La inercia de viejos debates ha momificado nuestro desarrollo

El problema de la Argentina es claramente político, porque no se logra alcanzar un nivel de concertación que permita impulsar un nuevo modelo virtuoso donde todos mejoren sus posiciones

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EFE/Juan Ignacio Roncoroni
EFE/Juan Ignacio Roncoroni

Muchos argentinos nos preguntamos cómo debería implementarse el objetivo presidencial de poner a la Argentina de pie, en estos volátiles tiempos de intensos cambios geopolíticos y de pandemias recurrentes. Por ahora sólo se observan medidas aisladas en el campo financiero, mientras se preparan diversos planes ministeriales que aún no impactan en la realidad. Muchas manifestaciones populares, de uno u otro signo, nos revelan que hay múltiples malestares que aquejan a toda la sociedad. Las marchas críticas, pero también las de apoyo al gobierno, son igualmente difusas en sus objetivos, que parecen ser muy variados. La representatividad de toda la clase política está nuevamente en observación debido a las perennes dificultades para cumplir promesas electorales o simplemente porque no se ve un panorama alentador.

Las triunfantes coaliciones electorales no se transforman fácilmente en coaliciones de gobierno, por la existencia de múltiples fracciones internas que no siempre trabajan en conjunto o tienen idearios muy divergentes. Inclusive se ocultan diferencias que se espera zanjar más adelante. Otro problema visible es que hay mucho debate político bastante alejado de los problemas y necesidades populares. Un tema recurrente pasa por el escaso tiempo del cronograma electoral bianual, que no permite realizar un proceso de crecimiento y distribución, ya que en cualquier país del mundo, para las épocas electorales se necesitan siempre buenas noticias, hoy difíciles de encontrar.

Las visiones ideológicas extremas liberales o estatistas han pasado de moda, salvo en Argentina. Ahora el mundo trabaja en redes colaborativas (internas y externas) que permitan sinergia para el poder nacional. Parte de nuestros problemas se mantienen por la inercia de los viejos debates que desde hace décadas no han podido zanjar cosas básicas, como el problema de la restricción externa; y han momificado el desarrollo y el bienestar general.

El problema argentino trasciende al debate económico, aunque éste sea la madre de todas las batallas cotidianas. El problema es claramente político, porque no se logra alcanzar un nivel de concertación que permita impulsar un nuevo modelo virtuoso donde todos mejoren sus posiciones. Ese nivel de acuerdos básicos parece hoy inalcanzable porque hay fuerzas enmascaradas que siempre obstaculizan la unidad nacional, ya sea por ideología o por intereses materiales.

En el período democrático la pobreza avanzó de un 20% hasta el nivel actual que supera el 50%. Desde el 2001 en adelante la tasa de trabajadores formalizados activos está decayendo de un 80% a los actuales valores inferiores al 50%. Índices inobjetables que indican el fracaso relativo de casi todos los gobiernos; aunque ninguno lo haya reconocido. Fracasos derivados de las rígidas miradas ideológicas de ciertos dirigentes que obstaculizan la perspectiva estratégica y los procesos de cambios globales. El gobierno de Mauricio Macri creyó que seguía la globalización de los años 90 y no entendió los cambios que estaban ocurriendo dentro de los EEUU. El gobierno de CFK se detuvo demasiado en Venezuela y Cuba, sin tener conciencia de que esos países sólo se sostienen porque son piezas del ajedrez geopolítico y no por la bondad intrínseca de sus regímenes o de sus sufridos pueblos.

Sin embargo pocos miraron en detalle al proceso boliviano, que adoptó un mecanismo económico eficiente mientras desarrollaba su doctrina plurinacional, sólo aplicable en Bolivia. Es que durante los 14 años de Evo primó una alianza estratégica entre el polifacético MAS y la clase pudiente y emprendedora de Santa Cruz de la Sierra; los cruceños, equivalentes a nuestra Patria Sojera, que expandieron la frontera agropecuaria y hoy Bolivia es el cuarto productor sudamericano de cereales. También Bolivia aplicó una política petrolera que le permitió participar de las ganancias de la extracción y comercialización del gas, con lo cual distribuyó beneficios sociales. Asimismo su desarrollo en la extracción y elaboración del litio con empresas chinas y alemanas fue importante y parte de las complicaciones externas que tuvo Evo Morales.

En Argentina, hay insatisfacción e impaciencia popular por la falta de algunos resultados concretos, más que por ciertos fracasos. Mientras amplios sectores de la clase media baja entran al circuito de la pobreza, el Estado trata de sostener a los más excluidos para que no sigan cayendo aún más. Un círculo vicioso, producto de una estrategia de contención de la pandemia demasiado larga, que ha destruido las bases económicas de vastos sectores. Aun quedan partes de la clase media, precisamente aquella oscilante en los procesos electorales, conformadas por ciudadanos de origen radical, peronistas y muchos independientes sin orientación definida, que esperan que el gobierno de Alberto Fernández encuentre un rumbo para poner a la Argentina de pie. Pero no hay mucho tiempo.

Estos sectores son en su mayoría emprendedores, profesionales independientes, empresarios pymes o medianos. Pueden sobrevivir pero no les alcanza. Algunos están en el interior del país. Otros se relacionan con las actividades agroindustriales exportadoras. Todos ansían el progreso para ellos y sus hijos. Son el sector capaz de invertir y producir y actualizar tecnológicamente al aparato productivo. Pero necesitan un horizonte creíble. No sólo medidas que pueda dictar el Ministro de Economía. Su mirada va mucho más allá. Necesitan ver y creer en un plan integral que abarque a todos los poderes; no solo al Ejecutivo, porque están preocupados por la situación social, y piensan que esa es la tarea de toda la política; no solo del acierto circunstancial de un ministro en particular.

Son varias las necesidades actuales: actualizar tecnológicamente todo el aparato productivo, en el marco de la aceleración mundial de la cuarta revolución industrial; preservar el empleo de bajo nivel tecnológico para mantener la tranquilidad social y sostener económicamente a la población; incorporar a un amplio estrato poblacional al mundo globalizado, produciendo competitivamente todo tipo de bienes y servicios; el Estado debe ser eficiente y brindar servicios de alta calidad, pero al alcance de toda la población para lograr mayor igualdad social; la educación útil debe intensificarse y ajustarse especialmente para permitir el asenso social de los más rezagados; la seguridad debe resolver democráticamente los graves problemas que acarrea el creciente crimen organizado. Estos objetivos obvios lo son para cualquier gobierno, sea de China, Alemania, Finlandia o Bolivia y debería haber un amplio consenso sobre estos temas.

Lo que existen son divergencias en cuanto a los caminos a tomar. El mundo observa la acción de gobiernos muy democráticos y otros bastante autoritarios, algunos llegando a ser dictatoriales. Hay capitalismos de Estado y capitalismos muy liberales. Se puede enarbolar banderas comunistas, socialistas, socialdemócratas, democristianas, nacionalistas, y algunas más; pero en esencia todas compiten por aumentar el poder nacional y evitar en todo lo posible que les sucedan conflictos sociales, étnico o religiosos internos. No siempre lo logran y así pierden su eficiencia en lograr sus objetivos. Argentina es un ejemplo clásico de ello: sus peleas internas la desgastan y agotan. No hace falta echarle la culpa a ningún agente externo. Simplemente, se derrota a sí misma.

Para encarar el objetivo presidencial, el primer paso es conducir un proceso interno de hermandad nacional y ponernos de acuerdo en un programa común. Los actores ideales para lograrlo no serían aquellos que profesan extremos ideológicos o alientan grietas políticas; sólo hace falta la voluntad de fuerzas convergentes que crean en los acuerdos sociales. Un programa aceptado por las mayorías sería como una doctrina que une a los argentinos. Al igual que en Bolivia, las decisiones públicas deberían incorporar la participación y los conocimientos de los actores de la economía real, sin inviables estatismos y con mercados trabajando en sinergia con el Estado, pero para expandir la economía y el empleo.

En China, durante el período de Deng Xiao Ping muchas empresas estatales fueron concesionadas o cedidas gratuitamente a operadores privados, que debían cumplir los objetivos que les fijaba la planificación del Estado: aumentar las exportaciones, incorporar tecnología moderna para sus procesos industriales, mejorar la calidad de vida de sus obreros y empleados. En nuestro caso habría que agregar el expandir el nivel de empleo. Una excelente política distributiva consistiría en recuperar rápidamente los 4.000.000 de empleos perdidos en los últimos tres meses; para lo cual hay que alentar la inversión privada y todo tipo de emprendimiento personal. Hay mucho dinero en el mundo en busca de inversiones; sería absurdo desaprovechar esa ocasión favorable. Además una geopolítica correcta ayudaría mucho en ese sentido, pero sólo sería creíble a partir de que, previamente, hagamos los deberes internos.

La política actual está atrapada en un cuadrilátero cuya resultante de fuerzas es variable y oscilante: un núcleo chico económicamente fuerte, con escasa representación parlamentaria, pero con resortes económico financieros que pesan fuerte en los momentos de decisiones; un núcleo aparentemente de ideología de izquierda, bastante liberal en su concepción filosófica, que alienta abiertamente el distribucionismo (de bienes, dinero, terrenos y otros), pero demasiados atento a los temas electorales, que ya posee fuerte representación parlamentaria y dispone de muchos espacios gubernamentales relacionados a las fuentes de financiamiento gubernamental. Completan el cuadrado de fuerzas un tercer sector formado por la mayoría del partido radical, asociado a sectores liberales de derecha (PRO) y finalmente la cuarta fuerza, menos visible, pero actuante entre bambalinas, conformada por muchos peronistas, cuadros sindicales, intendentes y gobernadores, que añoran las buenas épocas de cierto equilibrio entre las fuerzas del capital y las del trabajo que lograba que la Argentina, al menos, progresara un poco.

La convergencia de varios de estos sectores empresariales, sindicales, y políticos, peronistas y radicales, lograría en conjunto con el gobierno de Alberto Fernández un acuerdo básico para encauzar al resto de las fuerzas a lograr una amalgama programática que empiece a dar confianza a los argentinos. Esto debe hacerse con mucha convicción y rápidamente, dejando de lado, momentáneamente, toda otra consideración secundaria a los objetivos principales descriptos. Sólo hace falta tener decisión de conducir los destinos de la Patria con claros objetivos nacionales. Tiene la palabra, Señor Presidente.

El autor es consultor en temas geopolíticos