Construir un adversario: entre la funcionalidad política y la estrategia electoral

La creación de antagonismos puede, al mismo tiempo, ayudar a mantener la cohesión interna pero influir negativamente en las aspiraciones políticas de Alberto Fernández

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Alberto Fernández y Cristina Kirchner
Alberto Fernández y Cristina Kirchner

Como esgrimía el célebre pensador italiano Umberto Eco en una conferencia en la Universidad de Bolonia, y que luego sintetizó en su opúsculo Construir al enemigo, la constante de construir adversarios en política es tan recurrente como efectiva. No se trata, señala el catedrático italiano, de un enfrentamiento originado en una amenaza, como pudiera ser en la guerra, sino que es la capacidad de representación lo que posibilita el enfrentamiento. En términos generales, poder diferenciar a los “otros” de un “nosotros”, define nuestras ideas y sistema de valores, generando así unidad y cohesión interna frente a la identificación de un adversario común, y reduciendo la posibilidad de que tenga lugar el tan temido “fuego amigo”. Sin embargo, y como bien señala Eco, no alcanza con enunciar a un enemigo, sino que este tiene que estar convencido (o ser incitado) de asumir ese lugar. Para expresarlo en criollo: tiene que subirse al ring.

En los tiempos que corren, ningún espacio político será capaz de lograr sus cometidos políticos, ganar elecciones y ocupar un lugar protagónico en la esfera pública, si no logra de alguna forma incidir en esta construcción de adversarios. Sin embargo, esta no es una tarea sencilla, una construcción meramente antojadiza o el resultado de una simple decisión ligera. Por lo contrario, se trata de una de las más estratégicas decisiones que, en términos de posicionamiento, demanda la política en la actualidad.

Esta semana, el kirchnerismo duro, el que es encabezado y sólo responde a Cristina Fernández de Kirchner, aprovechó una nueva exposición judicial para construir política, tanto hacia adentro de la coalición gobernante como de cara al electorado. Así, la ex mandataria y actual vicepresidenta no tomó la palabra en su alegato por la causa de dólar futuro que pesa sobre ella y otros funcionarios de su gestión para defenderse jurídicamente, sino que, como hábil política, se sirvió de la constante atención pública que su imagen y su voz suscitan para identificar adversarios, atacar, y reanimar de esta manera la tan funcional polarización.

El parte aguas, el diferenciar un nosotros de un otros, el identificar antagonismos que pueden llegar al extremo de definir la política en términos de “amigos y enemigos”, y plantear lo que está en juego en cada situación de este enfrentamiento es uno de los clásicos artilugios que cualquier estrategia política busca a la hora de construir un enemigo. Casi como un eco de su segundo período en Balcarce 50, la actual vicepresidenta insiste en enemistarse con elementos tan abstractos como difíciles de enfrentar en tanto enemigos concretos, cohesionados y que se auto perciben como tales: el campo, los medios de comunicación, o la Justicia. Alcanza con recordar cómo estos enfrentamientos se materializaron en decisiones políticas como la resolución 125 en 2008, la tan mentada Ley de medios en 2009 y los intentos de reforma de la justicia desde 2013 hasta el último tramo del segundo mandato. Si bien podría decirse que cada uno de estos intentos no logró su cometido último (proteger a los pequeños productores, evitar la concentración de los medios, y democratizar la justicia) si lo hicieron en términos políticos, es decir en la construcción de antagonismos funcionales al kirchnerismo.

Resulta lícito cuestionar si esta mencionada funcionalidad se traduce en efectividad a la hora de acudir a los comicios. De hecho, desde 2011 hasta 2019, Cristina Fernández no logró imponerse en ninguna de las tres elecciones que tuvieron lugar. Escasean en estas antítesis que el kirchnerismo busca construir y enfrentar (campo, medios y Justicia), rostros visibles y adversarios concretos con los cuales rivalizar en los comicios, los cuales, en definitiva, consisten en eso: elegir un rostro (candidato) en detrimento de otro/s.

Cabe preguntarse, entonces, si la estrategia de la vicepresidenta busca ser sólo funcional en términos políticos o si también aspira a ser redituable en términos electorales, sobre todo en un año de elecciones legislativas intermedias en las que, casi inevitablemente, se plebiscitará la gestión. En este sentido, es muy posible que los antagonismos funcionales para la propia imagen de la vicepresidenta no coadyuven en la imagen del presidente y sus aspiraciones electorales.

Tensiones de polarización

Algunas de las claves del futuro inmediato pueden estar en el pasado reciente; o por lo menos, hay experiencias a las que no habría que soslayar en el análisis para avanzar con mayor seguridad. Uno de los factores que horadó la candidatura de Daniel Scioli en 2015 fue la incapacidad o imposibilidad del ex gobernador bonaerense de disminuir su diferenciación respecto al kirchnerismo cristinista. Scioli, en pocas palabras, evitó en el tramo final de la contienda mostrarse como algo distinto al kirchnerismo que aspiraba a suceder perdiendo con ello un capital muy seductor para los electores que no querían votar por Macri, pero tampoco continuar con Cristina. En otras palabras, al kirchnerizarse y buscar parecerse a lo que ella representaba, Scioli resignó poder sumar algo distinto, algo que no tenía (o había perdido) el por entonces Frente para la Victoria y algo que, evidentemente, un conjunto de electores estaba demandando.

Podría decirse que, a fines de la campaña electoral del 2015, Scioli fue una víctima más de la polarización, no pudiendo sostener su imagen de moderado, de alguien cercano al kirchnerismo, en tanto miembro de un mismo frente o coalición, pero distinto al fin. Distinto a ello fue lo que ocurrió hace apenas un año, y que permitió que Alberto Fernández, para sorpresa de propios y extraños, se sentará en el codiciado sillón de Rivadavia.

El gran acierto de la campaña electoral del 2019 pareciera ser hoy parte de la disyuntiva que comienza a calar hondo en Balcarce 50. Como lo había esgrimido el propio Alberto Fernández, “sólo con Cristina no alcanza; sin Cristina no se puede”. En otras palabras, Alberto, su imagen, su estilo, sus ideas y entornos, fueron algunos de los factores que le permitieron perforar al famoso 30% de intención de votos que tenía por entonces la ex mandataria, para alcanzar el 48% de los sufragios.

Hoy la polarización parece estar poniéndose en marcha nuevamente intentando partir aguas y separar amigos de enemigos con una funcionalidad específica. Quizás la clave de la contienda en este 2021 y posiblemente la de 2023 no sea polarizarlo todo, sino, justamente realzar la figura del presidente Fernández como un actor moderado, distinto a Cristina pero que puede coexistir con ella y su núcleo duro para darle valor agregado a una coalición que es capaz de garantizar la unidad (y, sobre todo, la gobernabilidad) en la unidad.

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