El autor de esta columna hablará el jueves 25 a las 13, vía Zoom, de los prejuicios sobre el campo y las políticas anti-agrarias (la inscripción se realiza en la web de Ucema)
Al implementar estrategias de desarrollo industrial, con herramientas de protección y cierre de la economía, sobre todo a partir de la década de 1940, el Estado pasó a tener un papel central y, lamentablemente, las instituciones económicas comenzaron a recorrer un camino de deterioro. El Poder Ejecutivo comenzó a invadir áreas económicas, en desmedro de la actividad privada, que nada tienen que ver con el Estado.
El lobby industrialista y los gobiernos, con fuertes tendencias autocráticas y ávidos de mayor poder, empezaron, especialmente luego de la Segunda Guerra, a moverse al amparo de políticas populistas a costa de otros espacios, sobre todo de la cadena agroindustrial, tanto se trate de aguas arriba como de abajo.
La obra de Keynes, en primer lugar y, en segundo, la visión del estructuralismo latinoamericano y de la Comisión Económica para América Latina (Cepal) dieron sustento intelectual a tal cuadro. Así fue instalándose la idea de que entre la industria y el campo existe una suerte de dualidad, una incompatibilidad, que exige impulsar tipos de cambio diferenciales, dentro de una concepción proteccionista de la industria manufacturera más alejada de la actividad agraria.
Una parte considerable de la dirigencia parte de la premisa de que existe un sector primario, con una renta de la tierra extraordinaria, que no puede generar empleo ni industrias de consideración
Creían en la existencia de una excesiva especialización en bienes del sector primario y de baja diversidad productiva, de niveles muy dispares de productividad sectorial y de una oferta ilimitada de mano de obra con ingresos próximos a la subsistencia. También estaban convencidos de que la estructura institucional era escasamente proclive a la inversión y al progreso técnico.
Las premisas sobre las que basaban las políticas eran que tal especialización no permitía suficiente oferta de divisas y que había una suerte de coexistencia entre un reducido sector de alta productividad y otro mucho más grande de menor dinamismo, por lo que se formaba una heterogeneidad estructural donde la proporción excedente-ingreso era demasiado baja. En cuanto a lo institucional, pensaban que la capacidad fiscal resultaba insuficiente, en un esquema de inversiones improductivas y de consumo superfluo con escasos incentivos a la inversión y al progreso tecnológico.
Esta forma de analizar las cosas de nuestro país sigue vigente, pese a que la Cepal luego revisó su postura analítica y proposicional, con el propósito de adecuarla a los nuevos tiempos.
El agro unido y la cadena de valor correspondiente neutralizarán las fuerzas negativas, en tanto y en cuanto operen sobre el análisis de la realidad
Este pensamiento y la acción consecuente reaparece con mayor vigor en la medida que el gobierno es más populista. Así se han abierto las puertas a las políticas de sustitución de importaciones que aún muestran claros signos de vitalidad y que se expresan en conceptos de fuerte atracción electoralista como es el caso de la palabra “soberanía”.
Una parte considerable de la dirigencia parte de la premisa de que existe un sector primario, con una renta de la tierra extraordinaria, que no puede generar empleo ni industrias de consideración.
La experiencia mundial enseña que las economías relativamente abiertas logran incrementar sus tasas de crecimiento. Pero al abrirse, surgen ganadores y perdedores.
Los últimos, mediante sus batallones de lobbies, intentan frenar el cambio de la estructura económica. Dado que son muy pocos y concentrados en comparación con aquellos que resultan ganadores –el resto de la sociedad–, el embate de los perdedores resulta mucho más fuerte.
La debilidad del agro reside en los conflictos internos que deberán superar para mostrar a la sociedad la importancia que tiene para llegar al nivel de desarrollo de los países del primer mundo
En esta suerte de puja, el agro, o mejor dicho la cadena agroindustrial, debe tomar parte mediante un adecuado marketing político, a fin de concientizar a la sociedad sobre el vital papel de la agricultura y la ganadería como generadores de eslabones industriales y de demanda laboral, tanto aguas arriba como aguas abajo. Como es en Australia o incluso en Estados Unidos. Sólo si la sociedad advierte su importancia, las amenazas internas tenderán a desaparecer.
Mancur Olson afirma que los lobbies cuentan con mucho dinero y poder para empujar las decisiones, en materia de política económica, a favor de sus propios intereses.
El agro unido y la cadena de valor correspondiente neutralizarán las fuerzas negativas, en tanto y en cuanto operen sobre el análisis de la realidad, mediante cuantificaciones científicamente comprobadas, y sepan comunicarla adecuadamente a la sociedad toda.
La debilidad del agro reside en los conflictos internos que deberán superar para mostrar a la sociedad la importancia que tiene para llegar al nivel de desarrollo de los países del primer mundo.
El autor es Economista y profesor de Ucema