¿Tercera posición 2.0 o segunda posición?

La ascendente bipolaridad nos coloca en dilemas que ya tuvo la Argentina en la década de los 40

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Donald Trump y Xi Jinping (REUTERS/Kevin Lamarque/File Photo)
Donald Trump y Xi Jinping (REUTERS/Kevin Lamarque/File Photo)

La Argentina, como el resto de las dos centenas de países grandes, medianos, chicos y minúsculos, tiene y tendrá como uno de sus principales desafío en los años y décadas por venir el saber cómo interactuar con la naciente bipolaridad estratégica que constituyen los Estados Unidos y China. Como sucedió antes, habrá Estados que con suerte y virtud podrán navegar sin colisionar contra estos dos icebergs. Deberán tomar en cuenta para sus decisiones diversas variables, desde la posición geográfica que ocupan, la matriz de sus principales importaciones y exportaciones, factores culturales y aún históricos. Otros rozarán los filosos hielos en tanto que los menos afortunados colisionaran de frente. En el caso argentino, cabe comenzar con un dato.

Uno de los muy escasos puntos de consenso en las agendas internacionales de Trump y de Biden es mantener firme el lazo en el cuello de Venezuela hasta que ese país recupere la democracia y el respeto por los derechos humanos tal como han advertido ambos candidatos y sus respectivos equipos de política exterior y seguridad nacional. El otro acuerdo es no aceptar mansamente el ascenso chino y su desafío al poder económicos, tecnológico y militar de los Estados Unidos. De acá a noviembre, cabría abstenerse de tomar partido en esa elecciones presidenciales que todo el mundo mirara expectante, así como resistir la tentación inventar un Biden socialdemócrata y hasta de izquierda. Siempre representó el centro y hasta el centro derecha de su partido. Basta ver los vídeos de sus largas intervenciones como senador en temas como la inseguridad ciudadana, consumo de drogas, inmigración ilegal y seguridad nacional. Cuando hace casi una década atrás Argentina procedió a secuestrar el material de comunicaciones y de claves así como las armas que traía un equipo de fuerzas especiales americanas, invitadas por nuestro país, en el aeropuerto de Ezeiza, el Vicepresidente americano era el mismo Biden. Son cosas que no se olvidan fácilmente.

Finalmente, tanto el actual habitante de la Casa Blanca como su veterano contendiente ponen un énfasis muy marcado en la protección de la industria y del sector agropecuario americano. En otras palabras, proteccionismo para todos y todas. Si algo ha producido el Covid-19 iniciado en China es el acelerar y agudizar la ascendente rivalidad que se venía dando entre Washington y Beijing. Entre las tantas evidencias de esta alarmante situación, se destacan: 1) La decisión del Pentágono de una masiva inversión en la Isla de Guam en el Pacífico para albergar más de 5000 nuevos marines. 2) El envío de bombarderos estratégicos nucleares B1 y B2 a realizar maniobras con países en el Asia y en el Índico 3) Los ejercicios navales de dos portaaviones nucleares y sus respectivos grupos de batalla en cercanías del territorio taiwanés. 4) La invitación a la Marina de guerra de la India a entrenamientos en el Pacífico junto a otros aliados como Australia. 5) La autorización de una amplia modernización de la aviación militar de Taiwán con tecnología americana. 6) El aliento a Japón para que potencie el desarrollo de armas ofensivas hipersónicas aptas para ataques a grandes unidades navales enemigas. 7) La venta de equipamiento bélico a la India por 2600 millones de dólares así como la plena disposición del Pentágono para vender el material más sofisticado y a precio preferencial a Nueva Delhi. 8) El aumento de los mecanismos de consulta y coordinación de las fuerzas militares americanas con sus pares de Vietnam. 9) La decisión de dotar a los misiles balísticos de largo alcance Minuteman III con 12 cabezas nucleares cada uno en lugar de las tres actuales. En este sentido, voceros del Pentágono pusieron en claro que ese cambio no tiene como objetivo la amenaza del poder ruso sino el de China. 13) La postura de la Casa Blanca de autorizar, luego de 23 años, el desarrollo de misiles con cabezas nucleares de mediano alcance o sea entre los 500 y los 5000 kilómetros en diversas bases en Asia Pacífico. Por si ello fuese poco, el tan comentado proyecto chino One Belt One Road centrado en el financiamiento preferencial chino para montar un entramado de puertos, caminos, túneles, etc., a lo largo del mundo, desde la escalada de tensiones por el efecto Covid-19, comenzó a mutar hacia un impulso más decidido y frontal por parte de Beijing para sumar países a sus iniciativas en el campo satelital y espacial, de telecomunicaciones y cibernéticos. Todas áreas consideradas de extrema sensibilidad por parte de los EEUU y sus aliados en Asia, Europa y el hemisferio americano como Canadá.

Por ende, la ascendente bipolaridad nos coloca en dilemas que ya tuvo la Argentina en la década de los 40. Fue el general Perón quien tuvo a su cargo dirigir los destinos de la Nación en esos años donde se definieron las características ideológicas y geopolíticas de la puja global entre Washington y Moscú. El entonces primer mandatario postuló lo que sería conocido como la Tercera Posición, o popularmente “ni yankees ni marxistas”. Ya en agosto de 1944, aún como exponente del gobierno militar ascendido al poder en 1943, el entonces coronel Perón brindaba un medular discurso en la Bolsa de Comercio de Buenos Aires. Allí explicaba cómo las políticas de mejoras sociales impulsada por el gobierno de las FFAA en general y, por él en particular, eran la mejor prevención y contención al avance del comunismo, ideología que en términos de Perón era dirigida y manipulada desde el exterior, o sea Moscú y Stalin. La postura tercerista no implicó que todo diese lo mismo. De hecho a poco del ataque de Corea del Norte, con respaldo de China y la URSS, sobre el sur en 1950, el gobierno peronista por vía de su Canciller y el embajador argentino en Washington le transmitió al presidente Truman la disposición argentina de adherir con fuerzas militares, logística y alimentos a los contingentes armados que Washington comenzaba a enviar con el respaldo de las Naciones Unidas. La ausencia de la delegación soviética al momento de la votación de esa resolución en el Consejo de Seguridad impidió que el régimen de Stalin la pudiese vetar. No obstante, las fuertes resistencias del movimiento justicialista y de la oposición radical terminaron inviabilizando la postura inicial de Perón. Pero sí pudo a los pocos meses adherir al TIAR, instrumento diplomático creado poco tiempo antes por la Casa Blanca para asegurar la cooperación y respaldo de los países del hemisferio en caso de amenaza soviética. Como decía Mark Twain, la historia no se repite, pero rima.

¿Qué enseñanza nos deja ese periodo histórico que pueda sernos de cierto utilidad hoy? Primero que todo, la conveniencia de evitar alineamientos rígidos con algunos de los polos de poder. La segunda, es, al igual que Perón, saber la pertenencia de la Argentina al mundo occidental, lo cual no impide el desarrollo de muy fluidas relaciones diplomáticas, económicas y comerciales con China. La diplomacia de esta superpotencia asiática tiene una milenaria experiencia y reconocerá la posición geográfica de nuestro país en un hemisferio en donde el poder americanos tiene un amplio margen de maniobra e influencia. Nuestro continente alberga a la principal superpotencia mundial.

Otro punto a considerar es el nivel de compatibilidad entre la centralidad que le ha dado el kirchnerismo a la cuestión de los derechos humanos y cómo ello sería compatible con fuertes alineamientos con un país que presenta serios cuestionamientos por parte de las principales organizaciones mundiales dedicadas a este tema tan noble y sensible. Una respuesta posible sería que no existe inconveniente dado que el sistema internacional está plagado de estas contradicciones y dobles estándares. La contracara de este argumento tan realista es que hay una ínfima cantidad de gobiernos que recurren de manera tan sistemática y masiva a la bandera de los derechos humanos como parte de su discurso político cotidiano.

Cabe tener presente que mas allá de que en las próximas dos o tres décadas el sistema internacional avance más y más hacia el bipolarismo (EEUU y China) o multipolarismo (si se suman a la UE en el plano económico y comercial y a Rusia en el campo del armamento nuclear), el espacio interamericano seguirá teniendo a Washington como principal protagonista. De hecho, el mayor y complejo desafío de Beijing en las próximas décadas es empujar y desalojar al Tío Sam de la zona del Asia Pacífico. El gran impedimento es el inmenso poder militar americano y sus viejas o nuevas alianzas con países de fuerte peso económico y bélico como lo son la India, Japón, Corea del Sur, Singapur, Taiwán, Australia, Vietnam, Indonesia y potencias navales y nucleares como el Reino Unido. Sin olvidar la esperanza de estrategas como Henry Kissinger y otros de un progresivo acercamiento con Rusia, la cual acentuó su aproximación a China en estas últimas décadas caracterizadas por la unipolaridad del poder americano pos desintegración de la URSS. Para Moscú, la mejor estrategia a futuro será sacar el mejor rédito económico y geopolítico de un juego pendular e inteligente entre los dos colosos. En versión micro y con muy inferiores recursos, es un buen espejo para pensar cómo posicionarnos nosotros mismos.