Una nueva moneda argentina

Sugiero que, en simultáneo con la creación de la nueva moneda, el Banco Central sólo pueda emitir el dinero que la sociedad efectivamente demande para hacer nuevas operaciones económicas

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Billetes de 100 pesos argentinos (REUTERS/Agustin Marcarian/Illustration/File Photo)
Billetes de 100 pesos argentinos (REUTERS/Agustin Marcarian/Illustration/File Photo)

El economista Steve Hanke ha propuesto que la Argentina elimine el peso y adopte como moneda el dólar. Ya lo había propuesto en 1995. Más allá de ciertos disparates colonialistas, como sugerir que en la Argentina los impuestos deberían votarse en el Congreso con dos tercios de los votos, en lo que Hanke tiene razón es que sin moneda una sociedad no puede sobrevivir, porque la moneda es una medida y un código de comunicación, como el kilo o el metro. Si la medida del metro variara, las casas se caerían. La Constitución pone el valor de la moneda en el artículo sobre pesas y medidas. Por eso el peso se llama peso. Sobre esa base, antes de dejar mi banca en el Senado presenté un proyecto de ley, que todavía vive, creando una nueva moneda argentina.

A grandes rasgos, la moneda (el dinero) refleja y permite los intercambios de productos y de servicios en una comunidad. Si las preferencias de las personas por los pollos y los zapatos no cambian demasiado (por ejemplo si compran un pollo por semana y un par de zapatos por año), y la cantidad de dinero sigue la cantidad de operaciones de compra, los precios se mantienen estables. Pero si alguien falsifica billetes, manda una señal falsa, los nuevos billetes se vuelcan a los mismos bienes y los precios de los pollos y zapatos suben. Pero los precios no suben porque la gente quiera más pollos y zapatos, sino porque los pesos de los consumidores valen menos. Esa pérdida de valor de los pesos de la gente no va a los productores de pollos y zapatos, que venden lo mismo, sino que se la lleva el falsificador. Esa desvalorización del peso suelen hacerla los gobiernos y se llama inflación, que es un sistema para que algunos ganen más y la mayoría se empobrezca. Un dato al pasar: este año la cantidad de dinero fue duplicada por el Banco Central y lo malo es que estamos entrando a un proceso de alta inflación con 50% de pobreza y 4 millones de puestos de trabajo menos que hace un año. No es una crítica, sino una descripción. Por eso hay que estabilizar la economía y aumentar las inversiones para generar empleo.

Mi propuesta es una entre varias posibles. La dolarización no es buena porque le da la posibilidad de quedarse con riqueza al banco central de los Estados Unidos, en lugar de al argentino, cuando la sociedad demande más moneda que la que haya en cierto momento. Además nos ataría a la productividad norteamericana, lo cuál no es sencillo para la organización económica argentina. Por eso sugiero que el valor del nuevo peso argentino se fije inicialmente sobre la base de una canasta de monedas de países con los que la Argentina comercia, más o menos en proporción al comercio. Luego de una transición de cinco años, el nuevo peso argentino podría flotar libremente. Pero no basta con tener una moneda confiable, que es el lenguaje en el que se comunica la economía de las personas en sociedad. Además, es necesario sacar del juego al falsificador del ejemplo, de manera efectiva y creíble.

Por eso sugiero que, en simultáneo con la creación de la nueva moneda, el Banco Central sólo pueda emitir el dinero que la sociedad efectivamente demande para hacer nuevas operaciones económicas. Y es indispensable que, al mismo tiempo, los gobiernos asuman el compromiso de no gastar en el largo plazo más de lo que recaudan de impuestos. Cuando los gobiernos son solventes en el largo plazo, no le trasladan sus crisis a la sociedad, como lo hizo la Argentina en las enormes crisis recurrentes (últimamente en 1989, 90, 91, 2001, 2018 tras un proceso desde 2011 y ahora), que empobrecieron miserablemente a los argentinos y destruyeron a sus empresas.

Un plan de estabilización ha pasado a ser condición del crecimiento y de la generación de trabajo, que es el primer dignificador de las personas, como dice el Papa. Su clave es generar confianza y para eso se requiere un discurso que apoye la inversión, un acuerdo político que permita cambios de fondo en materia de gastos, impuestos y distribución entre nación y provincias y una práctica económica seria y previsible.

El autor fue presidente provisional del Senado (Juntos por el Cambio)