Maradona y el arquetipo heroico

El ex capitán de la Selección es el paradigma contemporáneo de la figura heroica que la antigüedad nos ha legado

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La imagen de Diego proyectada sobre el Obelisco (Chule Valerga)
La imagen de Diego proyectada sobre el Obelisco (Chule Valerga)

Más allá de las opiniones particulares que cualquiera de nosotros pueda esgrimir sobre el recientemente fallecido Diego A. Maradona, es difícil dejar de considerarlo, pese a mi poca admiración por el fútbol, como paradigma contemporáneo de la figura heroica que, por curiosos designios de la historia subterránea de nuestros ritos, la antigüedad nos ha legado.

Muchos rasgos que constituyen su figura dan cuenta de esta tentativa: en primer término, su inevitable gloria atlética que, en nuestra sociedad, encuentra su apogeo en el estrellato deportivo, rasgo en absoluto ajeno a la antigua sociedad griega, cuya mayor demostración la encontramos en la marcada relevancia de la gimnasia —junto con la matemática y la música— en la educación ateniense y, en su versión eminentemente religiosa y cosmopolita, en el establecimiento de los Juegos Olímpicos que, aún hoy, tras un origen remoto de marcado sesgo mitológico del que nos informan, entre otros, Píndaro y Pausanias, constituye una parte esencial de nuestro patrimonio cultural.

A su vez, el costado bélico que circunda la concepción de la destreza gimnástica y deportiva, estrechamente relacionada por los antiguos con la cualidad guerrera. En tal sentido, Aquiles, el legendario guerrero mirmidón, es un ejemplo claro de ello: sus pies ligeros —rasgo que se volverá epíteto de su persona en la Ilíada de Homero— constituyen una definición de su personalidad y, por tanto, un rasgo medular de su condición de héroe (curiosamente sus pies son su virtud y su mortal defecto, su cielo y su ocaso. ¿Acaso algo similar no podrá decirse de Maradona?).

Si hay algo que se ha atribuido incansablemente a este último es nada menos que la felicidad que ha generado en su pueblo, eudaimonía producto de sus victorias en el campo de batalla —la cancha—, donde su destreza le ha otorgado el mote de “el mejor” [áristos]. Tales aptitudes han logrado conmover a casi todas las ciudades del mundo. Es poco probable que alguien no sepa quién es Maradona, de la misma manera que es poco factible que alguien no conozca, aunque sea soslayadamente y por medio de un atractivo Brad Pitt, quién fue Aquiles.

Hay personalidades en la historia de la humanidad a las que en ocasiones hay que acceder abstraídos de cualquier prejuicio, observando su imposición en el tejido social y cultural del que fueron parte, tratando de dimensionar —si acaso es posible— su tamaño socio-antropológico —y por qué no mítico—, independientemente de su condición humana particular, inevitablemente falible. Ninguna de estas consideraciones pretende excusar a Maradona de las actitudes que podemos ponderar de transgresoras, sino que lo que se busca es poner de manifiesto la trascendencia innegable de su figura.

La Ilíada comienza con la cólera de Aquiles ante Agamenón tras apropiarse este ilegítimamente de una mujer que a aquel le había correspondido como botín de guerra. Si quisiéramos, podríamos detenernos en este rasgo que hoy consideramos delictivo y atroz, para señalar la violencia machista del intemperante guerrero. Pero incluso así, abstrayéndonos de los contextos y las vicisitudes, y consintiendo esta visión, nada podría quitarle a Aquiles el apelativo de héroe, pues nos haría falta borrar más de tres mil años de relatos sobre su persona que hoy nos permiten continuar evocándolo —además de negar una realidad cultural que nos es parcialmente ajena no sólo en el tiempo, sino también en el espacio—.

Es evidente que la idea de heroísmo responde en gran medida a elementos que una sociedad conserva —consciente o inconscientemente, como afán de lucha o como símbolo— para sí. Hoy en día sería difícil admitir a Aquiles como nuestro héroe, pero sí podemos considerar a Maradona su actualización, que no resulta ser otra cosa que la manifestación de nuestra propia condición. Los héroes que construimos muchas veces nos resultan incómodos, pues ellos muestran de manera brutal e icónica aquello de lo que estamos hechos: es difícil escapar al héroe por mucho que lo intentemos (y es posible que el propio héroe, tras su muerte, escape de sí mismo por el solo acto del arrepentimiento, como sabemos le sucedió a Aquiles en el inframundo según nos lo cuenta Homero en la Odisea).

Maradona, al igual que muchos de los héroes de la antigüedad, fue revestido de cualidades divinas, favorecidas a su vez por la naturaleza casi parlante de su nombre mediante asociaciones habilitadas por la lengua castellana: Diego, diez, Dios. Cuando Diego tocó esa famosa pelota, el imaginario colectivo comprendió que allí no sólo estaba Maradona, sino también Dios. Que su mano era la extensión de una fuerza superior, de la misma manera que la lanza de Aquiles era guiada por la potencia de Zeus. De ello se desprende que ambos, el guerrero-futbolista y la lanza-pelota se igualaban con la divinidad.

Ha sido harto señalado el carácter divino atribuido a distintas figuras heroicas de la historia, de cuya naturaleza hierática estos hombres son herederos y portadores. Obviando este tópico, hay algo que agregar en torno de él: puede que a diferencia del caso antiguo, el heroísmo moderno haya dado lugar al ingreso de la historia, pues sabemos que Maradona ha forjado su figura no sólo a partir de sus logros en el “campo de batalla”, sino sobre todo desde la naturaleza de su origen: la pobreza. El aliciente del héroe maradoneano no se halla sólo en la victoria deportiva o guerrera, sino a su vez en el orden del progreso personal y social. Nuestros héroes, en efecto, suelen poseer esa condición superadora que también comparten otras figuras de rasgo heroico como podría serlo Steve Jobs. Nos fascinan las historias de superación personal, algo no tan afín a la mentalidad griega, en la que los héroes, por lo general, provenían de familias acomodadas —e incluso divinas—. Esta fascinación puede deberse a necesidades profundas derivadas de experiencias históricas y aportes teóricos en que la idea de clase se encuentra más arraigada, lo que explica que a pesar de haber vivido como millonario —lo opuesto a su origen—, Maradona permanezca asociado a una ideología popular, defendida por él mismo más allá de su estilo de vida tan apartado de las clases sociales más bajas.

Con todo, hay algo todavía más hondo que no puede dejar de señalarse, rubricado en la mentalidad de los antiguos y ratificado en la nuestra. Se trata de un rasgo esencial en la aspiración heroica: ser recordado. Eso sucedió con Aquiles: miles de años después de su posible existencia, lo seguimos cantando en los versos homéricos. Es poco probable que lo contrario suceda con Maradona. Su gloria seguirá siendo cantada por las generaciones venideras y su muerte física será remediada por la maravillosa actividad creadora de la memoria que, como sabemos, conjura la inmortalidad sin entender imposiciones morales.

*El autor es licenciado en Filosofía