La ambigüedad y el mal entendido en la política: ecos de la carta de Cristina Kirchner

A 10 años de la muerte de Néstor Kirchner y a un año del triunfo electoral, la vicepresidente analizó la actualidad de la Argentina. Criticó a los empresarios, enumeró los fracasos del gobierno de Mauricio Macri y pidió un acuerdo con todos los sectores “políticos, económicos, mediáticos y sociales”

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Al cumplirse 10 años de la muerte de Néstor Kirchner, Cristina publicó una carta en su Facebook donde llamó al diálogo de todos los sectores políticos, , económicos, mediáticos y sociales
Al cumplirse 10 años de la muerte de Néstor Kirchner, Cristina publicó una carta en su Facebook donde llamó al diálogo de todos los sectores políticos, , económicos, mediáticos y sociales

El consultor Rosendo Fraga solía referir a los tiempos de la política gestual donde sacarse una foto se transforma en un hecho político o en una razón de Estado.

En similar línea podría hablarse de la política ambigua. A veces, la ambigüedad se expresa en los hechos mismos a través de un modo oscilante de hacer política. Pero también discursivamente, cuando se emiten mensajes para cuya cabal comprensión resulta imperativo recurrir a un arte adivinatorio.

La hermenéutica es la disciplina vinculada al arte de traducir, interpretar o desentrañar el sentido de una comunicación. Para tal fin se vale del análisis y de la conjetura.

Desde que Cristina Kirchner publicó su carta donde convoca a una acuerdo amplio corrieron ríos de tinta interpretativos tratando de elucidar qué quiso decir, a quién le habló o si debería o no creérsele.

Originariamente la hermenéutica se ocupó de la exégesis de los textos sagrados. En tal sentido, algunos mitos griegos como el de la esfinge y el oráculo podrían resultar sus antecedentes. Tanto la hermenéutica como el oráculo presuponen que lo expresado de modo literal resulta insuficiente para su compresión plena.

Aquel origen que entrama al mito oracular con lo hermenéutico conduce a pensar algunos paralelismos entre agrupaciones políticas y religiosas. En efecto, cuando los movimientos políticos pretenden trascender las fronteras de lo partidario para auto proclamarse como cofradías humanas movidas hacia fines superiores, la palabra del líder se inviste de cierto manto cuasi sagrado. Pero lo singular es que tal carácter adquiere más sentido por su resonancia que por su precisión. Por supuesto, a veces el mensaje del conductor político marca un rumbo preciso. Pero no es menos cierto que, en otras ocasiones, lo transmitido por ese líder se asemeja a un jeroglífico que cada quien (seguidores y opositores) deberá descifrar recurriendo al trasfondo de una ideología.

En un clásico y divertido ejemplo de enseñanza de los signos de puntuación alguien deja un testamento donde se invocan posibles herederos. El problema es que el texto está escrito sin ninguno de aquellos signos. Cada virtual heredero puntúa entonces el testamento de modo tal que resulta ser el único elegido, mientras que los demás quedan excluidos. La carta de Cristina representa un símil elocuente de esa historia: cada integrante del gobierno y de la oposición prefirieron interpretarla conforme a su conveniencia.

Más allá de otras definiciones y relatos, Cristina Kirchner refirió a la imperiosa necesidad de un acuerdo político, económico, mediático y social. No es cuestionable que un camino de acuerdo comience con una declaración de intenciones. El problema es si se quedará solo en eso. Ante la gravedad y urgencia del asunto no resulta desatinado requerir precisiones. Esto supone explicitar quién convocaría, quién sería convocado, dónde y cuándo ocurría el encuentro y cuál es el esbozo de la agenda a tratar.

En un clásico tratado sobre la dimensión pragmática del lenguaje, el filósofo inglés Austin señalaba que las palabras no son meros entes discursivos sino auténticos actos que producen efectos. En ese sentido, no cabe duda que la carta de Cristina produjo una catarata de efectos. El problema es si esos efectos incluirán el mentado acuerdo político.

En su teoría sobre el doble vínculo el psicólogo Gregory Bateson denomina prescripción paradójica a una orden imposible de realizarse porque encierra auto contradicción. Sentencias como “te ordeno que seas independiente” o “no leas esta frase” son ejemplos simples de prescripciones paradójicas.

Emparentada con la prescripción paradójica se encuentra la psicología inversa, una técnica manipulativa que consiste en pedirle a alguien que realice algo para que termine no haciéndolo o haciendo algo diferente.

Entre los ríos de tinta que corrieron en los últimos días alguno parecía invocar la prescripción paradójica y la psicología inversa. El argumento era el siguiente: “Cristina desliza querer empoderar a Alberto negando tener influencia sobre él, pero a la vez le sugiere que debería (¿quién sino él?) convocar al acuerdo. Pero si Alberto lo hiciera demostraría que Cristina lo influye. Entonces para demostrar su independencia, Alberto no debería hacerlo. Ergo: Cristina más que buscar el acuerdo lo que pretendería es obturarlo”.

Lo anterior ilustra tanto una posibilidad como un vicio típico del análisis político. Esto es: pasarse de revoluciones en el arte de elucubrar e interpretar. Quizás detrás de ese vicio se esconda otra debilidad analítica: suponer que cualquier declaración de un político poderoso representa un acto de exquisita y/o maquiavélica estrategia. Aunque tales virtuosismos existen a veces; otras, no son más que mero discursivismo catártico e inconducente.

En su tratado “En defensa del sentido común y otros ensayos” el filósofo George Moore advierte contra las trampas de las palabras en el pensamiento filosófico. La siguiente sentencia irónica resume parte de ese ideario: “Algunos filósofos dicen que el tiempo no existe: ¿tratan de decir que no desayunaron antes de almorzar?”.

El sentido común (al margen de que sea o no el menos común de los sentidos) es una herramienta de análisis tan simple como poderosa. Su operatoria es minimalista. En el caso que nos ocupa solo se trata de pensar qué es lo que se hace o se haría si se opera desde su perspectiva. Concretamente, supongamos que Cristina Kirchner efectivamente hubiera concluido sobre lo perentorio de un acuerdo político y sobre la genuina necesidad de realizarlo. ¿Qué se supone que haría? ¿Emitir un discurso al viento o hablar con quién debe hablar para pasar a la acción? ¿No haría lo último cualquier persona mínimamente razonable animada por aquel propósito?

El sentido común más básico indica también algo ya advertido por varios analistas: si se está dispuesto a propiciar un acuerdo lo último que debería hacerse es descalificar a quien se invita a acordar.

En síntesis, cuando existe una real vocación de acuerdo se enuncia el qué, el cómo, el cuándo y el para qué pero, además, se propicia deponer todo aquello que podría haber generado el desacuerdo que se desea superar. En términos de sentido común, se dice lo que hay que decir.

Quien escribe está líneas recuerda un episodio donde la frase de un profesor abrió una perspectiva tan simple como contundente; tan cercana al sentido común: “Sabe, si Ud. tiene algo que decir no dé más vueltas; ¡simplemente va y lo dice!”.

Lo mismo cabe para la comprensión de un mensaje que no termina de comprenderse. A veces el modo de aclarar su sentido es consultar directamente a su autor qué es lo que realmente quiso decir. ¿No sería lógico entonces preguntarle a Cristina Kirchner a qué se refiere concretamente con el acuerdo político propuesto en su extensa y elíptica carta? ¿Sería mucho preguntarle cuáles considera que deberían ser los pasos concretos a seguir? Porque como decía aquella proverbio tan cercano al sentido común que resonaba en la infancia “¿Si uno no pregunta cómo aprende?” .

Y si la Esfinge prefiriera no responder o insistir en hacerlo en códigos cifrados acaso haya que ir atendiendo a otras voces, capaces de propiciar rumbos más precisos y con tonos menos confrontativos.

PD: En alguna versión de la historia del testamento aparece un último personaje: el Juez. Éste puntúa el texto de forma tal que ya no queda ningún legítimo heredero. Entonces, en nombre del Estado, incauta la herencia dejándola para su propia administración. Extraños suelen resultar a veces los caminos de las casualidades.

*El autor es consultor político y titular de Federico González y Asociados

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