Piedras

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(Shutterstock)
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En el final de sus días, recuerda. Recorre su tiempo y frena en los instantes que dejaron huella. Los ojos van de un lado al otro como si lo viera todo de nuevo, como si estuviese allí otra vez. El paso de los años se lee en sus manos rugosas. Esas manos gastadas hablaban de tiempo y de las piedras del camino que intentó cruzar, a veces a los golpes. Sonríe de costado, suspira una bocanada de aire nuevo, mira a esos jóvenes llenos de futuro y les confiesa su historia.

El último libro de la Torá trata de las memorias de un Moisés que recorre sus anécdotas del viaje y la reinterpretación de sus pasados. En el texto de esta semana recuerda uno de los momentos más tristes de su vida: cuando desde el cielo le dicen que no ingresará a la Tierra Prometida. Una piedra había aparecido en su camino y no supo qué hacer con ella. Una piedra que bloqueó su ruta y que no le permitió volver a avanzar.

El texto comienza diciendo: “Vaetjanan - Y rogué…”. Moisés recuerda allí la plegaria, la súplica desesperada por alcanzar lo que tanto había esperado. Reclama por lo injusto de la situación, recuerda su lealtad a la misión, encuentra otros responsables, implora por comprensión. Pero nada cambia su destino. En el idioma hebreo cada letra posee un valor numérico, por lo que los místicos nos dicen que la palabra “Vaetjanan - Y rogué…” equivale al numero 515. Algunos deducen de aquí que Moisés estuvo 515 horas rezando y pidiendo poder ingresar, mientras otros aseguran que fueron 515 veces las que rezó por que su ruego sea escuchado.

Es la palabra que menos soportamos. La que puede hacer doler mucho más que algún insulto o el peor de los silencios. Es la palabra que altera nuestras emociones, la que da un vuelco a nuestros objetivos, la que nos genera angustia y sensación de falta de salidas. Es la palabra “NO”.

Trastoca nuestros sentimientos más profundos cuando viene de alguien a quien uno ama, o de personas de las que uno esperaba otro tipo de respuesta. Tenemos escasa tolerancia al “NO”. Más aún cuando viene desde el cielo. Este relato en primera persona de Moisés, nos enfrenta a reconocer que no siempre las cosas resultarán como esperábamos. El más grande de los profetas, el que hablaba cara a cara con Dios, insistió cientos de veces al cielo y aún así la respuesta no fue la que esperaba. La respuesta desde el cielo también puede ser “no”.

Sea la dimensión, formato o alcance de fe que tengamos, cuando pedimos algo desde lo profundo del corazón y no sucede, solemos refugiarnos en una espiritualidad adolescente. Cerramos la puerta de un golpe como cuando éramos niños, al grito convencido de que de nada vale creer, que nada allí afuera existe. Mientras que en realidad, tal vez lo que no existe sea nuestra manera de creer.

Hay quienes sostienen que desde el cielo nos ponen pruebas a sortear, que las piedras en el camino son lanzadas desde arriba. Sin embargo hay quienes creemos que las piedras son parte del paisaje, que la ruta está plagada de barreras, complicaciones, desvíos y rocas que parecen insalvables. Son tantas las veces que nos vamos a cruzar con ese “no”. Tantas las veces que será injusto, inexplicable o inmerecido. Pero desde el cielo no arrojan ninguna de esas piedras, sino que nos llenan de creatividad espiritual, coraje en el corazón y sabiduría en la razón para decidir qué hacer con ellas.

Podemos quedarnos empujando la piedra, lastimar nuestras manos, golpearnos la cabeza con ella una y otra vez, hasta agotados asumir que será imposible moverla. Podemos intentar pasar por arriba de la piedra y en la escalada entregarle una entidad y un poder a esa crisis, que sólo resultará en un nuevo golpe al caer. Pero también podemos descubrir nuevos caminos que se abren al costado de esa piedra. Asumir que la piedra no va a cambiar, ni moverse de allí. Que hay cosas que llegan para quedarse, aún contra nuestra voluntad. Que puede no ser justo, porque la vida tantas veces no lo es. Seremos entonces, los que se hayan quedado abrazados aún en el correr del tiempo a esa piedra, o los que hayan creado nuevas rutas haciendo de aquella roca, apenas una parada en el camino.

Amigos queridos. Amigos todos.

En medio de sus memorias, Moisés dice una frase que es sin dudas uno de los más bellos versículos de la Biblia: “Rak ishamer leja, ushemor nafsheja meod, pen tishkaj” – “Sólo cuídate y cuida mucho de tu alma, no lo olvides”. (Deut. 4: 9)

Este tiempo, la piedra en el camino en la que se convirtió esta pandemia, nos llama a cuidar especialmente nuestro cuerpo y nuestra salud. Pero no podemos dejar a un lado el cuidado de nuestra alma. Para cuidar el alma debemos no olvidar. No olvidar todas aquellas otras piedras que supimos rodear para volver a andar. No olvidar las manos rugosas de nuestros abuelos acariciándonos el rostro con una sonrisa. Y entonces hacer de sus piedras y las nuestras, ladrillos que construyan nuevas rutas y castillos que forjen el espíritu.

El autor es rabino de la Comunidad Amijai, y Presidente de la Asamblea Rabínica Latinoamericana del Movimiento Masorti.