Todo gobierno que inicia debería entender que un porcentaje relevante de temas con los que tendrá que lidiar, a los que le tendrá que invertir tiempo y esfuerzo de gestión, van a ser originados por actores o variables externas. Algunas de estas herencias provienen de gobiernos anteriores. Otras son producto de déficits estructurales al país y se arrastran incluso de varias décadas. Un tercer conjunto de situaciones heredadas llega desde el exterior y son, en esencia, contingentes.
En el caso del gobierno de Alberto Fernández, tres crisis heredadas atravesaron el primer semestre de su gestión: la pandemia, la deuda externa y la crisis económica.
La pandemia: una crisis que llega desde afuera
Existen crisis que pueden ser comunes a muchos gobiernos, y afectarlos casi al mismo tiempo. Varios presidentes en el mundo tuvieron, en los últimos 50 años, períodos de crisis económica, aumentos del desempleo, caídas de su imagen positiva, escándalos políticos, etcétera. Sin embargo, pocas veces en la historia de la humanidad un fenómeno puso al mundo en crisis al mismo tiempo, obligando a la inmensa mayoría de las naciones del mundo a adoptar drásticas medidas que llevaron a una virtual parálisis de las economías locales, y por ende, del mercado global.
Dependiendo de cada nivel de desarrollo, algunas regiones tienen la posibilidad de recuperarse con mayor o menor celeridad. Argentina, claramente, no está entre los países que enfrenta esta situación con una economía sólida o una matriz productiva consolidada. Por el contrario, la endeble situación económica que se arrastra en los últimos años, es uno de los factores que atentaría contra la posibilidad de una recuperación rápida.
No obstante, es evidente que la gestión de la crisis está arrojando resultados alentadores. Actualmente el país no se encuentra entre las naciones con mayor cantidad de muertes. El esfuerzo del distanciamiento social y la cuarentena que el Gobierno impulsó hacia mediados del mes de marzo y que los argentinos supieron en su gran mayoría respetar permitió evitar el desastre y que, por ahora, pese al crecimiento de la cantidad de contagios y la necesaria cautela de las autoridades, pueda hablarse de que la situación está “controlada”.
En términos de opinión pública, los frutos de la gestión de esta crisis han tenido un correlato en el aumento de la imagen positiva del Presidente, cuyo liderazgo y decisiones fueron valorados por la mayoría de los ciudadanos. Naturalmente, la opinión pública es oscilante. Sería un error que el Gobierno descansara en los altos números de apoyo, sin tener en cuenta que los argentinos necesitan distintas medidas en cada etapa. Hoy la apertura progresiva o, al menos, la comunicación de una “hoja de ruta” clara en ese sentido, pareciera ser imprescindible.
La deuda externa: una crisis heredada del gobierno anterior
Como decía el influyente politólogo Norberto Bobbio, en la política existen una serie de problemas recurrentes. Si bien el académico italiano se refería a los problemas clásicos estudiados por la teoría política, en Argentina pareciera ser que uno de los tópicos más recurrentes es el de la deuda externa.
El gobierno de Mauricio Macri no se ha caracterizado por ser, como se dice en la jerga, “un buen pagador”, sino que, por lo contrario, es uno de los presidentes que, en los últimos 50 años, en mayor volumen ha incrementado la deuda externa sin ser uno de los que más ha pagado vencimientos. Así, tras encontrarse con un país que había encarado un profundo proceso de desendeudamiento, anunció abiertamente la “vuelta a los mercados” -un eufemismo para referirse a la toma de deuda-. La historia es harto conocida: el fracaso de esta política que llegó incluso a incluir un bono a cien años, fue el famoso “reperfilamiento”, una postergación de los compromisos de la deuda externa, que lógicamente alcanzó al gobierno de Fernández, condicionando su política económica a un arreglo de la deuda.
El reciente logró del equipo económico liderado por Martín Guzmán, la punta de la lanza con la cual el Gobierno negoció con los agresivos grupos de bonistas, traza un sendero de posibilidades en el cual la Argentina puede recuperar la autonomía necesaria para avanzar hacia el progresivo crecimiento económico. La deuda es, en este sentido, una traba que el gobierno necesitaba solucionar para crecer.
La crisis económica: un desafío para la gestión
Con resultados variables, cada argentino que se ha sentado en el Sillón de Rivadavia se ha pronunciado sobre la necesidad de generar más empleo, reducir la pobreza y la desocupación y dinamizar la matriz productiva. Lo cierto es que, remitiéndonos exclusivamente a los resultados de gestión, son pocos los gobiernos que terminaron mejor que como empezaron.
Una de las herencias más pesadas que recibió Fernández del gobierno de su antecesor, es sin dudas, la situación económica. Sólo por mencionar algunos datos que permiten dimensionar los resultados de la gestión y tener en cuenta aquello con lo que se “encontró” Fernández al asumir –y que por lo tanto ahora es responsabilidad de este gobierno gestionar-, uno de los índices que aumentó ostensiblemente entre 2015 y 2019 fue la pobreza. Como señala el Observatorio de la Deuda Social de la UCA, para el segmento de argentinos entre 0 y 17 años, la pobreza pasó del 46,1% en 2015 a 59,5% en 2019, mientras que el segmento de 18 a 29 aumentó de 31,1% a 41,3% en dicho periodo. Por otro lado, los dos segmentos de mayor edad también se empobrecieron: los que tienen entre 35 y 59 años pasaron de una pobreza de 25,5% en 2015 a 35,5% en 2019 mientras que los de 60 y más, pasaron de 6,1% a 13,6%.
La “Pobreza Cero”, aquella vara con la cual el propio Macri había pedido que se midiese si su gestión resultaba exitosa o no, pasó en solo cuatro años de ser una promesa, a ser una más de las pesadas herencias con las que el actual gobierno tiene que lidiar.
No obstante, ello, en la gestión no se puede trabajar sólo en un tema y dejar de lado el resto. Fernández no puede solo enfocarse en la deuda y no pensar en la pandemia o en el abordaje de la crisis económica. Reactivar la economía local es un desafío necesariamente ligado a la gestión de la pandemia y a los compromisos asumidos con los acreedores externos. Si bien el camino aún es incierto, el Gobierno parece estar logrando aciertos en la larga marcha hacia esa dirección.
*Sociólogo, consultor político y autor de “Comunicar lo local” (Parmenia, 2019)