La Argentina y sus circunstancias

El Gobierno celebró el acuerdo que logró con los bonistas, pero próximamente deberá resolver otras deudas: la del FMI y la interna

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El presidente Alberto Fernández
El presidente Alberto Fernández

La negociación de la deuda con los bonistas extranjeros ha sido muy aplaudida y considerada como panacea nacional, como también criticada por demasiado lenta y por haber “cedido” demasiado. Deberíamos colocarla en su justa dimensión, sin calificarla, para poder sacar algunas conclusiones que podrían ser útiles para los tiempos futuros: cumplió el objetivo central de tranquilizar el frente externo (el default hubiese sido desastrosos para el crédito empresario y la creación de empleo); bajamos los intereses a los niveles que nos hubiese prestado el FMI, y trasladamos, aproximadamente una década, los plazos de pago. No es poco cuando los problemas abruman tanto. El ministro Guzmán es consciente de que la estrategia de manejar esos largos tiempos solo pudo resultar beneficiosa por las circunstancias presentes en el tablero internacional; en el sentido que los crecientes conflictos geopolíticos fueron prevaleciendo por sobre el dominio de la globalización financiera. En épocas pasadas hubiese sido bastante más difícil negociar con el núcleo duro del poder financiero.

Si bien el arreglo con los bonistas privados será un hito absolutamente necesario, el mismo ministro Guzmán, señaló que aún no resolvimos ningún problema de fondo. Inclusive con ese acuerdo, dicha deuda no sería fácilmente pagable, dado que el sistema económico global seguirá bastante incierto y ambiguo; lo cual nos obliga a futuro a seguir “acertando” el rumbo en forma correcta y tomando innumerables medidas que vayan en el sentido de crecer con desarrollo. Próximamente tendremos que resolver otras deudas: la del FMI y la interna. El aludido argumento de la “sustentabilidad social de la deuda” deberá pasar aún la prueba de ácido de continuar resolviendo las restantes “plagas” que asolan la realidad nacional sin tener que volver al frustrante ciclo de la deuda “eterna”.

De esta negociación deberíamos sacar algunas enseñanzas permanentes. No debería ser posible nuevos endeudamientos externos del estado para resolver problemas coyunturales de caja; habría que prohibirlo por ley. Sólo tienen sentido tomar créditos externos para desarrollar proyectos productivos que tengan saldos favorables de divisas y a cargo del sector privado.

Hemos escuchado en los últimos meses posiciones ultras que auguraban el inexorable camino al default. La izquierda lo veía con simpatía. El neoliberalismo extremo nos explicaba que íbamos camino a Venezuela (Argenzuela), al rompimiento con Estados Unidos y a la dependencia con China. No ocurrió nada de todo eso. Pese a nuestras posiciones independientes respecto del gobierno venezolano, hay que reconocer que la posición de EEUU-Trump algo nos ayudó en todas estas negociaciones financieras. El problema de las divagaciones ideologistas es que no se corresponden con la realpolitik de este mundo, que va adquiriendo cambiantes multitud de colores a lo largo del tiempo; y aquellos esquemas demasiado rígidos impiden ver los problemas reales y sus eventuales soluciones.

El Presidente mostró un buen manejo del tiempo, sosteniendo a su ministro Guzmán, a pesar de aquellos momentos de fuertes críticas internas y de la fuerte pulseada con los “lobos de Wall Street”. El factor temporal siempre es importante. Cuenta una leyenda japonesa que un caracol subía lentamente por el tronco de un cerezo, cuando se tropezó con un escarabajo, que le dijo: porque marchas ahora si no hay frutos maduros en el árbol, solo hay flores; a lo que el caracol le contestó “los habrá cuando llegue arriba”. Hay múltiples percepciones del tiempo para quienes saben manejarlos. La blanca flor del cerezo, efímera y frágil, simboliza la precariedad de la existencia; siendo su rumbo o su destino la conformación del fruto rojo, símbolo samurái del sacrificio de la sangre. El deslumbrante espectáculo de los cerezos en flor equivalen a la proyección, a la esperanza, mientras que los frutos rojos significan su transformación en logros concretos. Ese lapso de tiempo culmina finalmente, ya sea como frustración o como realización, durante el cual tenemos la oportunidad de captar el momentum (de las decisiones) en que “el viento sopla a nuestro favor”; o el don de lograr que sople favorablemente. El caracol del cuento algo sabía de eso.

Pero no siempre se debe tener “paciencia estratégica”, esperando que lleguen “los buenos tiempos”. En determinados casos es al revés; en lugar de aguardar a resolver problemas mediante “urgencias tácticas” hay momentos en que se debe actuar rápidamente en previsión a lo que ocurra, en la búsqueda de los objetivos buscados, movilizando todo tipo de planeamiento estratégico que nos muestre los escenarios posibles y sus mejores soluciones. La pandemia-cuarentena, sin visos de culminación, parece que así lo exige.

Habiendo tantos problemas supérstites, irresueltos, simultáneos y entrelazados entre sí (pobreza, inseguridad, inflación, corrupción, grieta, excesiva presión fiscal, recesión, desinversión, falta de crédito, estado amorfo, ambigüedad estratégica y la pandemia-cuarentena), es recomendable recordar que pese a haber “ganado” esta batalla de la deuda, la “guerra” sigue siendo prolongada, siendo su culminación (el fruto a obtener) la transformación del país, lograble sólo en el largo plazo. Lo habitual sería pensar en una estrategia ajedrecista, con varias jugadas correlativas para llegar al jaque mate, la derrota del oponente, es decir colocando al rey/reina adversario en una posición de inmovilidad absoluta. Esto es lo usual para la política de corto aliento, pero inútil para resolver múltiples problemas en escenarios cambiantes, con la participación de muy variados jugadores nacionales e internacionales.

Siendo la problemática argentina tan complicada, es necesario utilizar herramientas más complejas y con batallas más prolongadas para crear cercos estratégicos a cada uno de los problemas anteriormente detallados. Por ello es importante pensar en el juego del go (en japonés) o wei qi (en chino) para enfrentarlos. En el go hay múltiples contiendas simultáneas en distintas zonas del tablero. Cada movimiento efectuado cambia gradualmente el equilibrio de fuerzas, a medida que los jugadores (el mercado, la política, la sociedad, el gobierno) aplican estrategias y reaccionan frente a la iniciativa de los demás. Cuando se vaya terminando la partida, si fue correctamente jugada, el tablero se llena de zonas de fuerza que se entrelazan parcialmente entre sí. El margen de ventaja suele ser mínimo y quien no esté acostumbrado al juego no siempre verá claro quién resulta vencedor. El que juega al wei qi pretende conseguir siempre una ventaja relativa; no definitiva ni fatal para los oponentes. Así también debería ser la política y una democracia auténtica, donde todos desean el bien común.

El presidente Alberto Fernández debe estar pensando en todo esto cuando indica que quiere armonía y trabajar con todos, aunque reciba críticas por esos conceptos. Todas las acciones humanas, miradas de cerca, muestran que apartando algunos obstáculos, casi siempre surgen algunos nuevos. Por ello es bueno aferrarse al principio de la flexibilidad estratégica, ya que los hechos y las acciones se encuentran en permanente estado de evolución. Lo importante es saber captar hacia dónde se dirige el rumbo principal.

Mientras las “buenas intenciones” continúan su curso, se observa un aumento de los conflictos partidarios y los interinstitucionales, empujados por rivalidades personales y por los resultados de las encuestas de imagen. Los amigos de ayer pueden ya no ser los de mañana. Todos los espacios políticos tienen internas y se tiran con “flores” de todo tipo; fuego amigo que le dicen. Debido a la evolución socio-económica que pudiese estar actualmente en gestación, algunos cambios de discurso parecen estar procesándose, particularmente en el tratamiento del concepto del delito. La política de seguridad está alentando un debate doctrinario entre algunos referentes institucionales, lo que a su vez anticipa alguna candidatura en la siempre complicada y difícil provincia de Buenos Aires. Los dardos envenenados se suceden en los medios, en las redes y a veces por Zoom, en un formato más de fogueo que de conflicto real. El tema debe preocupar seriamente a los funcionarios ya que es evidente que la delincuencia no anda con tales sutilezas y los ciudadanos se arman, aunque no deberían. Pero la realidad sigue siendo la única verdad.

Es probable que a corto plazo el Gobierno también nos anuncie sus objetivos de corto y mediano plazo y cómo lograrlos (no hay que decir plan). Sin duda que lo urgente, pero también importante, es que hay que crear empleo en industrias de antigua y nueva tecnología, para lo cual debe incentivarse la inversión privada, junto con el acompañamiento estatal, y todo debe estar orientado a las exportaciones, preferentemente con alto valor agregado. Todos temas complejos que requieren consenso político amplio, ciertas definiciones y la conformación de equipos multidisciplinarios con experiencia práctica, consustanciados con el pensamiento estratégico. Una ley de promoción de las inversiones, con reglas y financiamiento parece estar en el horizonte de lo posible y lo deseable.

El autor es consultor de temas geopolíticos