La reciente aprobación del llamado “impuesto a las grandes fortunas” ha sido criticada por varias razones. Desde la incurrencia en doble imposición (se grava la propiedad de bienes ya alcanzados por otros impuestos), pasando por la posible confiscatoriedad y siguiendo por la tendencia fiscalista en la que se enmarca (se ha difundido hace poco un trabajo que computa que en este año en Argentina se crearon o incrementaron 14 impuestos).
Todo contribuye a una visión critica que agrava un problema crónico: en Argentina hacer negocios es desalentado por las políticas públicas y sufren por ello la inversión, el empleo, la producción y las exportaciones.
El nuevo tributo afecta bienes que son parte de procesos de producción, financiamiento, ahorro; y -más allá de ello- afecta al patrimonio de inversores y decisores económicos.
A contramano del mundo
El mundo avanza hacia reducciones impositivas a quienes invierten y producen. Según Tax Foundation, en 1980 las tasas de impuestos corporativos en todo el mundo promediaban 40,38 % y desde entonces los países “han reconocido el negativo impacto que tienen las altas tasas impositivas corporativas en las decisiones de inversión empresarial” y han reducido esa tasa a un promedio actual del 24,18% para un universo de 176 jurisdicciones fiscales evaluadas. Mientras tanto, el Banco Mundial muestra que Argentina es el segundo país con mayor presión impositiva sobre las empresas en todo el planeta.
Según Tax Foundation, en 1980 las tasas de impuestos corporativos promediaban en todo el mundo promediaban el 40,38%. Desde entonces, los países han reconocido el impacto negativo de las altas tasas impositivas y reducido aquella tasa a un promedio actual del 24,18%
Pero este nuevo tributo genera un daño mayor.
Es cierto que la existencia de una nueva carga impuesta sobre actores económicos por un año (la ley prevé un alcance solo para el ejercicio actual) afecta el presente (porque consiste en una transferencia compulsiva y quizá hasta rayana con la retroactividad); pero más cierto parece que el principal daño se genera en relación al futuro. Mas que computar cuántos recursos se detraen del sector privado y con ello se impide inversión y producción, hay que considerar el enorme nuevo impacto sobre las expectativas. El mayor daño se genera en el futuro y no en el presente. La señal emitida es contundente y cuesta más que la recaudaciones esperables. Escribió Enrique Valiente Noalles que no son solo las convicciones las que guían nuestros actos sino que, de manera mucho más precisa, son nuestros actos los que delatan la calidad de nuestras convicciones.
El capitalismo del siglo XXI se basa en la confianza en el porvenir. Eso explica que en el planeta las cotizaciones bursátiles de muchas empresas son mayores aun cuando sus operaciones actuales no lo son comparadas con sus competidores, o que el financiamiento en el mercado de capitales se dirija a proyectos cuyas previsiones no son tan fácilmente justificables con los parámetros tradicionales de los bancos, o que los países desarrollados puedan emitir moneda sin alarmar a los inversores. El futuro es un intangible y justifica decisiones que en las visiones tradicionales propias del siglo XX no hubieran tenido la misma suerte. La nueva economía del conocimiento, que se apoya en la innovación y la invención, ha trastocado los parámetros en base a los cuales se toman decisiones.
El futuro es un intangible y justifica decisiones que en las visiones tradicionales propias del siglo XX no hubieran tenido la misma suerte.
Desde las empresas que invierten en proyectos aeroespaciales o en automóviles eléctricos hasta los laboratorios que han avanzado, y obtenido financiamiento, para producir las vacunas aun no legalizadas -algo inaudito en la historia de los negocios-, mucho de lo que hoy ocurre se explica por la irrupción de un intangible de enorme valor: la ponderación sobre el futuro.
Dice Marina Gorbis en Sillicon Valley que no hay otro modo de adaptarse a algo nuevo que desprendiéndose de los viejos hábitos y adquiriendo una nueva forma de hacer, y que todos nos estamos convirtiendo en inmigrantes del futuro. Pues bien; esta iniciativa que acaba de aprobar el Congreso argentino remite más a mediados del siglo XX que al avanzado siglo XXI. Termina de enfermar la confianza en lo que decidirán de aquí en más las autoridades.
Todos nos estamos convirtiendo en inmigrantes del futuro, pero la ley que acaba de aprobar el Congreso remite más a mediados del siglo XX que al avanzado siglo XXI
Los países que prosperan en la nueva economía crean ámbitos dentro de los cuales se conforman ecosistemas de innovación, inversión, generación de capital intelectual, encadenamiento productivo internacional, calificación de recursos humanos. Todo ello requiere un basamento: la confianza en que el futuro no castigará los procesos iniciados. Henry Chesterbrough ha explicado claramente la nueva idea de la innovación abierta como modo de crear valor.
Dos tipos de incertidumbre
Pero ello requiere espacios de movilidad para que esas empresas actúen sin amenazas. Hay dos tipos de incertidumbre: las propias de la evolución tecnológica, que son impulsoras y desafiantes; y las que surgen de la perniciosa intromisión gubernamental que son obstructivas y represivas.
Sin embargo, la Argentina ha emitido durante este año, y también durante muchos anteriores, señales que destruyen el valor de ese intangible critico que es el futuro. La incerteza es la inexistencia. Podemos computar en una lista al respecto la tentativa de expropiar Vicentin, la creciente prodigalidad fiscal y su monetización aplaudida, leyes que obstaculizan nuevos negocios como la de teletrabajo, nuevos obstáculos al comercio internacional, incrementos impositivos varios. Y ahora, este nuevo tributo.
La Argentina ha emitido durante este año, y también durante muchos años anteriores, señales que destruyen el valor de ese intangible crítico que es el futuro: la tentativa de expropiar Vicentin, la prodigalidad fiscal y su monetización aplaudida, leyes que obstaculizan nuevos negocios, como la de Teletrabajo, nuevos obstáculos al comercio internacional, aumentos impositivos varios. Y ahora este nuevo tributo
A simple vista parecemos estar ante una dolorosa disyuntiva: por un lado hay países que progresan y que apoyan el escenario autonomista para actores que invierten a través del aporte de inventores, innovadores, creadores, productores; y por el otro están los que creen que la política y el poder público son el motor y por ello sobrevaloran la acción del estado tradicional e ignoran el valor de un escenario relativamente previsible para la acción de los actores económicos. Dice José Maria Peiró (en “Psicología de la Organización”) que hay 4 dimensiones críticas en el ambiente de una empresa: la simplicidad, la estabilidad, la baja aleatoriedad y el acceso a recursos.
La sobrevaloración de la política lleva al inmediatismo y el “presentismo”, el día a día y la inmanencia. Pero la sociedad de la innovación justifica decisiones virtuosas en la confianza en el futuro y la autonomía. Como explica José Piñera, hay un daño cuando se destruye el previsible vinculo necesario entre esfuerzo y recompensa.
El nuevo tributo, por ello, no debería ser analizado en función de cuantos lo pagarán, qué capacidad económica tienen o cuánto recaudará. El mayor impacto está en relación con las expectativas y la confianza.
El futuro es un insumo carísimo.
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