¿Qué debemos y qué podemos hacer ahora?

El debe y el puede de la contabilidad de la política, rara vez presentan un balance equilibrado. Tampoco en la economía. Lo mismo ocurre con lo posible y lo probable

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En la economía, lo que se debe y puede, ocurre cuando los objetivos elevados se preparan junto con las herramientas apropiadas. Aunque, no siempre los objetivos son elevados y tampoco las herramientas son las apropiadas (EFE)
En la economía, lo que se debe y puede, ocurre cuando los objetivos elevados se preparan junto con las herramientas apropiadas. Aunque, no siempre los objetivos son elevados y tampoco las herramientas son las apropiadas (EFE)

Los extremos ocurren cuando lo que se “debe” no se “puede”. O peor, cuando lo que “se puede” es lo que no “se debe”. Aquí se entiende lo que “se debe” la razón del hacer de la política: puede ser heroico o miserable. Y lo que se puede siempre es “la realidad” en la que el tiempo transcurre.

Los tiempos de construcción magna son aquellos en que, el que gobierna, “puede hacer” aquello que cree, propone o le exigen que “debe hacer”. E igual en la economía, eso ocurre cuando los objetivos elevados se preparan junto con las herramientas apropiadas. Aunque, no siempre los objetivos son elevados y tampoco las herramientas son las apropiadas.

La primera condición de un gobierno capaz de una construcción magna, es comprometer el valor moral de un “debe” que defina la estatura, no sólo de las personas que administran, sino de los gobiernos. En la lectura económica de los hechos, es igual. ¿De qué sirve el saber económico si practica el malestar colectivo? Dime lo que aspiras y te diré quién eres. Pero no es todo.

¿De qué sirve el saber económico si practica el malestar colectivo?

La segunda condición es la energía de transformación y la inteligencia de comprensión de la realidad de cada tiempo. Negar la realidad, no escucharla, no estar atento a ella es, en economía, una actitud inmoral. También en política. No comprender la realidad, en economía, es un pasaje a la crisis y en política, el prólogo de un colapso.

Negar la realidad, no escucharla, no estar atento a ella es, en economía, una actitud inmoral. También en política (Charly Diaz Azcue / Comunicación Senado)
Negar la realidad, no escucharla, no estar atento a ella es, en economía, una actitud inmoral. También en política (Charly Diaz Azcue / Comunicación Senado)

La medida de la frustración de un gobierno es la distancia negativa entre aquello que se debe hacer y lo que se puede o se ha podido realizar. En economía son muchas más las mediciones posibles y necesarias para iluminar la frustración y verla venir.

La medida de la frustración de un gobierno es la distancia negativa entre aquello que se debe hacer y lo que se puede o se ha podido realizar

El objetivo “trabajo para todos”. El problema del desempleo en todas sus formas. Objetivo “uso pleno del potencial productivo” o recursos ociosos. Dinámica de la igualdad o desigualdad creciente. Dignidad de la vida de todos o crecimiento de la pobreza. Acrecentar el potencial productivo o deteriorar el capital heredado.

Lo bueno se puede promover, lo malo se puede ver venir

La irracionalidad máxima es ir a buscar lo malo. Hay políticas que buscan el desempleo, el ocio de los recursos, la desigualdad, la pobreza o el deterioro del capital. Los economistas deberían ser capaces de anticipar esas consecuencias: su función es que “la política económica” no las vaya a buscar.

La medida de la frustración de una sociedad con un gobierno y su economía, es proporcional a la dimensión de las aspiraciones del gobernante y a la impotencia de sus realizaciones. Cuando el poder político postula un “debe” que, al pronunciarse, revela un estado de impotencia, porque no se “puede”, se entra en el territorio del descarrilamiento por incapacidad de ver la realidad.

La medida de la frustración de una sociedad con un gobierno y su economía, es proporcional a la dimensión de las aspiraciones del gobernante y a la impotencia de sus realizaciones (EFE)
La medida de la frustración de una sociedad con un gobierno y su economía, es proporcional a la dimensión de las aspiraciones del gobernante y a la impotencia de sus realizaciones (EFE)

El tren normalmente transita montado en dos vías paralelas. Pero si, en el trayecto, el tren pretende convertirse en “mono carril” no hay continuidad posible. No hay cambio de vías que convierta lo que era para dos rieles en uno solo.

El tren normalmente transita montado en dos vías paralelas. Pero si, en el trayecto, el tren pretende convertirse en “mono carril” no hay continuidad posible

Pasó con Carlos “Chacho” Álvarez que, con su ataque hormonal, en forma de renuncia, dejó - al tren que compartía con Fernando de la Rúa- en una sola vía y como era previsible, el convoy descarriló. No importan los argumentos.

Llegados a este punto es ineludible considerar la conmoción que provocó la líder del Frente de Todos en el acto de La Plata. Los que no estaban eran los gobernadores y los sindicalistas. ¿Peronismo de pie sin columna vertebral? Vale recordar a Byung-Chul Han en “Sobre el poder”: “Cuanto más poderoso sea el poder, con más sigilo opera” .

Es lo que el presidente Alberto Fernández puede, pero que no es el “debe” que le pide, sugiere, impone, Cristina Fernández de Kirchner: anulación judicial de las causas o inocencia.

Entre el estancamiento y el desarrollo

La lista de las respuestas a la pregunta de qué “debemos hacer” es larguísima. Si todo lo que debemos hacer se puede hacer, entonces no estaríamos en crisis sino en camino al desarrollo. Los períodos notables de la historia se transitan cuando lo necesario es posible. La política es hacer posible, como mínimo, lo necesario. La sabiduría del estadista es priorizar lo necesario.

La Argentina atraviesa, antes de la pandemia y ni decir con ella y lo que será después de ella, un tiempo atravesado por la casi imposibilidad de lo necesario para el sentido común de la sociedad. ¿Está bloqueado el camino al desarrollo? ¿Hay un piquete de la realidad que detiene a pocos metros de la partida?

Es evidente que todo lo que se debe hacer no se puede hacer. Todo lo que se hace, en todos los órdenes, es un uso de recursos y energía. Que no se pueda hacer todo lo que se debe hacer, significa que no se dispone de todos los recursos ni de toda la energía requerida.

Entonces la primera definición es la de las prioridades de lo que se debe y se puede hacer. Las prioridades refieren al uso de los recursos y la energía. Esa consideración lleva a poner en claro también la lista de lo que no se debe hacer. Es decir, en qué no se puede disponer de recursos ni energía. Parece simple pero no lo es. La lista de lo que no se debe hacer es también la lista de liberación de recursos y energía, para lo que sí se debe hacer.

Algunas preguntas

¿Se debe financiar con recursos públicos el incremento constante de empleados públicos y sostener las capas geológicas de personas de confianza que llegan con cada gestión o tratar de resolver problemas de empleo de aquellos que nos son próximos? ¿Se debe ser pasivos antes las transferencias públicas previsionales a ciudadanos titulares de patrimonios o de ingresos importantes que nunca trabajaron por no tener necesidad de hacerlo? ¿Se debe, ante la escasez de dólares, financiar con deuda externa o pánico de reservas, agua mineral importada?

¿Se debe, ante la escasez de dólares, financiar con deuda externa o pánico de reservas, agua mineral importada?
¿Se debe, ante la escasez de dólares, financiar con deuda externa o pánico de reservas, agua mineral importada?

La lista de lo que no se debe hacer es infinita en todas las áreas de la vida colectiva que es la que utiliza, de una u otra manera, recursos colectivos. En este contexto “de lo que no se debe, de lo que se debe, de lo que no se puede, de lo que sí se puede, es importante señalar que se está montando una defensa corporativa de la cofradía de los economistas. Cuidado.

Se alega que “los economistas” aconsejan correctamente y los políticos no aplican los consejos. Esos alegatos dicen: hay una respuesta científica a los problemas y una malicie imperdonable en los “políticos”. Es cierto que hay economía por un lado y política por el otro? No es así.

La emisión de muchas voces devalúa la palabra de los economistas. La política, con tanta emisión de voces vacías y contradictorias, está absolutamente devaluada.

La emisión de muchas voces devalúa la palabra de los economistas. La política, con tanta emisión de voces vacías y contradictorias, está absolutamente devaluada.

Julio Olivera era doctor en Derecho, pero nadie dudaría que era y es “el economista” argentino que investigó, publicó artículos académicos, ensayos sobre cuestiones económicas, asesoró y fue funcionario, ministro de Economía en el interior y secretario en la Nación de Estructura Económica en 1973, con el ministro José Gelbard, quien estaba lejos de ser graduado en economía. Era un economista, sin título. Como Álvaro Alzogaray, Roberto Alemann y José Martínez de Hoz. Pero hicieron escuela, fueron muy influyentes en términos de pensamiento económico e instalaron un paradigma que, finalmente, resultó dominante en el país. No nos fue bien con ellos.

¿Los economistas hicieron las propuestas sin medir consecuencias y costos? ¿Los políticos no toman las decisiones sugeridas porque saben y temen, sus consecuencias o sus costos? ¿Dónde se ubica la divergencia?

¿Debe un economista proponer medidas sin exponer costos y consecuencias? ¿O las propone aunque los costos sean mayores que los beneficios eventuales? ¿Eso está bien éticamente? ¿O por casualidad alguien cree que es sostenible?

Dijo el gran maestro John Maynard Keynes: “A largo plazo estaremos todos muertos”. La política económica transcurre en el tiempo y en el espacio. En el espacio: lo que puede ser maravilloso para el Planeta o para Ulan Bator, puede ser espantoso para nosotros. Pensamiento situado.

La política económica correcta es la construcción de una escalera de soluciones que hace que cada peldaño sea menos difícil de superar que el anterior. Por eso los “plazos” de vigencia de la construcción son proporcionales a la altura a alcanzar.

No hay ninguna medida de política económica que se pueda considerar “profesional”, que no tenga en cuenta las consecuencias y la relación costo-beneficio. El problema que se genera debe ser menor al que se superó.