Las victorias pírricas de la política

La dirigencia está unida en sus prebendas, no intenta arriesgarlas en proyectos colectivos y se conforma con ser parte integrante de los ganadores del sistema

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(Maximiliano Luna)
(Maximiliano Luna)

Pertenezco a una generación que entregó centenares de vidas a la política, y terminó engendrando algunas decenas de ricos y ningún estadista. Tan duro de asumir como imposible de negar.

Pirro, rey de Epiro en Grecia, invadió Italia en el 280 AC y derrotó a los romanos en Heraclea. Fueron tan grandes sus pérdidas que luego del triunfo, exclamó “una victoria más como esta y estoy perdido”. Y nos quedaron como referencia aquellos triunfos cuyo costo los equipara a una derrota. En eso estamos: Macri había ganado y gobernado tan mal que logró lo inimaginable, el retorno de Cristina. Y ahora, el Gobierno, por falta de grandeza, se desespera tanto por acomodar la Justicia a su necesidad que termina volviéndola en su propia contra. Obliga a una confrontación sin salida. La corrupción es esencial a todo nuestro sistema político, los cuadernos y sus arrepentidos son tan solo una fotografía; negarla es tan absurdo como fingir ceguera en el momento de ser encontrado “con las manos en la masa”.

La dirigencia en su conjunto eligió un camino para destruir los restos de la clase media que nos definían como sociedad. Nacimos con la aspiración de pertenecer a ese mundo de progreso y seguridades. Hace tiempo se cortó la cadena de acceso al progreso y finalmente nos congelan entre un exitoso salario que nos permite solo sobrevivir y el terror al subsidio que nos cuestiona la dignidad misma. Políticos, economistas, empresarios y hasta sindicalistas dan por consolidada la concentración económica que nos envió a la miseria. Producimos lo mismo y alteramos sin límite la distribución de esa riqueza, con toda la dirigencia incorporada a su cadena de beneficiarios y el resto de la sociedad atravesada por la desesperación.

Todo lo rentable se concentra en manos del capital y todavía conduce un grupo de economistas y políticos que exigen continuar limitando derechos laborales o impuestos que sostienen a los caídos. Privatizaron para quedarse con la ganancia sin hacerse cargo de la miseria que sembraban. Las verdulerías invaden hoy los barrios elegantes como último gesto de la iniciativa privada que todavía los bancos extranjeros no lograron acaparar, o como muestra gratis de un mundo de pequeños propietarios que la codicia supo destruir. El capitalismo de la impiedad deja al ciudadano en el abandono, elige apasionarse por la mascota como manera de ignorar al caído que lastima su mirada. El progreso incorporaba, pero eso tuvo vigencia hasta hace cuarenta y cinco años; la miseria expulsa y tiene la misma edad que ese olvido.

El rugby es un deporte elegido por algunos como marca de ascenso social. Se definen a veces como tan extranjeros que los gestos respetuosos de los extranjeros de verdad los impactan, esos patriotas de otras tierras que no comprenden al cipayo ajeno. Un asesinato y un olvido fueron las marcas de esa elegante miseria humana. Apátridas como todos los que desprecian a los humildes, representan la forma más rastrera de ser universales.

Y la Suprema Corte expresa unanimidad contra una tribu que equipara una lealtad personal a la vigencia de una institución trascendente. Si vienen por todo, asumen el riesgo de que no quede nada. Dos miembros de esa Corte tienen pasado en nuestra causa, uno fue ministro de Néstor, el otro es historia del peronismo. La Corte no es “gorila”, “gorilas” son quienes intentan ponerla a la misma altura del personaje menor que intentan defender. Los que dicen vivir en “los médanos” no son peronistas ni nada político, son tan desarraigados como las mismas arenas que definen su lugar en el mundo.

La sociedad espera un “rebote”, es lento y marca ausencias definitivas porque no solo murieron personas; la cuarentena arrastró comercios e industrias, puestos de trabajo y escolaridad, por lo cual el virus asociado a la mediocridad de la política lastimó más allá del mismo contagio.

Lo gris del Gobierno se magnifica en la pequeñez de la sombra que nos devuelve la oposición. La dirigencia política está unida en sus prebendas, no intenta arriesgarlas en proyectos colectivos, se conforma con ser parte integrante de los ganadores, el resto son detalles. Imaginan futuros en los acuerdos entre vencedores al tiempo que ideas y proyectos colectivos no existen en las alforjas del carguismo que sustituyó al arte de la política. Los negocios impusieron su impronta a la política que termina siendo una clase que solo se ocupa de sí misma. La renovación de las concesiones que nos parasitan desnuda las rentas de cada quien para los entendidos. El motor de la miseria fue ese soñado “Consenso de Washington” devenido en estatuto colonial, traición de la que vive nuestra parasitaria dirigencia.

La distancia económica entre los distintos niveles sociales marca, define, desnuda a la justicia distributiva de una sociedad. En la nuestra, las riquezas se acumulan sobre la miseria que generan. Está a la vista.

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