La “Cristinomics” a pleno, con ciudadanos agobiados y activos argentinos en liquidación

Mientras se dilata el acuerdo con el FMI, seguimos acumulando una fenomenal y engañosa distorsión de precios relativos financiada con gasto público

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Martín Guzmán y Cristina Kirchner
Martín Guzmán y Cristina Kirchner

Como le vengo diciendo desde esta columna, en la Argentina de hoy no hay incertidumbre, existen malas certezas. La semana que pasó ratificó tres de ellas.

La primera, la marcha al exilio parisino de la agobiada ex Ministra de Justicia, que confirmó que no se admiten funcionarios que no funcionan en la guerra del oficialismo contra el Poder Judicial. La segunda, más implícita que explícita, es que el ministro Guzmán está definitivamente subordinado a la Cristinomics, si es que alguna vez no lo estuvo. La tercera, la más preocupante de las tres, es que la Argentina no tiene, ni tendrá en el futuro cercano, vacunas anti COVID suficientes como para inmunizar a la cantidad de población necesaria como para reducir sustancialmente los efectos del virus en la salud y en la economía.

Estas tres malas certezas me habilitan para arriesgar una predicción: estamos en problemas.

Permítanme explayarme.

La partida de la ministra Losardo refleja que el Presidente ha decidido subordinarse, al menos en el corto plazo, al programa de su Vicepresidenta. Ignoro si el Doctor Fernández tiene o tuvo alguna vez un programa diferente al de la Doctora Fernández, pero lo cierto es que hoy actúa más como un Jefe de Gabinete que como la cabeza del Poder Ejecutivo. “Cristina soy yo”. Es un “presidente que no presidensea”.

Con un presidente “increíble” y con ministros “amenazados”, una buena gestión, en cualquier área, es casi producto de un milagro. Y sin credibilidad ni gestión cualquier política se vuelve mala, aún las buenas, si las hubiera.

Ignoro si el ministro Guzmán alguna vez tuvo un plan diferente, pero hoy está instrumentando la Cristinomics sin disimulo.

El acuerdo con el FMI que primero se esperaba para octubre pasado y después para fin de año y luego para abril o mayo, ahora no tiene apuro, según palabras del propio Presidente, y difícilmente sirva, de concretarse, como contrapeso del programa electoral. Los 10.000 millones de dólares para pagar a organismos y países (Club de París) serán, en parte capitalización del Fondo (si se concreta), en parte algo de reservas, en parte renovación de programas sin muchos aportes frescos, y en parte atrasos.

El intento por estabilizar los subsidios económicos a la energía y al transporte previsto en el presupuesto, está siendo cuestionado y también postergado. Dicho sea de paso, como el dinero es fungible y la energía y el transporte son consumos esenciales, cualquier reducción artificial del precio de esos consumos, se convierte en un estímulo al gasto en otros bienes y servicios o en ahorro que, en la Argentina, al final del día es siempre en dólares. Puesto de otra manera, seguimos acumulando una fenomenal y engañosa distorsión de precios relativos financiada con gasto público. Cualquier plan de negocios de un emprendimiento privado de mediano plazo debería incluir modificaciones no sólo en costos de operación, sino también cambios en los patrones de consumo de la gente. ¿Qué gastos se reducirán cuando haya que empezar a pagar, en algún momento, precios de la energía y el transporte más elevados?

A esta distorsión de precios relativos se le suma los cambios en el Impuesto a las Ganancias, diseñados por el oficialismo y la oposición, pensando más en los votos que en lo que necesita la Argentina. Inserto en un sistema impositivo, nacional, provincial y municipal, al que hay que arrojarle una bomba neutrónica y hacerlo todo de nuevo. ¿Es esta la reforma impositiva que prometía el ministro? Mientras los discursos siguen hablando de favorecer a las Pymes, y agregar valor a las exportaciones, el único valor que agregamos son los impuestos que impiden competir.

A la frase vacía, “el equilibrio fiscal no es de derecha ni de izquierda” hay que agregarle “tampoco es kirchnerista”.

Precisamente, fue el desequilibrio fiscal y su financiamiento monetario, lo que se reflejó en la tasa de inflación de los últimos meses. El desorden monetario primero se trasladó a los precios “libres” del dólar y de allí, sin escalas se va deslizando a los precios de bienes y servicios no regulados, a medida que la demanda lo permite. A esto se le suma la dificultad de acceder a dólares oficiales para importar ciertos bienes lo que también se incluye en los precios. Ya instalados en el escalón del 3-4% mensual, lo único disponible es usar el ajuste del tipo de cambio oficial y los controles de precios para empujar, transitoriamente, la tasa de inflación al escalón del 2-3% mensual. A menos que, desgraciadamente, tengamos que entrar de nuevo en confinamientos más estrictos que podrían volvernos al 1-2% mensual del pico de las cuarentenas. Dicho sea de paso, los controles de precios son otro instrumento que sesga hacia las grandes empresas, con más margen de maniobra para mover rentabilidad hacia otros productos y con más poder de negociación.

Y esto me lleva a la mala certeza más preocupante. Como hubo más filminas y Power Point que gestión eficiente, nuestro país llegó tarde a la compra de vacunas anti COVID, (además de poseer un marco legal cuestionado por algunos laboratorios extranjeros) y ahora dependemos de la “buena voluntad” de Don Putin y don Xi, y de la eventual producción local. Sin vacunas suficientes y con un reparto que poco tiene que ver con una científica administración de riesgos, sino con el poder de lobby de gremios, “acomodos” y demás yerbas, la probabilidad de un agravamiento de la situación sanitaria en los próximos meses no es baja y, por lo tanto, aumentan las chances de afectar la cuasi normalidad económica. Pero si esto llegara a pasar, esperemos que no, los efectos sobre el nivel de actividad, el presupuesto, los ingresos familiares y empresarios, el empleo, y el gasto social, obligarían a un nuevo programa de emergencia, claramente distinto del actual.

La economía, por ahora, crece por arrastre estadístico, que no se nota en los bolsillos, y la inflación sigue apuntando a algún número entre 40 y 50%.

No es de extrañar, entonces, que los bonos de la deuda argentina post canje estén a precio de liquidación y que haya baja demanda por activos argentinos en general, aún cuando, microeconómicamente, se puedan encontrar buenos negocios por hacer.

Tenemos malas certezas de corto plazo -que irán generando una mala dinámica, en especial en la brecha cambiaria, a medida que se acerquen las elecciones- y muchas dudas en el largo respecto de cómo saldremos y con qué liderazgos, de los problemas que se van agravando.

En síntesis, la mayoría de los ciudadanos argentinos también estamos agobiados, pero no nos espera París.

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