¿El definitivo ocaso de la democracia argentina?

El país se encuentra en ese momento crucial en que la balanza se puede inclinar hacia el lado del autoritarismo porque la radiografía del poder es siniestra

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Cristina Kirchner y Alberto Fernández (EFE/ Juan Mabromata/POOL)

Cada semana aparecen más indicios acerca la decadencia del sistema democrático en Argentina. Atravesamos ese lánguido momento en el cual no se puede decir, aún, que la democracia se perdió. Sin embargo, podemos afirmar que cuesta mucho definir este momento como de “normalidad democrática”. Si las cosas siguen el camino actual, va a ser dificilísimo retomar la idea de sociedad que se planteó en 1983 cuando terminó la dictadura.

Argentina tiene una democracia de bajísima calidad. El nepotismo, la corrupción, el poco apego a la ley de la clase dirigente y el autoritarismo han sido una constante en provincias, sindicatos, entre empresarios y en diferentes organizaciones de las sociedad. Algunos años atrás, esas características convertían al país en un candidato ideal para el surgimiento de una organización política que tuviera como objetivo la degradación institucional en pos de obtener poder permanente y para hacer negocios. Los 12 años de kirchnerismo fueron eso: la degradación moral y la pérdida de valores en la política. A pesar de que la democracia le otorga el poder al conjunto de la sociedad, el kirchnerismo cree que el poder le pertenece y que debe derribar a toda idea o persona que se interponga en sus planes.

El proceso de pérdida de democracia es lento. La lógica del golpe de Estado es sólo una de las maneras en las que a lo largo de la historia mundial han llegado al poder las dictaduras. Muchos dictadores llegaron al poder a través del sufragio y fueron degradando y corrompiendo el sistema poco a poco hasta constituir regímenes autoritarios que usaban las elecciones con el fin de convalidar su permanencia en el poder.

En los últimos meses se vive en Argentina un proceso acelerado de pérdida de calidad y valores democráticos con el agravante de las crisis económicas, que han sido, a lo largo de la historia, los momentos en los que sociedades democráticas reciben un definitivo cambio hacia la conformación de un sistema autoritario y dictatorial.

Argentina se encuentra en ese momento crucial en que la balanza se puede inclinar hacia el lado del autoritarismo porque la radiografía del poder es siniestra. Hay una crisis económica casi terminal, un crecimiento brutal de la pobreza y una impresionante destrucción de la productividad. Es récord la cantidad de negocios y empresas que cerraron o se fueron del país. En el plano de la política se ve a un gobierno sin reacción y una sola persona que cumple a rajatabla con su agenda política. Esa persona es CFK y su agenda política nada tiene que ver con los problemas de Argentina. Sólo tiene interés por sus cuestiones vinculadas a la impunidad judicial, a la consolidación de su poder político y a usar el poder del Estado para hacer perdurar a su dinastía política.

El momento es extraordinario porque CFK ya no disimula su espíritu dictatorial. Siempre supimos que no tenía pasta de líder democrática y que el rol que mejor le calzaba era el de líder autoritaria. Ella es eso en esencia y en estética. Es más parecida a Chávez que a Merkel y en estos tiempos ya no se preocupa por disimular. Usa su lugar en el Senado para remover jueces naturales (que venían juzgándola por corrupción) haciendo trampa y usando una mayoría de senadores oficialistas que quedarán en la historia como cómplices de la destrucción del sistema. Los senadores del PJ son como esos lacayos que tenía Stalin que sólo hacían política para satisfacer a una persona autoritaria cuyos comportamientos deben ser analizados más desde el terreno de la psiquiatría que de la política. El tema es que la separación de poderes es una de las claves del funcionamiento del sistema. CFK usa el Poder Legislativo para entrometerse en el Judicial al solo fin de cumplir con sus deseos de venganza y destituir a jueces que la juzgaron a ella y a miembros de su gobierno por corrupción. Ese es el delirio autoritario de alguien que se siente por encima de la ley y que no tiene empacho en hacer añicos el sistema para cumplir su delirio autocrático.

En este y en otros temas veremos de qué madera están hechos los miembros de la Corte Suprema. Es momento de definiciones y en las próximas semanas podremos descubrir si se comportan defendiendo la institucionalidad o si son un engranaje más de la decadencia.

Este hecho se suma al esperpento de hace unos días cuando se consideró ausentes a todos los diputados de la oposición que estaban presentes. Todas estas cosas suceden en un país en el cual la violencia del Estado viene dejando una tétrica lista de muertos y desaparecidos.

Mientras, se intimida y se somete a una población angustiada que ve que su libertad está amenazada y que su economía familiar está cada vez peor. Se cumple, además, con otra de las características de los autoritarismos: el control estatal sobre la libertad económica de los ciudadanos.

La intimidación a la oposición llega al nivel patético de realizarles denuncias al ex presidente Macri para que allanen su casa a ver si cumple la cuarentena. La intimidación personal y familiar de los opositores es una característica de los regímenes autoritarios.

El Gobierno instalará cada vez más la intimidación y el desasosiego. La cantidad impresionante de gente que quiere vivir en paz y se está yendo del país es una característica propia de los momentos en los que el autoritarismo se asienta en un país. Venezuela vivió un momento como este hace años y desde ese momento está en una imparable decadencia humanitaria y económica. La similitudes son sobrecogedoras. La gente quiere vivir en paz sin un poder que someta y humille a los ciudadanos.

La oposición tiene la obligación de defender a los ciudadanos. La libertad solamente se puede conservar si a muchos les importa lo suficiente como para luchar por ella.

Lo que está en juego es seguir viviendo en democracia.