Mea culpa, un principio de acercamiento

El Gobierno nacional se encuentra ante una economía en estado crítico, una situación sanitaria dramática y una ineptitud técnica de la gestión sanitaria

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Gines Gonzalez Garcia, ministro de Salud (Franco Fafasuli)
Gines Gonzalez Garcia, ministro de Salud (Franco Fafasuli)

Ser funcionario implica ostentar una potestad que le fuera conferida a esa persona por voluntad de su sociedad. Implica transparencia en la acción y un ejercicio de rendición de cuentas como parte de ese servir. Reconocer defectos y errores es parte de esa tarea. El mea culpa, se erige así, como una suerte de ejercicio de accountability que hace a dicha responsabilidad. Ser funcionario en épocas de COVID-19 no ha sido nada fácil. Pero es cierto también que entra dentro de las posibilidades, de los riesgos que pueden tocarle a quien voluntariamente se postula al gobierno para defender el bien común.

El mundo lleva más de 11 meses de pandemia y Argentina, algo menos, pero con un confinamiento interminable. De hecho, si se coloca en Google “largest quarantine COVID” entre las cuatro primeras citas, tres hacen referencia a Argentina.

Se sabe que en salud el dato duro manda. La tiranía de la evidencia frente al relato de la política de turno. Al 1 de diciembre nuestro país está en la posición 11ra en muertes totales. Si consideramos el total del número de casos, en el 9no; y si hablamos de muertes por millón de habitantes 9no.

En otro orden, según el total de test realizados, el sitio de referencia Worldometer nos coloca en el sitio 36to y en cuanto a test realizados por millón de habitantes, en la 113ma posición. Aunque suene de Perogrullo, esta relación nos lleva a inferir lo siguiente: cuanto más se testea más se detecta. Por ello es probable que el número de fallecidos reales, si nos atenemos a estos datos tan asimétricos, sea bastante mayor al que muestran los datos oficiales, y esto no solo pasa en Argentina.

De hecho, si consideramos a la ciudad de Buenos Aires, uno de los territorios donde mejor parece ser que se ha gestionado la contingencia, datos del Gobierno porteño muestran que en el mes de junio por cada inhumación en los tres principales cementerios de la ciudad, había otras 6 inhumaciones de casos sospechosos de ser COVID.

Después de haberse llevado puestas las reglas más básicas de la diplomacia internacional, como hacer comparaciones con otros países que resultaron en sendas protestas internacionales de manera recíproca con Suecia, Chile, el País Vasco o Brasil, el Gobierno nacional se encuentra hoy en una situación económica extremadamente crítica, una situación sanitaria dramática y una ineptitud técnica de gestión sanitaria que alcanzó su culmen estos días con la polémica sobre la vacuna rusa.

Hace ya tiempo que aquellos que pertenecemos a la academia médica venimos alzando la voz ante esta emergente situación. Sin embargo, los reclamos sólo encuentran silencio o voces de calumnia e insulto por el solo hecho de no compartir la política del establishment oficial. El dato duro es ignorado y lamentablemente, parece darnos la razón a quien reclamamos revisar la política sanitaria.

El mea culpa podría ayudar a unir una sociedad descreída, maltratada y con ansias de paz. Un mea culpa sería un principio de acercamiento y construcción de un proyecto común. El mea culpa como antídoto a la intolerancia. Algo que podría aumentar y así condicionar un 2021 que amenaza con otras curvas y cuyos efectos ya se ve en las calles ante la fatiga que impone la pandemia. Un mea culpa frente a los sector más vulnerable y afectado por la contingencia del COVID: las personas mayores, los jubilados a quien sobre el destrato se le suma que otra vez se le vuelve a meter la mano en el bolsillo. Un mea culpa que unos cuantos funcionarios, aunque tarde aún están a tiempo de dar más allá que, como juraron muchos de ellos, Dios y la Patria se los demanden.

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