La rotura de silobolsas y el costo de los prejuicios sobre el campo

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¿Acaso es la lógica del ladrón? ¿La de quien roba o hurta para su provecho particular? No.

¿Es acaso la del anarquista? ¿La de aquel que pretende sembrar caos? Tampoco.

Simplemente es la del resentimiento y de la frustración. La del odio. Esta es la lógica de quienes destruyen silobolsas de cereales o de soja.

Es la de aquellos que comprenden al campo desde el error. Lo entienden como un enemigo al que responsabilizan de los fracasos del país. Y, en su cerrazón, no logran comprender que a partir del campo nacen todo tipo de eslabones industriales y fuentes de trabajo.

Pero la culpa no es sólo del chancho sino –y sobre todo- del que le da de comer.

Este tipo de vandalismo es la consecuencia de una prédica en contra del agro, muchas veces sustentada en elaboradas teorías, de cierto vuelo intelectual, que se difunden masivamente e, incluso, se enseñan en muchas universidades.

La historia muestra una constante a lo largo de las últimas décadas: la animadversión hacia el agro, con argumentos falaces que se presentan en favor de la industrialización manufacturera y el sostenimiento de un Estado hipertrófico.

En gran parte, tal prédica proviene de erróneas interpretaciones del famoso economista J.M. Keynes y de antiguas ideas de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) acerca de la importancia de industrializar mediante sustitución de importaciones, aunque deba ser el agro el pato de la boda. Tales ideas han quedado fuera de su contexto geográfico y/o histórico.

Si nos remontamos a la década de 1970, encontraremos más argumentos. Vale citar la idea de la “enfermedad holandesa” por la que cuando un sector pasa a ser hipercompetitivo, y en consecuencia exporta por enormes cantidades de divisas, los demás sectores, como el de la manufactura, quedan perjudicados por una apreciación de la moneda local. Tal idea tiene cierta semejanza con la de Marcelo Diamand, que hablaba de las “estructuras productivas desequilibradas” al referirse a países como el nuestro. O la del “estructuralismo latinoamericano”, de fuertes raíces marxistas.

No es el caso acá de profundizar el conocimiento de estas ideas. Pero sí es el de remarcar que ellas tienen un vector común, donde el agro tiende a quedar mal parado.

Desconocen, de una forma u otra, el gravitante papel del agro como generador de industrias, con eslabones aguas arriba y abajo en la cadena agroindustrial.

Entienden al agro como una actividad más bien extractiva; no comprenden el enorme peso que, para incrementar la productividad, ejercen el comportamiento humano, la innovación, la tecnología y la organización.

La cadena agroindustrial representa más del 50% de los ingresos por exportaciones; y cuenta con más de 40 subcadenas agroindustriales que, en conjunto, aportan al fisco hasta el 45% de los recursos impositivos totales.

Cabe abandonar tantos prejuicios e ideas perimidas. De allí, está clara la necesidad de conocer los porqués de ellos y de las políticas adversas a la producción agraria.

Esta es una oportunidad para quienes están en el eslabón agrario y en el resto de la cadena para “empatizar” con tan erradas opiniones. Y difundir la realidad masivamente, con propuestas superadoras.

El derecho de propiedad es el puntal del desarrollo. Entonces, no se trata de adoptar una posición defensiva. Se trata de una ofensiva.

El autor es economista y profesor de la UCEMA