La culpa es del otro

Siempre hay un otro que tiene la culpa. Solo se trata de encontrar a quien hacer responsable de todo lo que nos pasa. Esto está sellado a fuego en el catecismo K

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Santiago Cafiero y Alberto Fernández (Presidencia)
Santiago Cafiero y Alberto Fernández (Presidencia)

La culpa es hoy de la oposición que dispara de manera salvaje sobre un gobierno elegido y, obviamente, como siempre, también de los medios. Desde este poder coordinado se manipula la cabeza de la gente y se la hace entrar en el convencimiento de que todo está mal. Es más: se la eyecta a las calles, sin barbijo y banderazo en mano para aporrear cacerolas con evidente actitud destituyente.

En el “estar íntimo” de Olivos la lectura acerca de lo que ocurre es absolutamente lineal, sin margen de discusión alguno.

Se admite que el Gobierno enfrenta una situación complicada, que el momento es difícil, pero se atribuye esta adversidad a sectores de Juntos por el Cambio que apuestan a desestabilizar. De acuerdo a esta mirada, el poder mediático está jugando muy sucio en tándem con una oposición, a la que consideran feroz.

Los halcones cambiemitas y los medios son hoy, para Fernández y su núcleo duro, los ejes del mal. Desde estos sectores, dicen, se trabaja duro fogoneando la división y la grieta. Se considera que el Gobierno es víctima de un entramado siniestro, de un relato maléfico que hilvanan sin pausa alguna las redes y los operadores mediáticos. Echale la culpa a las fake news. Misinformation and disinformation a más no poder.

El Jefe de Estado lo puso en palabras este miércoles. Dijo que estos sectores “maltratan a la democracia” a través de “posturas muy extremas”.

“No tengo ganas de pelearme con los medios, los periodistas o los locos que piensan que la Argentina, después de todo lo que vivió, puede adherir a la idea de desestabilizar la democracia”. Un combo demoníaco según parece.

Los allegados a la intimidad albertista cierran filas en torno al Presidente. Consideran que el Gobierno ha sido “razonablemente exitoso” en la gestión de la pandemia y la renegociación de la deuda pero que estos méritos no son reconocidos. Sostienen también que hay tiempo por delante, que hay mucho por hacer y ven luz en el horizonte de la reactivación económica, pero advierten acerca de una oposición cerril dispuesta a enrarecer el clima. Eso es lo que ven. No mucho mas allá. Cero autocrítica.

Quienes miran la realidad desde este ángulo admiten, no obstante, que el oficialismo enfrenta algunos problemas de comunicación.

El hecho de “no poder ocupar la calle” es vivido como una dificultad casi insalvable. “No podemos matar el propio relato” argumentan. Se refieren al “quedate en casa” que baja desde el discurso pandémico. La gente “de bien” tendrá que esperar para salir a apoyar.

En voz algo más baja, los más próximos a Alberto dan a entender que “CFK es nuestro talón de Aquiles”. Esta idea también admite un reverso. Reconocen que la Vicepresidente tiene un contundente peso electoral propio. Hay una mayoría que votó al Frente por ella y solo por ella. Es la dueña y señora de esos votos y tiene todo su derecho en hacerlo valer.

Así lo entiende el mismísimo Alberto y su desafío es hoy mantener viva la coalición con Cristina adentro. A eso se comprometió. “Nunca me voy a pelear con Cristina” es el mantra presidencial. Está cumpliendo.

Con algo más del 30% de los votos, frente a un magro 16% del resto del mundo al interior del Frente de Todos, el kirchnerismo impone sus razones en toda la traza. Fernández tiene también su propio cepo.

La idea de un encendido grupo de peronistas, entre los que se cuentan varios intendentes y gobernadores, que se proponen “rescatar al soldado Alberto” del planeta K para acercarlo a una realidad pejotista no parece destinada precisamente al suceso.

Los que motorizan esta iniciativa no resisten en soledad la impronta de la administración Kicillof. Coinciden en su aversión a todo lo que huela a Axel con los intendentes de Juntos por el Cambio. Acusan al Gobernador de llevar adelante una gestión fría y distante. Dicen que el Gabinete se parece a una estudiantina y que el ex ministro de Economía es centralista y negador de la autonomía municipal.

Todos ven en Kicillof a una avanzada de los sectores del kirchnerismo duros sobre los grandes distritos del conurbano. Sostienen que La Cámpora ya fue por las cajas y ahora va por el territorio. Las próximas elecciones, en las que buena parte de los jefes comunales no pueden ir por la re-re, es una oportunidad que los herederos de CFK no están dispuestos a dejar pasar. Por todas estas razones permanecen en tensa vigilia dispuestos a presentar batalla.

No les será nada fácil. La primera escaramuza ya la sufrieron en carne propia los intendentes opositores que llegaron a sentarse en las transmisión oficial para respaldar al Presidente frente a la revoluta policial y terminaron poniendo la cara la quita del 1.18 de coparticipación a la Ciudad.

Se supone que Axel Kicillof era el encargado de avisarles a qué iban. Lo vivieron como un engaño. La tarde casi termina a las piñas cuando Jorge Macri, Intendente de Vicente López, le recriminó al Gobernador la emboscada y este le devolvió una ironía.

Dicen que Alberto los llamó uno por uno y se fue en disculpas. Todo muy lindo pero “marche preso”.

“Nos encontramos frente a un hombre que ya entregó todo”, dicen los más delicados. Asimilan a Alberto Fernández con el regreso del hijo pródigo. Alguien que vuelve vencido a la casita de los viejos. Literal.

Tampoco es buena la relación del kirchnerismo duro de la provincia con los movimientos sociales. La organización aspira a quedarse también con el enorme capital de votos que manejan los piqueteros que ahora son funcionarios. En la mira, el Movimiento Evita, con el Fernando “Chino” Navarro a la cabeza. Berni los acusa de la toma de tierras. A los intendentes del propio palo les endilga otra culpa: motorizar la protesta policial. También en el Gran Buenos Aires, todo tiene que ver con todo.

De todos modos, nadie parece dispuesto a “incendiar la pradera”. Al menos, no por ahora. Tiempo al tiempo.

La crisis cambiaria que nos pone en las puertas del abismo de la devaluación también encuentra responsables por fuera de quienes toman decisiones.

Para el jefe de Gabinete de Ministros hay una “pulsión” malsana que nos lleva a los argentinos acumular billetes verdes. Santiago Cafiero esgrimió una fundamentación casi psiquiátrica para explicar a los acumuladores seriales de divisas, los “pícaros” según Fernández, a quienes se atribuye estar hundiendo al país al saquear los bancos para hacerse de 200 dólares al mes conforme a la explicación oficial.

Algo está claro: nadie parece reparar en el hecho de que lejos de poder ahorrar, millones los argentinos correr a comprar el oficial para revender en las esquina el blue, en orden a hacerse de la diferencia de unos pocos miles de pesos devaluados para estirar el IFE, la jubilación subsahariana o lo que se tenga a mano para llegar hasta la próxima dádiva estatal.

Las cotidianas diatribas oficiales la emprenden contra todos y todas desconociendo el terrible padecimientos de los que en estos diabólicos meses de la pandemia no solo perdieron la libertad ambulatoria o la salud sino también el poder adquisitivo cuando no el trabajo y los ingresos.

Solo una voz sensata entre tanto barullo, la de la vicejefa de Gabinete, Cecilia Todesca: “Nosotros no creemos que una persona que compra dólares no quiera a su patria, no son antipatria...si no recomponemos la soberanía de nuestra moneda, la macroeconomía se torna inviable. Se agradece”.

La palabra de la semana fue sarasa. Cualquiera sea el contexto en que el ministro Guzmán haya usado esa expresión, el blooper pegó fuerte porque trajo al primer plano un remanido recurso de nuestra clase dirigencial: el saraseo.

Se sarasea para ganar tiempo, para patear la pelota afuera, para distraer de lo esencial, para sacar el foco de la realidad. La sarasa remite a un discurso insustancial, vacío de contenido, vacuo. Saraseando se corre el eje.

Hay muchas acepciones de la expresión sarasa pero la más ajustada en este contexto es la que hace referencia a un conjunto de palabras sin sentido que carecen de correlato o conexión con la realidad. Vamos de sarasa en sarasa.

La distracción del ministro frente a un micrófono abierto habilitó un debate acerca de inquietante devaluación que está sufriendo la palabra oficial. A fuerza de insistir en relatos salvajes, contradicciones y chamuyos, zanatas y saraseos, todo se pone en duda.

La supuesta desconexión a internet que promocionó a pornostar al inefable diputado Ameri sumó carga viral a otro de los peligrosos males del momento: el descrédito de la política. Un invalorable aporte del patético sex-symbol salteño al “que se vayan todos”.

La rápida reacción de Sergio Massa no logró mitigar la sensación de que estamos en manos de quién sabe quién. ¿Quiénes son realmente las decenas de diputados que están sentados en nuestra bancas? ¿En qué están pensando o qué están haciendo mientras discuten acerca de nuestra vida y nuestros bienes? ¿A quiénes tienen sentados sobre la falta los que votan nuestras leyes?

En el peor de los momentos. Cuando nos acercamos al ojo de la tormenta. Cuando se cruzan el pico de la pandemia, el colapso en varios distritos del sistema sanitario, una crisis cambiaria que nos pone de frente al abismo devaluatorio y cuando los datos de desocupación y pobreza estremecen al más insensible, sigue el carnaval carioca en la cubierta del Titanic.