Hay que salir del agujero interior

De lo que se trata ahora no es de insistir con el “qué está pasando”, sino de avanzar y dilucidar "cómo lo solucionamos

Compartir
Compartir articulo
FOTO DE ARCHIVO: Una bandera argentina flamea sobre el Palacio Presidencial Casa Rosada en Buenos Aires, Argentina 29 octubre, 2019. REUTERS/Carlos Garcia Rawlins
FOTO DE ARCHIVO: Una bandera argentina flamea sobre el Palacio Presidencial Casa Rosada en Buenos Aires, Argentina 29 octubre, 2019. REUTERS/Carlos Garcia Rawlins

Como buen país freudiano, la Argentina está sobreanalizada. El diagnóstico está más que claro, ya es redundante: una economía estancada, instituciones públicas que no generan confianza de ningún tipo, un sistema educativo obsoleto y una ausencia de políticas de Estado en cualquier área. De lo que se trata ahora no es de insistir con el “qué está pasando”, sino de avanzar y dilucidar “cómo lo solucionamos”.

Un primera señal sería establecer un consenso político alrededor de dos imperativos: hay que respetar las reglas y el país debe tener una justicia autónoma, que no distinga entre el hijo de la ministra y la hija del laburante. Eso es igualdad, cuando el poderoso tiene los mismos derechos que la mayoría. Sin amiguismos ni privilegios. La Justicia no puede ser la caja negra de la democracia. Operadores, “carpetazos”, sesiones tramposas, allanamientos irregulares, nombramientos a dedo y reformas “cesaristas”: hay que cerrar los sótanos de nuestra república y resguardar a la justicia de cualquier atropello político. Su independencia y el equilibrio de poderes son innegociables.

Cualquier aspiración hegemónica debe ser frenada. El pluralismo es la base de nuestro contrato social. Las diferencias se tienen que dirimir dentro del sistema de partidos, donde existen normas para la convivencia y la alternancia en el poder. Esta concepción, que el Presidente parece estar olvidando en las últimas semanas, permite que se desarrolle una disputa entre adversarios, no entre enemigos. Los conflictos son parciales en vez de absolutos. No hay que eliminar al otro, sino superarlo por la vía electoral.

Y la economía debe ser un ciclo virtuoso. Mientras el kirchnerismo continúa enfrascado en dicotomías inútiles como “Estado vs mercado”, “empresarios vs trabajadores” e “industria vs campo”, el capitalismo cognitivo avanza sin pausa en todo el mundo. Y nosotros seguimos quedándonos afuera del progreso. En vez de sintetizar energías, el Gobierno inventa peleas estériles para una pequeña tribuna de fanáticos. Como dijo el economista de la Universidad Torcuato Di Tella, Eduardo Levy Yeyati, el oficialismo parece empecinado en un modelo de pobreza inclusiva. Así, el futuro se empequeñece cada día más para la Argentina.

Aunque ciertas minorías la nieguen, la globalización es un hecho concreto; el Covid-19 lo demostró. Hay que ser más humildes y buscar la forma de integrarnos de manera inteligente al escenario global. No se trata de crear un mundo para la Argentina, sino una Argentina para el mundo. Relaciones bilaterales estratégicas, seguridad jurídica para los inversiones, un marco legal moderno y previsibilidad son señales que tenemos que brindar urgente si no queremos quedarnos afuera de la época.

No podemos pensar más la inclusión en el siglo XXI con los lentes de hace cincuenta años. El planeta cambió y Argentina, aunque le cueste a algunos, permanece –por ahora– dentro de él. Las TICs, el teletrabajo, la inteligencia artificial son herramientas que abren un campo laboral casi infinito. El desafío que tenemos aquellos que nos dedicamos a la función pública no es negar esa realidad, sino garantizar que nadie quede afuera de ella. El Estado tiene que defender la igualdad de oportunidades, no de resultados. Estar ahí presente para empujar y asegurar que todos tengan una salud y una educación públicas de calidad para desarrollarse.

La “esfuerzocracia” es lo que hizo grande a este país. Sí, el sudor de dejar todo cada día. De evolucionar a través del estudio, el trabajo y el sacrificio. Que desarrollarnos no nos dé culpa, sino al contrario: orgullo. Es el legado que nos dejaron nuestros abuelos inmigrantes y tenemos que defender. ¿Cómo? Con una educación pública de calidad. En la escuela se juega una de las batallas más fructíferas de la Argentina. Si no logramos poner en valor el conocimiento y demostrar que, a través de él, se puede prosperar, vamos a perder esa sociedad mesocrática que nos caracterizó durante más de cien años y fue un faro para la región.

Pero el país está al revés. Se quedan los corruptos y se van las empresas y aquellos que invierten y generan trabajo. Según el presidente de la Cámara baja, los que están presentes físicamente son los “ausentes”. La ministra de Seguridad afirma que usurpar tierras no es ilegal. Y para rematar: nuestro Presidente afirma que el mérito es un verso y que le da vergüenza la opulencia de Capital Federal, por eso, semanas después, le quita un 1% de coparticipación. Una de los pocos distritos que funciona en el país es castigado, justamente, por eso, porque crece y progresa. Inexplicable. A veces, Macondo nos queda chico.

Sin duda, estamos en un momento tan difícil como bisagra. Nuestro país está en riesgo. Las libertades y los derechos –individuales y colectivos– que tanto nos costaron, hoy están amenazados. El destino nos está poniendo a prueba. Y la resignación no es una opción; más que nunca tenemos que poner nuestra energía en construir un futuro posible para la Argentina con métodos diferentes a los de las últimas décadas.

El autor es subsecretario de Cooperación Urbana Federal del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, autor del libro “La Revolución de los Municipios” (2019)