Iniciativas valiosas para la nueva normalidad

Para que se pongan en marcha los consensos es imprescindible que el Gobierno y la oposición dejen de jugar a perros y gatos y se aboquen a formular un acuerdo político

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FOTO DE ARCHIVO: Una bandera argentina flamea sobre el Palacio Presidencial Casa Rosada en Buenos Aires, Argentina 29 octubre, 2019. REUTERS/Carlos Garcia Rawlins
FOTO DE ARCHIVO: Una bandera argentina flamea sobre el Palacio Presidencial Casa Rosada en Buenos Aires, Argentina 29 octubre, 2019. REUTERS/Carlos Garcia Rawlins

Un grupo de dirigentes gremiales de la CGT y de empresarios de AEA mantuvieron a través de un Zoom una reunión para promover consensos y acuerdos básicos que permitan la salida de la crisis. Me parece una excelente iniciativa que merece ser apoyada. Es una respuesta activa e eficaz a la incertidumbre de un presente cargado de acechanzas. Es una muestra de madurez y responsabilidad que señala el camino que debemos transitar para encontrar un rumbo de salida de la crisis.

En estos días, es un lugar común decir que el mundo en general y la Argentina en particular emergerán transformados de la pandemia. Hasta se le ha dado un nombre a esa transformación: la “nueva normalidad”.

Ciertamente, un episodio tan dramático y que afecta simultáneamente a tantos millones de personas no puede sino modificar usos, costumbres y creencias. Hay generalizada coincidencia, sin embargo, en que las transformaciones que se operarán en la Argentina no son el resultado exclusivo de la peste, sino también de la crisis aguda provocada por años de conductas erráticas, de políticas equivocadas, de creencias erróneas, que la pandemia, en todo caso, potencia y desnuda.

Los gestos y las acciones de lo que hoy podríamos llamar “la vieja normalidad política” provocan un mayor hastío y promueven la desesperanza en la sociedad, además del odio y los enfrentamientos entre sectores de los partidos rivales.

¿Y qué sería “la vieja normalidad política”, me preguntarán? La vieja normalidad política no es otra que la creencia en que se puede gobernar desde un partido solo, con prescindencia del resto de los representantes de la ciudadanía, lo que educadamente en público se llama “la oposición” pero en la intimidad de los más extremos se llama “el enemigo”.

Esa forma de entender la normalidad caducó en una buena parte del mundo occidental a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial y fue reemplazada gradualmente por otra, que no aspira a la hegemonía de una parte –la mayoría- sobre otra –las minorías- ni tiene como proyecto la construcción de un relato único al que deben adherir los ciudadanos, para no perder su condición de tales.

Es el formato de gobierno de países como Alemania, Francia y los ahora tan admirados países nórdicos, por ejemplo.

¿Qué hizo que países enfrentados en guerras, aún sangrantes, se pusieran de acuerdo y se unieran en pos de un destino común?

En 2004, cuando trabajaba en la constitución de la Comunidad Sudamericana de Naciones –con el ejemplo de la Unión Europea como referencia- en un encuentro con Felipe González le hice esa pregunta. Él me contestó refiriendo a la experiencia española que había llegado al Pacto de la Moncloa después de una guerra civil feroz y sangrienta. “Teníamos un millón de razones que nos empujaban a ponernos de acuerdo”. Aludía a los muertos de la guerra civil. Y trasladó la misma respuesta a Europa: “Había sesenta millones de razones para que se unieran nuestras naciones”.

Para seguir con las preguntas. ¿Por qué las dirigencias argentinas no hemos podido nunca capitalizar esas trágicas experiencias ajenas sin necesidad de llegar a marginar en la pobreza a la mitad del pueblo, por ejemplo?

En un reciente artículo, Luis Rappoport indica correctamente que la experiencia del 2002 para enfrentar la grave crisis desatada se basó en un acuerdo político como primer paso y luego la convocatoria al Diálogo Argentino con todos los sectores.

Ahora, quienes deben dar el primer paso caminan en sentido contrario y han vuelto a la pelea. Las fuerzas laborales, empresariales, sociales, eclesiásticas e intelectuales aguardan una convocatoria con la conciencia clara de que no hay salida sin diálogo. Como la convocatoria sigue dilatándose, esas fuerzas toman iniciativas, como es el caso del mencionado encuentro de la CGT con empresarios de la Asociación Empresaria Argentina (AEA).

El documento emitido tras esa reunión señala que con estos encuentros se pretende “avanzar en la formulación de consensos básicos que den lugar en el tiempo a la implementación de políticas específicas”. Y agrega: “Ello se hace aún más urgente en vista a la crítica situación económica y al esfuerzo enorme que implicará mantener en actividad al aparato productivo y al empleo formal en el país”.

Días atrás, el Consejo Agroindustrial Argentino y la Unión Industrial Argentina coincidieron en un plan destinado a promover la productividad del sector y, esencialmente, las exportaciones con alto valor agregado.

Son iniciativas todas muy positivas, que buscan acordar, consensuar, articular. Son, como señalé antes, claras muestras de la madurez que es necesaria para guiar los pasos próximos.

Para que se pongan en marcha los consensos es imprescindible que el Gobierno y la oposición dejen de jugar a perros y gatos y se aboquen a formular un acuerdo político e, inmediatamente, convocar a la Mesa del Diálogo.

Así lo piden voces que surgen desde los más diversos ámbitos que, con diferentes palabras y en distintos tonos, hablan de la necesidad de empezar a construir el destino común para el país.

Seguramente el Presidente sabrá escucharlas.

El autor fue presidente de la Nación