Es sabido que todo hecho social y político admite una pluralidad de miradas. La marcha del 17A no está exenta.
Alguna vez John Lennon sentenció: “No hay peor mentiroso que quien se escandaliza”.
Por cierto, es justo escandalizarse de muchas cosas. Pero también es un vicio de la afectación.
La marcha del 17A podría describirse como una postal de la desmesura. Proceder a esa pintura resulta algo fácil y representa música para el regodeo de algunos escandalizados.
¡Qué barbaridad! Miles de persona poniendo en riesgo sus vidas y las de los demás con tal de expresar su odio visceral a un gobierno que solo pretende cuidar la vida de los argentinos y hacer un país más justo.
Pero la marcha del 17A podría describirse también como una reacción a una serie de desmesuras, grandes o pequeñas, de un Gobierno que no termina de encontrar el modo de pacificar el país o, peor, que hace mucho para tensionarlo. Liberación de presos, Vicentin, proyecto inoportuno de una reforma judicial que se presenta a priori como polémica y divisoria, etcétera.
Hace unos años el economista Juan Carlos De Pablo afirmó: “La Argentina es un monumento a la lógica: hace las cosas mal y estas salen mal” En la lógica de la confrontación irracional se trabaja duro para conseguir un resultado cantado: mayor confrontación.
En “Teoría de la comunicación humana”, el psicólogo Paul Watzlawick se refirió a algunos axiomas comunicacionales.
La escalada simétrica refiere al hecho de que en una situación de disputa cada participante sobreactúa su reacción ante algo que le parece agraviante. En la vida cotidiana simplemente decimos que se redobla la apuesta. Ya sabemos que esos juegos suelen terminar mal.
La puntuación de la secuencia de los hechos refiere a que cada participante justifica su reacción por la acción inmediata del otro. En los juegos de niños, cuando terminan mal, cada uno se justifica argumentando que fue el otro el que comenzó.
En unos fragmentos de una canción de Babasónicos se decía: “Poco a poco, fuimos volviéndonos locos”. Sugestivamente, la canción se llama “Irresponsables”.
No sabemos si el desencuentro de los argentinos se inició con el kirchnerismo, con el peronismo o con los unitarios y los federales. Pero sí sabemos que sigue presente.
La quintaesencia de la grieta es suponer que el otro es malo y es tonto, mientras que para uno se reserva la bondad y la inteligencia. Ya lo sabemos: si dos piensan así, el final resultará inexorable.
Es bueno recordar aquello de que el árbol nos permite ver el bosque. Pero mirar el bosque no es solo percibir las simultaneidades en la trama de la foto, sino comprender la secuencia diacrónica de la película.
Había una vez un país sumido en una gran crisis hasta que vino alguien para salvarnos de ella. Pero algo no terminó de funcionar porque la crisis continuó, o porque se exacerbó o porque para resolverla se creó una nueva, aunque de carácter distinto. Entonces vinieron otros y ocurrió lo mismo. Y así ad infinitum.
Los manifestantes del 17A marcharon escandalizados por muchos motivos. Acaso les asistía alguna o mucha razón. Acaso sus razones no justifican su irresponsabilidad. O su oportunismo. O su mezquindad. O su desesperación. O sus derechos.
Quien escribe estas líneas se aventura a suponer que la reacción del Gobierno será lapidaria para quienes se manifestaron y para sus ideólogos políticos. Acaso le asista alguna o mucha razón. Acaso sus razones no justifican su responsabilidad causal para que sucediera lo que sucedió. O su negación. O su mezquindad política. O su pleno derecho a intentar gobernar un país que parece ingobernable.
Razones sobran cuando se piensa y hace política en clave de grieta opresiva y cuasi irreversible. De ambos lados de la grieta todos se escandalizan mientras entretejen conjeturas paranoicas sobre el mal del otro. Pero los problemas del país siguen ahí. Inexorablemente reales.
El autor es consultor político