Como si nuestro país no arrastrara antinomias desde sus orígenes, ahora estamos en proceso de sumar un nuevo actor al club de los “antihéroes”: los corredores. No está claro, al menos aún, quién será su contraparte (¿los caminantes? ¿los sedentarios?). De golpe hasta si nos identificamos como “runners” o “corredores” es motivo de profundas reflexiones. El corredor es un sujeto –para los cultores esta nueva corriente de opinión- antisocial, egoísta, e irresponsable. En fin, hemos pasado a simbolizar todo o casi todo lo que puede haber de negativo en un ser humano. Para algunos, incluso, es un abominable ser votante de la derecha neoliberal. No tiene sentido detenerse a debatir semejante imbecilidad, a la que se trata de dotar de cierto tufillo intelectual. Les sugiero a estos autores hacer una pequeña investigación de campo, asistir a algún parque tan pronto permitan correr y conversar un poco con ellos. Mientras tanto –y a riesgo de que no me crean- les digo hay corredores K, M, radicales, socialistas, progresistas, conservadores, abortistas, pro vida, de derecha, de centro y de izquierda. En definitiva, es un mundo tan rico en sus preferencias e ideas como la sociedad a la que pertenecemos. Los hay competitivos y relajados, fanáticos y despreocupados, dotados y esforzados, sociables y ermitaños, generosos y egoístas, gordos y flacos, metódicos y desorganizados, como en cualquier otra actividad deportiva. Es además un deporte de los más democráticos: no requiere grandes gastos en indumentaria ni pagar un club. Un par de zapatillas, algo de ropa deportiva y un sendero alcanza. También hay aplicaciones con rutinas de entrenamiento gratuitas. Es verdad que han surgido en torno al “running” emprendimientos de diversa magnitud. Bienvenidos sean los que generan empleo y trabajo con actividades libremente elegidas por la gente.
Sin evidencia científica que lo justifique, a partir del 1 de julio la ciudad prohíbe esta práctica. Raro en un gobierno que le gusta medir y fundar sus decisiones en hechos. Antes bien parece haber sido una concesión política –según ha trascendido- a los caprichos de quien gobierna la provincia de Buenos Aires avalado por el Presidente. Seguramente nos ha de faltar información sobre los reales motivos que condujeron a esta decisión. No se conoce por ahora que el aumento de la curva de contagios en territorio bonaerense o de la ciudad obedezca a quienes corren en horario nocturno en esta última. Si esos estudios estuvieran disponibles, sería bueno conocerlos. Los corredores también sabemos de límites y cuidados.
No tendrían sentido estas reflexiones si no fuera porque la decisión tomada es expresión de una forma de obrar muy extendida en nuestro querido país: aquella que disocia causas de consecuencias y se basa más en el prejuicio y el capricho que en la evidencia y la razón. Así nos va.
El autor es abogado y corredor