El dilema electoral de Rodríguez Larreta

Por qué la postura moderada del jefe de Gobierno porteño podría peligrar en el corto plazo

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El jefe de Gobierno porteño Horacio Rodríguez Larreta
El jefe de Gobierno porteño Horacio Rodríguez Larreta

Con la decisión del gobierno nacional de redistribuir un punto de la coparticipación de la Ciudad de Buenos Aires a la provincia de Buenos Aires, el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, evitó mostrarse como un adversario del gobierno nacional, continuó mostrando el tono moderado, dialoguista y centrado en la gestión que lo ha caracterizado hasta acá, y en lugar de recurrir a diatribas y escenificaciones de enojo optó por llevar el tema ante quien, según nuestro diseño institucional, es la encargada de dirimir disputas entre las provincias entre sí, y entre éstas y la Nación.

Es posible que, como toda novedad que rompa la inercia cotidiana, esta postura de moderación y templanza, de no contraataque y de evitar polarizar, le haya sido redituable. En el corto plazo, y ante la situación excepcional que plantea la pandemia, muchos actores sociales estarán viendo con buenos ojos la idea de no pelear, los medios se harán eco de ello, incluso algún elector podrá sentirse cercano a esa postura y decida que, llegado el caso, podría votar por él.

Sin embargo -al menos en términos electorales, más aún en un país como el nuestro-, es probable que la moderación no funcione estratégicamente a largo plazo por cuatro motivos.

El primero y de más larga data es la propia cultura política argentina. A diferencia de lo que ocurre en la región, o incluso en otros países fuera de Latinoamérica, los electores argentinos evidencian una mayor vinculación con la política, los partidos y el debate público. Sin embargo, parte de ese interés se remite a una lógica binaria entre posiciones irreductibles que nos lleva a encontrar buenos y malos, River y Boca, ganadores y perdedores. Esta caracterización de la cultura política local incentiva la disputa y el enfrentamiento por parte de los candidatos.

El segundo motivo es intrínseco a las dinámicas que vienen asumiendo, desde hace ya varias décadas, las campañas electorales modernas. Al debate de ideas y presentación de propuestas programáticas como dos recursos esenciales para lograr diferenciarse un candidato a otro, las campañas modernas –y en gran parte la comunicación política en su conjunto- asumió una estética de espectacularización y show mediático. En él, la pelea, el contrapunto, las apreciaciones personales y el ataque a las personas (y no a sus propuestas) cooptaron el escenario público.

El tercer motivo remite a los electores y cómo estos se vinculan con la política. El electorado siempre está ávido por identificar enfrentamientos. Su escaso interés en la política hace que no pretenda invertir demasiado tiempo en interiorizarse en las propuestas y las trayectorias de cada uno de los políticos, con lo cual las peleas, enfrentamientos o embates se vuelven una simple y atractiva manera de “conocer” a las opciones electorales y de obtener la motivación necesaria para, de alguna manera, participar en esta “batalla comunicacional” que, por momentos, se torna a través de los medios en un espectáculo dramático.

El cuarto motivo es el propio juego político. La identificación de adversarios en política es tan antigua como la política misma. Sin embargo, cuando la puja entre adversarios no se da de forma natural, es importante que los propios aspirantes incidan en la identificación y la jerarquización de sus adversarios, esperando con ello obtener un rédito electoral.

¿Quién tensa la cuerda de la polarización?

En este juego político, el Gobierno entendió que, con el final de la era de Cristina Fernández de Kirchner y de Mauricio Macri en el poder, resulta importante que la gestión de Alberto Fernández identifique un adversario para comenzar a desandar el camino electoral 2021. Este fue el criterio con el que el oficialismo viene intentando incentivar el retorno de la figura de Macri a la escena pública, buscando polarizar con él, con su gestión y sus resultados.

Sin embargo, Macri decidió -salvo muy puntuales excepciones- mantenerse por afuera de la política cotidiana, evitando “embarrarse”, y con ello coartar sus futuras posibilidades de retornar a la política criolla. Es que aun habiendo sido presidente de la nación, dos veces jefe de gobierno de la ciudad y legislador nacional, mantiene su imagen de outsider, con la cual puede mantenerse por afuera de la política cotidiana sin que la ciudadanía le exija involucrarse en ella.

Esto es algo que en el caso de Cristina no ocurre. Cuando la ex mandataria había terminado su gestión, la atención de los medios y de la población seguía acudiendo a ella buscando su interpretación, su análisis y su opinión sobre la marcha del país. De hecho, en varias oportunidades y a través de distintas vías, se encargó –y en gran medida, lo sigue haciendo- de manifestarlas enfáticamente.

Pero en el caso del ex Presidente pareciera redituarle más una foto de él, su hija y su esposa paseando por las calles de París, almorzando o en situación de intimidad familiar, que opinando sobre la política cotidiana.

Sin embargo, esta forma de hacer política, posicionándose como alguien externo a lo coyuntural, es posible que concluya en tiempos electorales, cuando se espera que Macri tense la cuerda de la polarización con el kirchnerismo. Ante esa posibilidad, la postura moderada de Larreta puede peligrar en el corto plazo. Si el jefe de Gobierno tiene aspiraciones electorales de cara a 2023 el dilema es claro: si él no asume el rol de adversario del kirchnerismo, es posible que Macri u otro referente de la oposición ocupe ese lugar.

¿Comenzó la campaña?

La campaña electoral ya comenzó. Desde la década de 1980 el concepto de la “campaña permanente” es parte del vocabulario político y de la dinámica comunicacional. Más allá de las fechas formales del calendario electoral, los principales actores ya están en actividad, trazando posibles escenarios y trabajando en posicionamientos y estrategias alternativas. Lo que diferencia a cada aspirante no es si quieren o no comenzar la campaña, lo que diferencia es si están implementando una estrategia diseñada para maximizar su posición en estos momentos o simplemente se exponen a las de los adversarios.

Si bien la moderación parece ser un atributo política y moralmente valorado, a largo plazo pareciera no ser una modalidad redituable en el plano de las estrategias electorales. Por definición, un proceso electoral es una batalla comunicacional en donde es tan importante construir una identidad basada en propuestas e imágenes como también de diferenciación y contrastes respecto a los adversarios.

*Sociólogo, consultor político y autor de “Comunicar lo local” (Parmenia, 2019)