La necesidad de una opción republicana

Hace falta crear una espacio alternativo que se comprometa a respetar la Constitución

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FOTO DE ARCHIVO: Una mujer utilizando una máscarilla debido a la pandemia de coronavirus (COVID-19) camina frente al Palacio Presidencial Casa Rosada, en Buenos Aires, Argentina 21 de mayo, 2020. REUTERS/Agustin Marcarian
FOTO DE ARCHIVO: Una mujer utilizando una máscarilla debido a la pandemia de coronavirus (COVID-19) camina frente al Palacio Presidencial Casa Rosada, en Buenos Aires, Argentina 21 de mayo, 2020. REUTERS/Agustin Marcarian

El peronismo unido es, en sí misma, una mala noticia. Si a eso se le agrega una oposición timorata y complaciente, el panorama empeora. Y si una nutrida porción del electorado se demuestra disconforme por la tibia o nula representación de sus preocupaciones, ese escenario puede considerarse la tormenta perfecta.

Es la circunstancia que transita por estas horas la sociedad argentina. El gobierno de Alberto Fernández no logra destrabar el deslucido trabalenguas de los tres tristes tigres con el que arrancó. A ocho meses de su asunción el público sigue preguntándose quién conduce, si es que alguien lo hace. Las marchas y contramarchas dan idea de un poder bifronte que no encuentra resolución.

En la Argentina la noticia no es que los políticos mienten, los sindicalistas roban y los jueces especulan. Esa es la norma. La noticia es que la sociedad los soporta hace décadas. Los permisos que la casta dirigente se otorga son infinitos: desde “no nos bajamos el sueldo y no se hable más” a “yo los cubro mientras ustedes venden falopa en la ambulancia”, pueden decir cualquier dislate; son declaraciones cotidianas que acompañan, justo es reconocerlo, a las del propio presidente de la nación. En 20 días fuimos de “tenemos plan pero es secreto” a “no creo en los planes”; entre una y otra declaración pasó el mismo tiempo que entre “Cristina es cómplice y va a tener que explicar muchas cosas en la justicia” a “yo estaba equivocado y Cristina es una perseguida política”.

La impunidad de la casta del poder tampoco es novedad y se acrecienta con el paso del tiempo. Pero el hecho de que los procesos sociales sean lentos no significa que no ocurran.

Que no hay un plan es otra mentira del poder. El plan es no comunicar el plan que, sintéticamente, consiste en imprimir a destajo y cuando la maquinita no dé abasto, importar papel pintado engañosamente llamado moneda de curso legal; es gestionar sin presupuesto, Congreso ni controles; es hacer legislación a medida de las necesidades políticas coyunturales; es manipular magistrados para sacar de la cárcel a los amigos y amenazar con ella a enemigos; es disciplinar con el ejemplo; es mandar a informarnos de la dirección en la que se encamina el gobierno a través de la publicación dominical de Horacio Verbitsky, house organ del cristinismo. El plan es reformar la Justicia para que quede a expensas de la conducción política; es entrenar a los presos a través del Instituto de Madres de Plaza de Mayo hasta convertirlos en cuadros políticos preparados para “las luchas populares” que tienen en mente encarar; es sumir en la indigencia a más y más individuos de modo tal que la limosna del estado sea su única opción; y es, como desde que Eduardo Duhalde lo introdujo como herramienta, dirimir la interna peronista en las elecciones nacionales.

En 2021 nuevamente se enfrentarán los dos bandos: de un lado estará el peronismo encolumnado y disciplinado por Cristina Kirchner; del otro, el peronismo no K que desde hace años está refugiado en Juntos por el Cambio. Esto no es un juicio de valor; es una descripción de la realidad. Los sobrevivientes de la debacle electoral de 2019 que hoy ocupan los principales espacios de poder y decisión son todos PJ: Rodríguez Larreta, Santilli, Ritondo, Patricia Bullrich, Vidal y Monzó. Y ese espectro se amplía a medida que esa dirigencia va tejiendo alianzas. Los peronistas se siguen sumando a ese polo.

No hay nada de doctrinario en la reflexión, es pragmatismo puro: PRO, Cambiemos, Juntos por el Cambio o como se llamen en lo sucesivo serán, frente al poder abusivo del kirchnerismo, lo que han sido desde su nacimiento: complacientes y colaboracionistas. Van a seguir acompañando leyes que afectan la vida, los intereses y la propiedad del ciudadano como las espantosas leyes de alquileres y de teletrabajo de reciente sanción. PRO, Cambiemos, Juntos por el Cambio o como se llamen en lo sucesivo seguirán ignorando la Constitución y aún contradiciéndola, como con la sanción del protocolo de interrupción del embarazo (ILE) en la ciudad de Buenos Aires, sacada a los apurones, sin tratamiento en comisiones por lo que su debate no estaba anunciado para el recinto. Se trató, una vez más, de una oscura negociación que vaya a saber qué concesiones implicó y de las que los ciudadanos de capital quedamos excluidos. Otra vez.

Por esas inconductas ciudadanas, porque nunca fue un freno sino un compañero de ruta del kirchnerismo y porque gracias a su falta de convicciones, de moral y de firmeza hoy el país está frente el abismo, es que necesitamos con desesperación una opción republicana; gente que asuma un solo compromiso: respetar la Constitución porque con eso garantizamos la convivencia y el ejercicio del poder delegado a favor del votante y no a costa de él. Puede haber quien no entienda la encrucijada en la que se encuentra la Argentina y que se conforme con elegir entre dos populismos. Hay muchos miopes y negadores. Lo que resulta reprochable es negarle legitimidad al intento y al esfuerzo de evitar la dictadura electiva. Eso es inaceptable, casi una inmoralidad.

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