La respuesta de las telecomunicaciones ante la pandemia

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 (Foto: Pixabay)
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Todos somos conscientes del cambio profundo que la pandemia generó en nuestras vidas, no sólo por las limitaciones a las demostraciones de afectos o las restricciones a los derechos libre circulación de los habitantes en el mundo en general y en la Argentina en particular, sino también al cambio de costumbres arraigadas –por acción u omisión de nuestras dirigencia que tanto miedo le temen a los cambios- en lo referente a la producción, interacción e intercambio de bienes y servicios, que hacen de nuestra vida cotidiana más vieja y compleja, que en otras latitudes del mundo, sea antes de la pandemia, durante la pandemia y esperemos que se supere pasada la pandemia.

En efecto, el sistema de logística en la entrega de bienes se torna decimonónico e ineficiente, cuando vemos lo que se tarda en dar respuesta inmediata a los análisis para la comprobación del Covid-19, cuando todo se centralizaba en la Ciudad de Buenos Aires, lo que durante varios meses de pandemia se mantuvo, hasta que se logró descentralizar en cuanto a la comprobación de los resultados de los testeos.

Ni que hablar cuando se pone a prueba el sistema logístico para el acceso inmediato del sistema médico, necesario para dar respuesta a un brote del virus en una localidad alejada de los centros urbanos. Solo mirar las patéticas imágenes de los servicios de comunicación tradicional, que reflejan el desconcierto y poco equipamiento tecnológico de avanzada, que se limita a trajes blancos, amarillos, con o sin escafandra, a personal operativo que lanza chorros de agua con desinfectante –hemos de creer- pero con poca o nada de tecnología que aporte en diagnósticos médicos a distancia.

Grande es la diferencia de la secuencia que día tras día vemos como ejemplo de la improvisación, cuando la comparamos con el proceder en cualquier catástrofe en los países centrales, donde a través de equipos de alta complejidad de medicina a distancia, y no con la herramienta simple de la respuesta en video llamada, que se conoce como “telemedicina”, acuden a socorrer o enfrentar dicho brote o las consecuencias mortales que ello deja en la población.

Pero siendo está nota de opinión un aporte y no una crítica, centremos en los temas que merecen que tengamos presente en los tiempos en el que estamos y nuestras obligaciones para enfrentar el futuro cercano.

Lo primero que debemos es ser honestos intelectual y políticamente en reconocer que todos lo hecho no estaba mal, como tampoco estaba todo bien, sea en el límite de tiempo inmediato como mediato de las actuación del sector público y privado, se podría haber hecho más, seguramente, se podría haberlo hecho mejor, también, pero lo cierto es que con sus virtudes y defectos, la infraestructura del despliegue de redes de telecomunicaciones, sean estas del sector privado o del sector público estatal y no estatal, ha logrado soportar el cambio a la mayor digitalización de la vida social, de la economía doméstica, del conocimiento, de la educación y sobre todo, de la posibilidad de la manutención de lo que queda del aparato productivo de nuestro país.

Esto no es exclusivo en nuestro país, también lo es en el resto del mundo, con mayor y mejor infraestructura, con más avance del proceso de digitalización de la economía y de la vida social, que en el nuestro.

Esta capacidad de respuesta que tuvo la industria del conocimiento y de la información (TIC) en sentido amplio fue producto de la inversión privada que durante años viene mejorando su infraestructura, con el aporte de los precios que abonamos los usuarios y clientes, más allá de los aciertos y desaciertos que pudimos haber cometido y que comentemos aquellos que por distintas circunstancias de la vida pública, hemos estado en el rol de autoridad de aplicación en el sector.

Se debería estar mejor, seguro, se debería haber actuado en el ejercicio de la función pública con más rigurosidad sobre el capital privado o con mayor liberalidad, lo dejo para los analistas que sólo pretenden ser exponentes del mejor “deber ser”, pero que tal vez sea “muy lejos del ser”. Solamente manifiesto que nadie deberá creerse el dueño de la verdad absoluta, y menos desde la sola pertenencia de ser miembro de la omnipotencia del poder, sea este del sector público o del privado.

Ahora bien, sobre el futuro cercano en cuanto a la digitalización que hago mención, cabe apuntar los datos relevantes que hoy vertiginosamente se nos presentan, entre ellos: el acceso a la información fluye en plataformas digitales y ya no en papel, el e-commerce es la forma de transacción que día a día crece. Marketing, homebanking, e-learning, teletrabajo, educación a distancia, inteligencia artificial, ya no son formas excéntricas o sólo de unos pocos.

En definitiva, el mayor volumen de datos sobre la infraestructura de las redes de telecomunicaciones -las que deberán dar respuesta a ese mayor tráfico– son la etapa superior de la convergencia digital.

En razón de lo descripto hasta aquí, estamos seguro de que se deberán realizar los esfuerzos a una más amplia inversión del sector privado y público, sin los pesos impositivos y los obstáculos burocráticos de las exigencias nacionales, provinciales y locales, que impiden dicho desarrollo.

Como se puede observar, esta simple descripción y mínima agenda que se detalló resulta más que elocuente del tiempo que nos toca vivir. Los desafíos que debemos enfrentar no son pocos. Solo resta que esos desafíos, no sirvan de excusas para que nos ganen nuevamente los que se encuentran en la zona de confort de la era analógica, y que la miopía de los que no quieren ver el tiempo de cambio, nos arrastre a mantener un statu quo que sólo hunde a nuestro país en el subdesarrollo digital.

El autor es abogado y ex director del ENACOM

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