El recuerdo de las PASO que no pasó

Casi sin internas, hace un año se llevaban a cabo las primarias. ¿Tiene sentido que se pongan a sufragio listas que no tienen opciones? ¿Deberían ser obligatorias? Se está a tiempo de pensar en el año que viene...

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No hubo internas entre los partidos mayoritarios y los comicios fueron una costosísima encuesta electoral (EFE/Juan Ignacio Roncoroni)
No hubo internas entre los partidos mayoritarios y los comicios fueron una costosísima encuesta electoral (EFE/Juan Ignacio Roncoroni)

Hoy, hace un año, se producían las elecciones PASO, supuestamente destinadas a dirimir las internas de los partidos políticos. Como suele suceder en la Argentina que deroga la ley con la atropellada de realidad acomodada a su gusto, no hubo internas entre los partidos mayoritarios y los comicios fueron una costosísima encuesta electoral con un todavía más alto precio político para el partido gobernante.

Por lo primero, diez fórmulas se presentaron para superar el 1,5 por ciento de votos necesarios para competir en octubre. Fernández-Fernández por el Frente de Todos, Macri-Pichetto por Juntos por el Cambio y Lavagna-Urtubey por Consenso Federal fueron los tres principales binomios. A esos se sumaron los candidatos José Luis Espert por la Unión por la libertad, Nicolás del Caño por el Frente de Izquierda, Juan José Gómez Centurión por Nos, Manuela Castiñeira por el MAS, Alejandro Biondini por los nacionalistas, Manuel Albarracin por el Frente Vecinal y José Romero Feris por el autonomismo. Ninguna tuvo interna.

En la provincia de Buenos Aires, el 40 por ciento del padrón electoral, nadie eligió nada de cargos nacionales. Eran listas únicas y cerradas. Los partidos, también en el resto del país, presentaron lista única para presidente y escasas opciones para cargos menores. En Capital se votó por jefe de gobierno y tampoco hubo opciones. Allí terciaron Horacio Rodríguez Larreta de Cambiemos, Matías Lammens por el peronismo y Matías Tombolini por el lavagnismo. En fin: elección ni primaria, ni abierta (cada uno votó a su candidato que repetiría en octubre) y poco obligatoria. En el país sufragó el 76 por ciento del elenco comicial. El 24 por ciento ausente no recibió ningún castigo ni se pidió demasiada justificación.

Las consecuencias políticas del resultado, mirando el segundo aspecto, fueron enormes. Hasta el viernes 9 a las 8 de la mañana, se publicaron encuestas que daban una diferencia de 3 puntos entre los peronistas y los integrantes de Cambiemos. Todos hablaban de resultados “parejos”. A medianoche del domingo electoral la diferencia trepó a casi 16 por ciento. La frase del presidente Mauricio Macri fue elocuente: “El resultado fue muy malo. Vayan a dormir”. Unas horas más tarde, empeoraría la forma y el fondo. Reclamó que los argentinos “aprendan a votar”. Los mercados no se hicieron esperar. El lunes el riesgo país “voló” por sobre los 1700 puntos, las acciones argentinas se desplomaron y el dólar en el cambio libre aumentó un 23 por ciento.

No sólo esa noche impactó el casi 48 por ciento del Frente de todos por sobre el 31 de Juntos por el cambio. Roberto Lavagna, alguna vez pensado como el candidato del consenso, el posible presidente de la transición, apenas colectó el 8 por ciento. Antes había visto desgajarse su espacio con la partida de Sergio Massa a las huestes K, de Miguel Pichetto lanzado como vice de Macri y de Jose Schiaretti, haciendo mutis (sin metáfora) por el foro hacia Córdoba. Los seguidores de José Luis Espert, la esperanza del liberalismo (y de cierta derecha), se anoticiaron estupefactos del apenas 2,1 por ciento de sufragios superados por el ex combatiente de Malvinas Juan José Gómez Centurión y la evangelista Cynthia Hotton, ambos antiaborto, que recibieron el 2,6 por ciento. La izquierda, dividida como era de esperar, llegó al 5 por ciento entre dos fórmulas.

El resultado no fue un golpe menor para María Eugenia Vidal. En la provincia, Axel Kicillof le descontó 17 puntos arañando el 50 por ciento de los votos. La martingala política de Cristina ungiendo a Alberto Fernández como candidato a presidente y haciéndose proponer (en apariencia) como secundaria vice, más el sostenimiento de Kicillof en provincia, funcionaron con gran éxito de votos.

En la ciudad capital, Horacio Rodríguez Larreta obtuvo el acta bautismal todavía no ostensible de jefe de la oposición (su acto de comunión sería en octubre y el matrimonio con el cargo en el ejercicio de la función en medio de la pandemia del COVID) con el 46 por ciento de los votos por sobre 31 de Lammens.

A 365 días de aquellas elecciones y a un mismo plazo de las que deben celebrarse en 2021, cabe preguntarse por su utilidad y sentido. Las PASO nacieron para neutralizar el dedo inconsulto de las cúpulas partidarias que digitaban los cargos según su deseo. En apenas ocho años, las internas argentinas perdieron su sentido. Ya no importa si se trata de los clásicos vicios de las formas de nuestro país. La pregunta debería ser si tiene sentido que se pongan a sufragio listas que no tienen opciones o, en su caso, si deben ser obligatorias. Se está a tiempo de pensar en el año que viene. Seguro que con la crisis económica reinante el ahorro de pesos sería bienvenido. Quizá, con ese mismo estrés y con un país todavía shockeado por un virus que se espera ya esté domado entonces, sean tiempos de evitar seguir jugando a un juego que nadie juega, salvo los que adoran las encuestas onerosas que distraen a los que deben gestionar un país en crisis.