Fomentar la eficiencia energética no es sólo un ideal, es también una obligación

Resulta clave poder instalar en la sociedad el concepto de que invertir en esta estrategia contribuye fuertemente con la lucha contra el cambio climático

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La eficiencia energética se mide también en las aberturas
La eficiencia energética se mide también en las aberturas

Podríamos comparar la eficiencia energética con un edulcorante. Aunque a simple vista una bebida dietética y su versión azucarada son exactamente iguales, esta última posee una carga calórica mucho mayor que la primera. Un electrodoméstico de consumo eficiente y otro con menor eficiencia pueden ser exactamente iguales en su aspecto exterior. Sin embargo, la eficiencia energética de una instalación es clave para un menor consumo energético, estimándose que tiene el potencial para contribuir hasta un 40% en la reducción de emisiones de dióxido de carbono.

Este paralelismo nos lleva a preguntarnos de qué manera podemos poner en evidencia semejantes bondades, desconocidas para gran parte de la población. En esta sociedad del siglo XXI en la que se enaltecen los valores superficiales, resulta difícil crear empatía con este concepto difícil de materializar o incluso de plasmar en una imagen. Una solución es avanzar con el etiquetado de eficiencia energética -de electrodomésticos, automóviles, máquinas y viviendas- que colabora con la “visibilización” de esta fuerza transformadora invisible.

Pero además de servirnos de esta herramienta, precisamos instalar en la sociedad el concepto de que invertir en esta estrategia contribuye fuertemente con la lucha contra el cambio climático. Por ejemplo, comprar una heladera con etiqueta A, en lugar de una etiqueta B, puede traducirse en un aporte para el cuidado del ambiente y en mayores oportunidades de desarrollo para las futuras generaciones, sumado al ahorro que implica para la economía familiar.

En un planeta cuyos recursos comienzan a escasear, y en un país cuya matriz energética primaria depende principalmente de combustibles fósiles, resulta urgente ordenar las normas y las políticas públicas hacia el desarrollo de opciones que permitan a los ciudadanos informarse y tomar decisiones orientadas hacia un consumo energético más eficiente y sustentable.

En este último año hemos visto congelarse, desfinanciarse o desacelerarse varios programas del Estado nacional para desarrollar la eficiencia energética en los distintos sectores que habían logrado importantes avances en los años anteriores. Un claro ejemplo es el Programa Nacional de Etiquetado de Viviendas, que debería haber tenido absoluta prioridad luego de una pandemia que modificó los patrones de consumo energético residencial debido al trabajo remoto. Sin embargo, se encuentra en total abandono. Casualidad, o tal vez no tanto, recordemos que se trata del mismo año en el que se concretó la escandalosa venta de Edenor a precio vil, y cuya deuda con la mayorista Cammesa se vio beneficiada por la última Ley de Presupuesto. Quizá, no está en el interés de sus nuevos titulares la reducción del consumo eléctrico.

Esperemos que este día sirva para recordarnos que fomentar la eficiencia energética no es solamente un ideal, es también una obligación que surge de distintos instrumentos internacionales como el Protocolo de Kyoto o el Acuerdo de París, y que ha sido declarada de interés y prioridad nacional en nuestro país hace mucho tiempo. La eficiencia energética es un ingrediente que no puede faltar en la receta de la lucha contra el cambio climático. Si la ignoramos, seguiremos “consumiendo calorías” a expensas de la degradación del ambiente hasta que sea demasiado tarde.

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