La sociedad no debe sacrificar nunca el espíritu meritocrático

Más allá de las desigualdades de origen, el estudio, la dedicación y el trabajo son valores que deben cultivarse y celebrarse

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En los últimos años, sobre todo después del ascenso de Juntos por el Cambio a la presidencia, se instaló en la Argentina el debate entorno al valor del mérito como eje ordenador de una sociedad. Es una discusión muy interesante, que está bastante extendida desde hace décadas en muchas otras naciones y que puede potenciar acciones o decisiones acertadas si se la enfoca bien.

En nuestro país, las miradas sobre la meritocracia en general parten de un fundamento equivocado, que es el de la igualdad de condiciones o accesos, y es allí donde radican las críticas más certeras a este concepto.

Es decir, presuponer que todos largamos virtualmente de una misma línea y que entonces sólo nuestro mérito nos hará (o no) alcanzar mejores posiciones. Ciertamente, no es así: sabemos que habitamos un mundo donde el factor económico cuenta muchísimo, donde ser mujer implica partir de sueldos más bajos o menores posibilidades laborales, y donde también las relaciones y los vínculos son muy determinantes al momento de acceder a roles específicos dentro de la sociedad.

Sin embargo, salvadas esas críticas sobre la mirada más naif de la meritocracia, la discusión no tiene que tapar el realzamiento del mérito, el estudio, la dedicación y el trabajo como valores que deben cultivarse y celebrarse.

La meritocracia como tal, como hipótesis de sociedad, naturalmente siempre va a chocar con los esquemas de desigualdad estructurales. Pero eso no quiere decir que las instituciones educativas no debamos alentar los mejores desempeños, motivar las dedicaciones de nuestros estudiantes y propender a premiar a aquellos que han dado un esfuerzo notablemente mayor.

Nuestro sistema educativo se fundó sobre la base de una mirada horizontal, donde la escuela condensaba todo el variopinto abanico de clases sociales. El ideal de ese relato era una educación donde los valores y el mérito podían llevar a la cima tanto al hijo de un comerciante, como a la hija de un empresario o al adolescente que venía de una casa pobre en términos económicos.

La educación (y la sociedad) no debe sacrificar nunca ese espíritu. Pero tenemos que construir una mirada crítica en nuestros jóvenes, porque las desigualdades que dinamitan una estructura de mérito de un país serán muy distintas en un futuro no muy lejano. Los desafíos en la era tecnológica no serán tecnológicos sino humanos.

La inteligencia artificial y la robótica posiblemente nos pongan frente a disyuntivas mucho más complejas de resolver en términos de desigualdades y de arbitrariedades. El valor del esfuerzo, más allá de las ventajas del hogar de nacimiento, será puesto a prueba desde enfoques que son muy distintos a los de la sociedad del siglo XX.

El autor es el rector de la Universidad Champagnat