Abran las escuelas

El “gobierno de científicos” ha manifestado un claro desprecio por el acceso de los chicos a las aulas y, paralelamente, ha potenciado experiencias televisivas lindantes con el adoctrinamiento y la brutalidad

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“Si hay algo que no me urge es el inicio de las clases. Eso puede esperar” (EFE/Juan Ignacio Roncoroni/Archivo)
“Si hay algo que no me urge es el inicio de las clases. Eso puede esperar” (EFE/Juan Ignacio Roncoroni/Archivo)

Las Naciones Unidas urgieron a los países del mundo a iniciar las clases presenciales advirtiendo la posibilidad de una “catástrofe generacional” que podría estarse gestando por los efectos del aislamiento sanitario en el ámbito educativo. La comunidad científica internacional, por su parte, se ha expresado relativizando los riesgos del Covid 19 en escuelas que funcionen, mientras respeten los protocolos sanitarios, y ha detectado un sinnúmero de dificultades en los niños, las familias y los docentes, provocados por el cierre de los establecimientos educativos.

En sentido contrario, el “gobierno de científicos” ha manifestado un claro desprecio por el acceso de los chicos a las aulas y, paralelamente, ha potenciado experiencias televisivas lindantes con el adoctrinamiento y la brutalidad. El kirchnerismo se abraza a la cuarentena como Néstor a la caja fuerte.

No obstante, en un comienzo, Alberto Fernández llegó a sostener: “Si suspendemos las clases, los chicos tienen que quedarse con los abuelos porque los padres trabajan, y ellos sí son un factor de riesgo”. Luego, encontró la solución: que los padres dejaran de trabajar. Así, a fines de marzo, con las clases ya suspendidas, sostuvo: “Si hay algo que no me urge es el inicio de las clases. Eso puede esperar”. A principios de abril, el Presidente fue más allá y manifestó que no era importante si un chico terminaba el primario “tres meses antes o tres meses después”. Es lo que menos me preocupa”, sentenció el primer mandatario. También en el mes de abril, sostuvo el ministro de Educación, Nicolás Trotta, que no era “un escenario posible suspender las clases todo el año”. Recientemente, el funcionario educativo también cambió de posición: “La escuela como la conocemos, la vamos a recuperar sólo cuando haya una vacuna”. El gobierno nacional parece seguir ahora la línea del sindicalismo “docente” expresada por Roberto Baradel, que ya había anticipado su oposición al inicio de clases presenciales “hasta que se encuentre la vacuna”.

Se espera que Argentina cuente con la vacuna para fin de año o primeros meses de 2021. Pero, al menos en un comienzo, la vacuna será suministrada sólo a grupos de riesgo, no a niños en edad escolar o a docentes sanos. De ahí que la idea de postergar todo contacto de los chicos con la educación presencial, hasta que todos estén vacunados, nos lleva, con suerte, a un inicio escalonado de transición, para los primeros meses del año que viene.

Este alineamiento del gobierno con el sindicalismo autodenominado “docente” se puso de manifiesto en la reunión de zoom con gremialistas, en la que el ministro Trotta adhirió a la necesidad de enemistar a las comunidades educativas con el gobierno de Horacio Rodríguez Larreta. El motivo: un proyecto de la Ciudad para que unos 6000 chicos que carecen de conectividad pudieran obtenerla asistiendo a las escuelas. El Ministerio de Educación –sindicatos mediante- terminó rechazando esta posibilidad, en desmedro de la autonomía porteña. Así se desbarató un pequeño paso de los muchos que deberían estarse dando en un proceso gradual de apertura de las escuelas.

Cabe destacar que la Constitución garantiza las autonomías de los estados locales, en la medida que estos aseguren la administración de justicia, el régimen municipal y la educación primaria. De tal modo que una potestad como la de asegurar la instrucción en el nivel inicial, de la cual depende la autonomía de la Ciudad, nunca podría estar colocada fuera de las autoridades locales. Lo contrario: implicaría dejar la autonomía porteña en manos del Estado nacional. Y en ese caso, ya no podríamos hablar de autonomía.

El Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, a esta altura de los acontecimientos, debería desestimar las pretensiones centralistas de la Nación, e iniciar una apertura progresiva de los establecimientos escolares.

Domingo Faustino Sarmiento dijo alguna vez: “Es la educación primaria la que civiliza y desenvuelve la moral de los pueblos. Son las escuelas la base de la civilización”. En efecto, la educación presencial no sólo permite a los más chicos el acceso pleno al conocimiento, sino que de ello depende, en gran medida, su bienestar psicológico y su capacidad como seres sociables. Para estos nobles fines, y aún con el denodado esfuerzo que realizan muchos docentes, las pantallas no alcanzan.