Degradados

No es serio. La clase dirigencial en Argentina, no es seria

Compartir
Compartir articulo
El ahora ex diputado Juan Ameri, quien presentó su renuncia al cargo tras el escándalo
El ahora ex diputado Juan Ameri, quien presentó su renuncia al cargo tras el escándalo

Seguramente la anécdota del diputado Juan Ameri, besando los pechos de una dama en plena sesión virtual de la Cámara de Diputados, quedará en la historia como la más bizarra de las situaciones vividas en el Congreso, en toda la historia. Pero no por ridícula deja de ser unas más. Gente dormida, sesiones maratónicas de toda la noche en las que los legisladores que hacen uso de la palabra hablan solos, porque casi todos los demás se fueron, incontables hechos de degradación.

La “saraza” (o como se escriba) del Ministro de Economía, el “me quiero ir” de otro ministro hace un tiempo y tantas otras ocasiones en que, si no se tratase de gente que juega con nuestros destinos sería gracioso, se inscriben dentro de la misma lógica ridícula. También los ex jueces que bailan en televisión después de haber tenido en sus manos muchas de las causas mas importantes de la Argentina.

No es serio. La clase dirigencial en Argentina, no es seria. Dejan la sensación de que pugnan por el poder al solo efecto de darse gustos extravagantes. La sociedad mira. Muchas veces el asombro acalla la indignación, que es enorme. Como el ridículo no encuentra límites, la capacidad de asombro que creímos perdida por saturación, siempre se renueva en un punto mas alto. ¿Qué vendrá ahora?

El origen de todas estas cosas y tantas más, está centrado en la total y absoluta separación que existe en nuestro país entre la sociedad política y la sociedad en general. Existe un muro de concreto entre ambas. La lógica democrática implica que alternadamente, miembros de la sociedad civil agrupados, administran los asuntos de todos en figurada representación del resto.

Pues bien, esto no ocurre. Existe un minúsculo grupo de personas que administran la política. Pertenecen a distintos partidos, se pelean ante las cámaras de TV, pero se turnan en la disposición de los recursos del pueblo, entre unos muy pocos.

Por eso existe una tan grave confusión entre “la cosa pública” y sus propios bienes, porque, en definitiva, lo de todos, les pertenece, nadie que no forme parte de su “clase” puede acceder.

El sistema electoral está preparado para ello. La elección de representantes por listas cerradas, donde si voto a un candidato tengo que votar a los otros 34 y todos sus suplentes (así es respecto a los diputados nacionales por la Provincia de Buenos Aires, por ejemplo), es una trampa mortal a la propia democracia, y una ocasión única para la degradación: el primero y tal vez el segundo, podrían ser personas conocidas por el electorado, ¿y el resto?

El caso de Ameri es sintomático. Iba tercero en una lista, los dos primeros renunciaron porque dos años después fueron electos senadores. Ahí otro dato: siempre las mismas personas van rotando por todos los cargos disponibles. Y allí fue Ameri, a ocupar una banca para la que ningún elector lo seleccionó nunca.

El sistema político es excluyente y exclusivo, ajeno a la sociedad civil. La Cámara de Diputados tiene 257 miembros. Haga el lector un ejercicio mental: ¿Cuántos conoce aunque más no sea por su nombre? ¿20? ¿30? ¿Y como entonces podrían ser “representantes del pueblo”?

De entre los ministros y secretarios del Poder Ejecutivo, ¿Cuántos son los que la sociedad conocía por sus antecedentes profesionales o personales, antes de ser designados?

En tanto el Muro de Berlín que separa a la sociedad política de la sociedad civil, no sea derrumbado, todo seguirá igual. Es deseable que el muro caiga por sí, que la propia sociedad política entienda qué si no avanza en ese sentido, en algún momento la gente lo derribará a martillazos.

Es necesario reducir el número de legisladores, modificando el número de ciudadanos que representa cada diputado. Italia lo hizo hace solamente días. Redujo en dos tercios el número de miembros de las Cámaras.

Resulta imprescindible, además, abrir las listas de representantes. Es importante que el ciudadano pueda elegir, de cada lista, los candidatos de su gusto, y no estar preso de votar a todos los postulantes que determinado partido ofrece.

Existen una larga serie de “detalles” de la normativa electoral, que pueden aportar a comenzar a diluir ese muro, cada vez mas nocivo. Limitar las reelecciones de los diputados es otro recurso. En la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, existe una sola reelección por legislador. Nadie puede ocupar una banca más de dos períodos consecutivos. No es una solución, pero si un aporte para dificultar el monopolio de la administración de los asuntos públicos por parte de un minúsculo grupo de personas, que no representan a nadie.

Con el sistema representativo en crisis, simplemente porque la gente comprendió que nadie la representa, aquellos pretendidos representantes van agregando combustible al incendio a cada minuto y empujan a todos, a una crisis sin precedentes.

*El autor es abogado y consultor en comunicación.

Seguí leyendo: