán nuevamente a la mesa de negociaciones y una cierta frialdad con Israel han renovado una corriente de inquietud en los aliados de Washington en la región más inestable y dinámica del mundo.

Un observador francés reflexionó que en su mundo ideal, el Presidente Biden busca “recalibrar” los compromisos de los Estados Unidos en Medio Oriente para poder concentrar sus esfuerzos diplomáticos en la rivalidad de carácter existencial con China. La política podría reeditar la iniciativa del “Pivot to Asia” de la Administración Obama (2009-2017) en la que Biden sirvió como vicepresidente.

Poco después del 20 de enero, la Casa Blanca dio a conocer un informe elaborado por la CIA en el que se acusa al príncipe heredero Mohammed bin Salman (MBS) de haber aprobado “personalmente” el asesinato del disidente periodista del Washington Post Jamal Khashoggi en el Consulado del Reino en Estambul en 2018. Naturalmente, el ministro de Exteriores saudí descartó el informe, calificándolo de “falso e inaceptable”.

La actitud de Biden mostró un inocultable quiebre respecto a la que mantuvo la Administración Trump, toda vez que el ex presidente optó en todo momento por minimizar -al menos en el plano público- la responsabilidad de MBS.

Numerosos analistas, sin embargo, se preguntan si a un país como Arabia Saudita puede aplicársele el trato reservado al de los estados parias. Son las mismas voces que aseguran que abandonar a un aliado como el Reino puede tener consecuencias de largo plazo en relación a la confiabilidad de los EEUU al punto que “entregar a los saudíes puede implicar un error estratégico como el que cometió Carter cuando dejó caer al Shah de Irán en 1979”.

El secretario de Estado Antony Blinken aclaró que Biden no busca romper las relaciones con los saudíes sino “recalibrarlas” para “alinearla con nuestros valores e intereses”. La política implica la necesidad de desplegar un prudente ejercicio de sutileza diplomática toda vez que un deterioro en la relación con Riad puede implicar un indeseable fortalecimiento de la posición del régimen de los Ayatolas. Algunas medidas como la remoción de los hutíes de la calificación de terroristas, contribuyeron a esa sensación, vista como una suerte de aval hacia los proxies de Irán en la región.

La actitud norteamericana -inseparable de la inquietud que despierta el hecho de que Biden podría intentar revivir la “Detente” con Teherán de la era Obama- podría tener el efecto catalizador de empujar a las monarquías del Golfo a una alianza militar con Israel como forma de enfrentar el desafío iraní.

En una columna reciente en el Arab News, el influyente titular del Congreso Judío Mundial Ronald S. Lauder reflejó que las acciones de Irán por desarrollar misiles de largo alcance, de crucero y de precisión implican una seria amenaza para los líderes de Medio Oriente. Las provocaciones de Teherán a través de sus reiteradas violaciones del acuerdo nuclear de 2015 (JCPOA por sus siglas en inglés) y la creciente amenaza de un Irán con armas nucleares ha acelerado una tendencia de largo plazo que podría llevar a la constitución de una alianza árabe-israelí al estilo de la OTAN para asegurar la seguridad y la estabilidad en la región.

Lauder sostuvo que ante la incapacidad de las potencias occidentales por detener el accionar de Teherán -que ha reconocido estar enriqueciendo uranio incumpliendo los compromisos asumidos en el JCPOA y ha limitado el acceso de inspectores de la Agencia de Energía Atómica a sus instalaciones nucleares- los líderes de Israel, Emiratos Árabes Unidos, Bahrein podrían impulsar un acuerdo de cooperación de seguridad y defensa conjunto. Lauder explicó que los integrantes de esta nueva alianza (Middle East Defense Organization) serían los países que ya tienen relaciones diplomáticas plenas con Israel al tiempo que la organización podría mantener un esquema de cooperación con Grecia, Chipre y varias naciones africanas. A su vez, una alianza militar de tal naturaleza podría ofrecer un “baluarte” frente a Irán y una contención a las ambiciones de Turquía.

En tanto, durante un encuentro con dirigentes del Likud, el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu explicó las razones que llevaron a países árabes a normalizar sus lazos con el Estado judío: ventajas económicas y cooperación en seguridad compartidos. La reunión del premier con sus seguidores tuvo lugar el día 3, en el sexto aniversario de su recordado discurso ante el Congreso de los Estados Unidos en 2015 en el que denunció el pacto con Irán que impulsaba entonces el presidente Barack Obama.

Una alianza militar entre esos actores tendría implicancias significativas en la región. El especialista Paulo Botta, director del Observatorio de Medio Oriente de la Universidad Católica Argentina (UCA) sostiene que en las últimas décadas Irán ha impulsado inversiones en desarrollo tecnológico en el campo misilístico mejorando sensiblemente su capacidad militar convencional. Botta explica que “una ventaja en ese campo le permitiría al gobierno iraní considerar el abandono de su programa nuclear –demasiado costoso en términos de políticos– sin por ello poner en peligro su poderío militar”.

Botta explica que “ante esta situación, y si no perdemos de vista que, en el fondo, el programa nuclear iraní es un medio para mejorar sus capacidades y así cerrar la brecha existente en cuanto a medios convencionales, una estrategia abarcadora debería incluir los medios convencionales y los no convencionales (nuclear)”. Botta recuerda que “el embargo de armas que ha finalizado en octubre de 2020 le podría permitir acceder a armamento particularmente ruso o chino, algo muy sensible para Estados Unidos en un contexto de competencia entre grandes potencias” y que en ese plano “cobra fuerza la idea de establecer algún tipo de estrategia disuasiva convencional de manera paralela a la solución del programa nuclear”.

En tanto, nuevos ataques de rebeldes hutíes contra objetivos en Arabia Saudita se produjeron en los últimos días. El domingo 7 un ataque tuvo lugar en el puerto petrolero de Ras Tanura y pretendió alcanzar el complejo de Dhahran, donde tiene su sede Saudi Aramco, la compañía petrolera más importante del mundo.

Un acuerdo entre Israel y el Reino de Arabia Saudita aparece en el horizonte como una perspectiva factible. Algunos observadores imaginan que el establecimiento de relaciones diplomáticas plenas entre ambos países es tan sólo una cuestión de tiempo y que ello podría tener lugar próximamente cuando termine de perfeccionarse la transición de poder en el Reino dado que el actual rey Salmán bin Addulaziz tiene 85 años y MBS tiene a cargo la gestión diaria del país.

En las etapas iniciales de la Administración, funcionarios cercanos a Biden explicaron que el nuevo mandatario buscaría establecer un vínculo con el rey Salman evitando un diálogo directo con el controvertido MBS. La perspectiva, sin embargo, aparece engorrosa. El titular del influyente Council on Foreign Relations Richard Haass advirtió que la pretensión de la Administración Biden de establecer un “reseteo” en la relación con Arabia Saudita a través de un desacople entre el vínculo estatal entre Washington y Riad y la relación personal con MBS será “imposible de sustanciar”.

El desafío de Biden en Medio Oriente tiene lugar tras dos décadas plagadas de frustraciones y escasos éxitos por parte de la diplomacia norteamericana en la región, toda vez que Yasser Arafat frustró a último momento el acuerdo entre israelíes y palestinos en el tramo final de la Administración Clinton, George W. Bush prometió transformar a Irak en un estado de vanguardia democrático, Barack Obama abandonó a aliados como el egipcio Hosni Mubarak y Donald Trump prometió finalizar todas las guerras.

Las ambiciones de Irán, el repliegue norteamericano, el rol ascendente de Rusia y la progresiva influencia de China en la zona han alimentado en los últimos años un creciente convencimiento en el liderazgo israelí y en las monarquías del Golfo sobre la necesidad de avanzar en esquemas de cooperación en base a intereses comunes.

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