En busca de un proyecto colectivo

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El pesimismo es pariente directo de la desesperanza. Quedan los fanáticos, que transitan sus certezas y sus broncas al abrigo de las inclemencias de la realidad. Esos que llevan todo al blanco o negro, a los extremos, incapaces de arribar a la infinita gama de los grises. Los miedos están llenos de dudas, habitados por ellas, y suelen agigantar el mal momento, que se agrega a nuestro duro presente como un exacerbado acto de masoquismo. Todos habitamos en dos mundos, el de la imagen que nos transmiten los medios y el personal, integrado por familia y relaciones, con las que hablamos adoptando distintos grados de franqueza. Con la subjetividad de esos datos, armamos una realidad. La sensación de fracaso se impone tanto en los dañados por la cuarentena como en aquellos que no fueron alcanzados por ella. La salud nos obliga a un encierro tan extendido que nos cuesta demasiado imaginar el después, y tenemos la sensación de que, superada su amenaza, saldremos a la calle y seguiremos sin saber qué hacer de nuestras vidas. Es el cruce de dos miedos, uno, a la enfermedad, el otro, al futuro.

Asumamos que para todo dirigente responsable cuidar las vidas es lo primero, nadie que no lo sea puede cargar sobre sus espaldas un acto de desidia sobre la vida ajena. Apareció un documento, con quinientas firmas, surgido de la derecha de países sin muchos problemas económicos, que pretende defender la libertad, según ellos, amenazada en algunos lugares. Entre las pocas firmas nacionales, está la de Macri y algún otro, como si endeudar no fuera una muestra de autoritarismo y una limitación a la libertad mucho más grave que la que se puede percibir en la extensión de la cuarentena. Los cuatro años del PRO le quitan autoridad para hablar de libertades: la concentración de la riqueza y la fuga de capitales constituyen un atentado mucho mayor que el que intentan inventar. El fantasma de Venezuela es solo un fantasma; la pobreza generada por Cambiemos, una dura muestra de la perversión de su concepción. Necesitamos de un gobierno que no retorne a los errores del antiguo kirchnerismo tanto como una oposición que incite a elevar el nivel de la política, nivel que no logramos recuperar más allá de lo electoral. Son muchos los que hablan de irse del país; los que apostaron al libre comercio y a la destrucción del Estado se quedaron sin el paraíso prometido. Tanto reírse de Vivir con lo nuestro, ese lúcido y patriótico libro de Aldo Ferrer, tanto jugar al triunfo del intermediario por sobre el productor, que ahora nos quedamos escasos de presente y sin casi nada para intermediar.

En cuanto a la complejidad del Gobierno, por momentos aparece la provocación en su expresión más infantil y perjudicial. La jubilación de Boudou es una afrenta para millones de jubilados que trabajaron toda su vida. La vuelta de Justicia Legítima y el protagonismo de sectores de izquierda en un gobierno votado por los peronistas generan debates minoritarios y conflictos colectivos. La idea de liberación de detenidos es una expresión de “minorías lúcidas” en contra del sentimiento absolutamente mayoritario.

La política nacional en su mediocridad generalizada imagina que compartir el poder convocando a la oposición y a sectores sociales es una muestra de debilidad, sin tomar conciencia de que en la búsqueda de consenso se encuentra la mayor fortaleza. La soberbia es un límite, reiterado fruto de la inseguridad, en un momento donde sin grandeza y superación de las diferencias, nuestra sociedad no puede encontrar una salida, reencontrarse con su futuro.

Al Gobierno y a la oposición los une hoy la carencia de proyecto y la ausencia de candidatos convocantes. La decadencia generada por la pandemia es tan solo una gota que rebalsa el vaso de la angustia social; la política en todas sus versiones forma parte del problema y por ahora, se muestra alejada de la solución. La calle con sus locales y negocios abandonados, con sus caídos, con sus transeúntes angustiados, recuerda los daños de una guerra, entre nosotros y sin violencia, y parecería haber generado más daño la grieta que las armas de fuego.

Un pensador que ya no está entre nosotros supo decirme apesadumbrado: “No crea que hemos tocado fondo, es que a usted le falta imaginación”. Lo grave está en que el poder de los intereses intenta pensar el futuro desde la visión limitada de sus empleados. No hay pensamiento independiente del sistema bancario y sus perversas derivaciones, de la maloliente opinión de sus mediocres pensadores. Los que fugan sus ganancias no pueden ser los que piensen el futuro.

Necesitamos que el Gobierno u otros sectores sociales inviten a reformular un nuevo modelo de sociedad. Quizás el Presidente solo no pueda hacerlo, pero está de sobra en condiciones de convocar a quienes, juntos, puedan encontrar una salida. Es ese el gesto de grandeza y humildad que la sociedad necesita; en él estaría presente el poder real del Gobierno. El resto ya está agotado: después de la pandemia, de no haber un proyecto colectivo, corremos el riesgo de que se imponga el miedo al mañana. Esperemos que se tome conciencia del después de la cuarentena y se actúe desde ahora en consecuencia; hoy estamos en el peor de los escenario que, sin embargo, puede albergar la más trascendente de las respuestas. Confiemos en que así sea.