Sin plan de vuelo

La sensación de estar suspendido a la espera de quién sabe qué es sencillamente aterradora y desasosiega al mejor plantado

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El presidente Alberto Fernández (Foto: Télam)
El presidente Alberto Fernández (Foto: Télam)

Los que no tenemos miedo alguno a volar, los que subimos a un avión como quien sale a hacer running o a pasear un perro sin registrar temblores de pánico ni sobresalto en alguno, reconocemos, no obstante, una circunstancia como particularmente inquietante, que suele alterar al mejor plantado: la necesidad de hacer tiempo en el aire.

Suele ocurrir con cierta frecuencia que, cuando se está llegando al aeropuerto de destino, te mandan a sobrevolar a una zona de espera por falta de condiciones para aterrizar y la máquina empieza a dar vuelta en redondo aguardando pista. Esa sensación de estar suspendido a la espera de quién sabe qué es sencillamente aterradora y desasosiega al mejor plantado.

En estos días de pandemia, cuarentena eterna, interminables gestiones por la deuda, y lo más desconcertante aún, de constantes idas y venidas presidenciales sobre cuestiones de fondo, se recrea en el inconsciente de muchos esa temida posibilidad.

La idea de estar en el aire esperando llegar a algún sitio en tierra firme, consumiendo de manera acelerada el combustible que nos queda. El miedo a que de buenas a primeras todo se venga a pique.

La palabra “procrastinar” es trending topic en estos días. Viene del latín: procrastinare. El que procrastina pospone tareas importantes, posterga, dilata, deja para después, la patea para adelante.

Psiquiatras, psicólogos y profesionales de las más diversas especialidades se han dedicado a estudiar qué tienen en la cabeza los “procrastinadores seriales”. Casi todos coinciden en que las personas que entran en estados de procrastinación crónica lo hacen por aversión o sentimientos negativos hacia la tarea que los requiere. Por eso definen la actitud procrastinadora como el encierro en un círculo vicioso que brinda alivio en lo inmediato pero que profundiza la dificultad para salir.

A la idea de que Alberto Fernández “se enamoró de la cuarentena”, con la que se pretende explicar la eternidad del confinamiento, le sigue ahora la percepción de una suerte de conducta procrastinadora que desborda la administración sanitarista de la pandemia y que hoy se extiende a casi todos los planos de la gestión.

Atribuir esta dilación de casi todas las cuestiones de la administración del Gobierno a razones emocionales, de sesgo genético, de inseguridad personal o baja autoestima sería un análisis demasiado estrecho considerando la gravedad de los temas que se posponen y el CV del supuesto procastinador, alguien que, no solo ha estado durante seis años ejecutando decisiones políticas tomadas por otros en el más alto nivel, sino que además se jacta de conocer como nadie la botonera del poder.

El Presidente hace gala de su experiencia a la hora de gestionar, y muy especialmente de su capacidad para unificar lo diverso. Lo expresa y lo promociona como uno de sus mayores activos políticos. Administrar diferencias, cohesionar, moderar, aglutinar sería lo suyo.

En las últimas semanas es manifiesto que esta tarea se le está complicando. Esto admite una razón. Él mismo es una de las partes que debe encastrar de manera aceitada para que el mecanismo funcione y se pueda gobernar. Y las piezas más sensible de ese engranaje son solo dos. Esto lo obliga a repetir hasta el aburrimiento que todo lo conversa con CFK pero que las decisiones finales le pertenecen en exclusividad.

El Presidente tiene razón cuando dice que la gente está confundida. Alberto Fernández utilizó esta expresión para calificar el impulso que sacó a la calle a la gente bandera en mano en plena pandemia el pasado 9 de julio. Lo que confunde a la gente es la actitud presidencial ir y venir sobre sus propias convicciones y seguir sobrevolando las más urgentes de las cuestiones mientras quemamos el tanque de reserva.

La mirada más comprensiva y piadosa sobre la figura presidencial sugiere que sus indefiniciones se corresponde con una estrategia tendiente a suavizar las implacables tensiones que combustionan en el interior de su fuerza política y que el paso de la últimas semanas ha agravado hasta lo exasperante. Para quienes así piensan Alberto Fernández es un tiempista. Está regulando para aplanar la curva ideológica.

Para otros tantos, el “hacer tiempo” del jefe de Estado tiene que ver con la necesidad que obtener el visto bueno de los sectores más radicalizados de la coalición que gobierna y que se alinean en la vereda del Patria. Fernández ha dicho una y otra vez que no se va a pelear con Cristina nunca más. Solo alguien que está dispuesto a ceder puede garantizar el respeto a una premisa de tan difícil cumplimiento.

Los intentos de avanzar en una gestión para la post pandemia se estrellaron contra una cruda realidad. Por fuera de las tareas de fortalecimiento del sistema y cuidado sanitario, todo lo demás le está demandando enfrentar las irreconciliables diferencias que anidan en el Frente.

A la seguidilla de la pasada semana se sumó un episodio. La designada embajadora en Rusia, Alicia Castro, cruzó vía Twitter a quien será su jefe en el caso de que efectivamente llegue a asumir, el canciller Felipe Solá. El ministro había definido al de Venezuela como un gobierno autoritario en el que “hay una gran facilidad para meter presos políticos”.

“Después de las aclaraciones de @alferdez es llamativo que el Canciller siga machacando contra Venezuela. Sería oportuno que se exprese contra la proscripción y condena de Correa en Ecuador, el gobierno de facto de Bolivia que posterga la elecciones, la situación de Chile y de Brasil”, tuiteó Castro.

La ex sindicalista y dos veces embajadora, en Venezuela y Reino Unido, fue propuesta por CFK. La suerte que corra su pliego en el Senado será indicativa de quien está obligado a ceder para sostener la tan pregonada amistad entre el Presidente y su Vice.

Para enfrentar esta suspicacia de que la unidad en la diferencia lejos de sumar paraliza, el Ejecutivo hizo saber este viernes que la próxima semana anunciará 60 medidas “para un futuro más definido”. No trascendieron detalles de lo que se anunciará.

No estamos frente a un plan sino de medidas para “levantar una perilla y poner todo esto en marcha”. Un anticipo que no contradice en absoluto las declaraciones de Fernández al Financial Times en las que aseguró, sin titubear, que no cree en los planes económicos y se definió como “la persona más pragmática que existe”. Eso está fuera de toda discusión.

La próxima semana viene con mucha tela para cortar. Este miércoles comenzará el tratamiento de la moratoria impositiva. Los diputados se reunirán en sesión mixta (46 diputados y el Presidente de la Cámara presenciales y el resto de manera virtual). El temita se las trae.

Desde la oposición ven venir un caballo de Troya. Si bien están dispuestos a acompañar la iniciativa, piensan resistir los artículos que no solo permiten el ingreso a las expendedoras de combustibles líquidos, tragamonedas y juegos online, sino que, además, extienden el beneficio a empresas quebradas sin continuidad. Pretenden sumar alguna compensación o premio para los que pagaron e impedir que resulten beneficiarios los que siendo agentes de retención se quedaron directamente con la plata de la AFIP. Sería la primera vez en la historia que ocurre algo así, aseguran. Creen que la ley es un traje a medida para el grupo que lidera Cristóbal López.

La presentación del proyecto de reforma de la Justicia también tiene a los opositores con la guardia en alto. Se teme que solo se avance con los cambios que favorezcan la delicadísima situación procesal de la ex Presidenta. Por el momento nadie sabe de qué se trata pero temen que la “cajita feliz” incluya alguna sorpresita indeseada.

Está terminando julio y el virus no afloja, crecen los casos y el sistema sanitario esta cerca del límite, los datos de la economía son alamantes, la inseguridad explotó y la situación social se complica dominada por la fatiga y la desesperación. Así nos encuentra agosto cuando se nos sigue diciendo que todavía el pico no llegó.

Desde Juntos por el Cambio se evalúa que la situación del poder es muy compleja y que más temprano que tarde Alberto Fernández va a tener que decidir.

El Presidente tiene que tomar decisiones y tiene que hacerlo en tiempo y forma. Esa es hoy su tarea y la postergación, cualesquiera sean las razones que la disparan, tiene un altísimo costo político y económico.

Todos estamos ansiosos por recuperar alguna certeza. Queremos tocar tierra, emerger de este limbo 2020, dejar de flotar en el vacío, salir de este modo “en pausa” que no solo frena sino que, prolongado en el tiempo, destruye planes, emprendimientos y proyectos personales de los que no viven solo pensando en surfear el presente.

¿Dónde está el piloto? Es la pregunta de la hora...

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