Argentina y el BID: ¿gesto a la tribuna, error de cálculo o señal a China?

Tras el triunfo de Mauricio Claver-Carone, se abrió un debate sobre las motivos detrás de la posición del Gobierno

Compartir
Compartir articulo
Imagen de Mauricio Claver-Carone. EFE/EPA/JIM LO SCALZO/Archivo
Imagen de Mauricio Claver-Carone. EFE/EPA/JIM LO SCALZO/Archivo

A pocos días de definida la elección del nuevo presidente del BID, con poco más del 65% de los países y el 70% de las acciones respaldando al Mauricio Claver-Carone, se han multiplicado los debates y análisis sobre las razones por las cuales la Argentina asumió el liderazgo de la resistencia a esta iniciativa de la Casa Blanca y con el respaldo de pesos pesados del mundo latino del Partido Demócrata, como el senador por Nueva York Robert Menéndez. Meses atrás el panorama parecía despejado, al menos en el imaginario de los que pensaron la maniobra, para una jugada de alto impacto. Eran momentos en que las encuestas mostraban una muy posible derrota de Trump en las elecciones de noviembre y donde la Argentina todavía daba lecciones televisivas a los países del mundo, en especial a los más desarrollados y democráticos, sobre cómo afrontar el Covid-19.

Mientras Washington se mostraba firmemente interesado en que la votación se produjese el 12 de septiembre, Buenos Aires aspiraba a llegar a la masa crítica necesaria de votos para que no se cumpliera con el requisito de quórum con mayoría especial y así pasará todo para marzo 2021. En ese momento, según el plan, ya estaría en el poder el demócrata Joe Biden (sí, el ex vicepresidente de Barack Obama al cual la Argentina de confiscó material de comunicaciones militares en Ezeiza en 2011 generando la mayor tensión diplomática entre ambos países desde la guerra de Malvinas). Así, los EEUU le darían luz verde a un latinoamericano para la conducción de la institución de crédito creada por el presidente Eisenhower en 1959 y donde la superpotencia conserva el 30% del capital accionario. Si era un argentino mejor aún, se pensaba.

En esta matemática política, un aliado clave sería México, con peso político regional y siendo uno de los muy pocos países del hemisferio gobernados democráticamente por un dirigente de coherente línea de centroizquierda. También se sumarían países europeos que con reducida participación accionaria ayudarían a lograr el veto a lo planificado por la administración Trump. El argumento: respetar la tradición, no formalizada ni escrita, de que el presidente del BID debe ser un latinoamericano. Por esas vueltas del destino, dos de sus más duraderos como lo fueron Iglesias y Moreno, nacieron en España y los EEUU respectivamente, si bien luego fueron ciudadanos de Uruguay y Colombia respectivamente.

El mecanismo para enfrentar las aspiraciones del gigante del norte era por lo tanto no dar el quórum. Chile y Costa Rica también darían su aporte. Al parecer este emprendimiento ayudó, al menos por algunas semanas, a mejorar el clima diplomático entre los gobiernos argentino y chileno. Cabe recordar la postura entusiasta del kirchnerismo al momento de comprender y respaldar las criticas y agitaciones iniciadas contra el gobierno de Piñera a fines del 2019. Para los conocedores de la historia diplomática mexicana y el aún fresco recuerdo de la visita -más que cordial y con cruces de elogios- de López Obrador a Trump pocos meses atrás, el principal socio económico y comercial de los EEUU en el hemisferio haría que la sangre no llegase al río y así fue. Pocos días antes de la fecha señalada, el gobierno mexicano comunicó que daría quorum si bien votaría en contra de la candidatura del estadounidense. Exactamente lo que necesitaba Washington. Esta postura de la segunda potencia económica latinoamericana, luego de Brasil, terminó arrastrando a todos los demás imitar la estrategia y dejar de lado la bomba nuclear de boicot a la votación. No casualmente, la recientemente electa nueva cabeza del BID manejó en estos últimos meses un programa especialmente desarrollado por la administración Trump y con un presupuesto de 30 mil millones de dólares para ayudar a financiar el traslado de empresas americanas radicadas en China a países de nuestra región y en especial a México y Centroamérica. El propio López Obrador durante las conferencias de prensa junto a su colega estadounidense hizo mención al interés de su país en esta iniciativa.

En las semanas precedentes a la votación, tanto Claver Carone como el influyente The Wall Street Journal calificaban a Buenos Aires como el más ferviente defensor e impulsor de abortar la reunión del 12 de septiembre. Cuando esas palabras salen de un funcionario como él, con despacho en la Casa Blanca y ex representante de EEUU en FMI y luego Consejero de Seguridad Nacional para el hemisferio americano, deben ser entendidas en su entera dimensión. Paradójicamente uno de los principales centros de pensamiento y análisis de los EEUU, The Brookings Institution, publicó el 14 de septiembre un detallado informe sobre la puja sobre la conducción por el BID en donde solamente figuraba como postulante para competir con el candidato estadounidense la ex presidenta de Costa Rica Laura Chinchilla. Ni una sola palabra sobre algún argentino en la disputa.

Llegado a este punto, desde el oficialismo argentino se explicó que todo había salido como lo planeado y que si bien se había perdido la votación, era un primer paso para articular una cooperación y consulta con países de la región y de Europa que no ven con buenos ojos ciertas conductas de Washington. Por el otro lado, desde la oposición se subrayaba lo innecesario de la cruzada más aún con un país fragilizado en todos los aspectos como la Argentina, que tuvo que recurrir a los buenos oficios de países con buen diálogo con EEUU para que la Casa Blanca no pusiera palos en la rueda en el tramo final de la muy larga negociación con los bonistas internacionales, que en su amplísima mayoría operan en Nueva York y bajo el paraguas legal americano. A eso habría que sumar otro extenso camino a recorrer con el FMI para renegociar los 44 mil millones de dólares que le adeudados. En ese organismo internacional Washington tiene poder de veto de hecho gracias a su 17% de acciones.

Cada lector se quedará con una u otra postura, pero lo que realmente importa es qué están pensando y analizando los que llevan el caso argentino en los países más poderosos a nivel internacional y regional. Las hipótesis básicamente se reducen a las siguientes: ¿fue un gesto a la tribuna, interna o sea a los sectores medios urbanos de izquierda que tiene como estandarte la pelea con Washington y que, si bien electoralmente poco relevantes comparado a los votos populares del conurbano -seguramente poco interesados en disputarle el poder a una supervivencia en el BID- son intensos en su relato y activismo? ¿Un error de cálculo, que no tomó en cuenta el lazo de interdependencia de todo tipo que existe entre los EEUU y México y el peso decisivo que aún tiene Washington como protector militar de Europa? ¿Un gesto amigable a Cuba y su fuerte influencia en materia de seguridad sobre Venezuela, dado la militancia anticastrista de Claver-Carone? ¿O una señal a China de que la Argentina está dispuesta a jugar fuerte en áreas donde esa potencia asiática colisiona con las estrategias americanas como es el caso del BID?

La Casa Blanca viene poniendo en claro que la decisión de tener por primera vez un presidente propio tiene como uno de sus objetivos cortarle el paso a una mayor injerencia económica de Beijing en América Latina. Esperemos que luego de evaluar estas explicaciones alternativas tanto sean los que llevan el tema Argentina para Trump o eventualmente para Biden pos enero 2021 no lleguen a la conclusión de que el motivo central fue esta última opción. Ponerse a jugar entre dos elefantes que se semblantean y pelean no parece ser la mejor opción.