El consenso de la carta de CFK debe incluir la política exterior

No hay salida para la Argentina sin una inserción de corto y mediano plazo realista y puesta al servicio de alejarnos del averno

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La vicepresidenta Cristina Kirchner
La vicepresidenta Cristina Kirchner

Una lectura de la carta recientemente publicada con la firma de la vicepresidenta viene generando un amplio debate en los círculos informados y politizados de la Argentina. Más allá de las críticas y chicanas a actuales aliados de su coalición y a rivales políticos pasados y presentes, así como al empresariado, medios de comunicación, etcétera, la clave y núcleo de la misiva es la convocatoria a una unidad nacional para afrontar la mega emergencia económica y social. La combinación letal de ser uno de los países con mayoría caída de PBI en el mundo y también en los primeros puestos de infectados y muertos por Covid-19 en relación al número de la población se superpone con la ausencia del monopolio del uso de la fuerza del Estado en zonas tan diversas como Río Negro, Guernica, Entre Ríos, etc. También estudios privados calculan que para fin de año tendremos más de 6 millones de argentinos desempleados o con situaciones de cuasi desempleo.

¿Esto es compatible con la visión de la política como un campo de puja, fricción y conflicto como forma de conservar y acumular poder? Así lo afirmaba Ernesto Laclau, en su oficina en el Reino Unido, desde la izquierda del campo ideológico y tan repetido por el kirchnerismo, algo que tomó prestado de un pensador de la derecha dura como lo fue Carl Schmitt, con sus influyentes obras de los años 30 en la Alemania Nazi sobre las virtudes del decisionismo, del estado de excepción y la disfuncionalidad de las prácticas republicanas y democráticas liberales. ¿Esto ha llegado a su fin dada la realidad apocalíptica socioeconómica que afronta el país? ¿El fantasma de pasar del vamos por todo al se quema todo operaría en este sentido? Más aún cuando en las elecciones 2019 no parece haber habido un mandato de hacer populismo cavernícola como se ve en otras zonas del mundo.

Por ello mismo, el kirchnerismo buscó articular una coalición con un pro capitalismo y pro mundo Occidental como Massa y con un dirigente de perfil fuertemente crítico a Cristina Fernández como fue el actual Presidente entre el 2008 y el 2018. Aún así y sumando todo lo diverso, se llegó a solo una primera minoría con el 48% y una segunda minoría opositora con el 41% y con victorias en los principales centros urbanos del país. En otras palabras, la elección la definieron personas pensando más en la heladera y llegar a fin de mes que en debates ideológicos y filosóficos abstractos. Los más escépticos asumen que esta convocatoria sorpresiva a la unidad nacional y al diálogo no es más que una tregua.

Esconder por unos meses a Schmitt hasta que se modere el maremoto y el heterogéneo oficialismo se sienta más cómodo con vistas a las elecciones legislativas de 2021 y luego retomar la agenda épica. Una mirada a la experiencia de las ultimas dos décadas daría más argumentos a los mal pensados o escépticos. El matiz podría ser también que jamás la Argentina enfrento una crisis de esta magnitud y nunca su tejido social estuvo más desgarrado y sus arcas más vacías. En otras palabras, si además de políticos tenemos al menos un pequeño puñado de estadistas en el oficialismo y en la oposición, habría una realidad imperiosa de sorprender a la sociedad y al mundo haciendo las cosas de manera racional y patriótica.

Un elemento clave en este camino hacia espacios de acuerdos básicos y pragmáticos es sin duda el plano de la política exterior. No hay salida para la Argentina sin una inserción de corto y mediano plazo realista y puesta al servicio de alejarnos del averno. Una mirada a los últimos 11 meses nos muestra en malas o frías relaciones con todos nuestros países vecinos y en especial con la principal potencia regional y socio comercial como es Brasil. Lo mismo en el caso de los EEUU, sin poder atribuirlo solamente a la presencia de Trump dado que durante el período Obama-Biden (2009-2017), las cosas no anduvieron mucho mejor que digamos. Para la tribuna de la minoría de izquierda intensa que esta dentro de la coalición gobernante está bueno el discurso de mostrar a Biden como casi un bolivariano y a Arce el próximo presidente boliviano como un dócil discípulo de Evo Morales. La realidad es sustancialmente diferente.

No está mal que los líderes argentinos motiven a sus seguidores, la clave es que ellos no se lo crean. En otras palabras, nuestro país necesitará un Ministerio de Economía y una Cancillería en plena sintonía y sin trabas o taras ideológicas, sentidas o actuadas, que acompañen los esfuerzos en el plano doméstico. La defensa simbólica de Maduro y de Cuba puede tener atractivo para las minorías intensas, usualmente no peronistas, pero poco aportan a las soluciones materiales y concretas del país. La fascinación de ver a China como un gran Papá Noel y que de paso se puede usar para un relato anti americano, dista de ser el camino adecuado. El vínculo con Beijing debe ser intenso y metódico y verlo como clave en la matriz de exportaciones argentinas y de recepción de inversiones. Pero siempre recordando que el más grandote del barrio en el hemisferio americano es y será por un buen tiempo los EEUU y que en la nueva Guerra Fría, el país latinoamericano que haga de abre puertas irrestricto de China deberá sopesar la respuesta de Washington. Una Casa Blanca con Trump o con Biden no tendrá el mix de indiferencia y paciencia que tuvieron George W. Bush en la Cumbre de Mar del Plata de 2005 y con el alicate a las valijas militares americanas en Ezeiza en 2011. En otras palabras, la política exterior debería dedicarse a buscar soluciones materiales y rápidas a la emergencia Argentina y no a dar letra a relatos.