El peronismo y la iniciativa privada

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El poder actual de los nuevos ricos, bancos y privatizadas solo genera deuda y pobreza. Hoy nuestro país se ha tornado inviable; debemos modificar la distribución de la riqueza si no queremos seguir siendo testigos culposos del crecimiento de la miseria. La dirigencia política actual, ligada a los bancos y las empresas privatizadas, genera un espacio de poder enemigo de la sociedad trabajadora y productiva. Hay una nueva clase social, la de los nuevos ricos, que se apropia de todo sin generar absolutamente nada. Y con la colaboración del gobierno, cuyas empresas tratan tan mal a los usuarios que terminan autorizando a las privadas a ser muy caras y dar peores servicios.

El peronismo fue la expresión de la revolución industrial y su conciencia estaba asentada en la clase obrera, intentando con diversa suerte un acuerdo con los industriales de aquel momento. Se trataba de la industria “Flor de Ceibo”. En su retorno, Perón elige a Gelbard, representante de la industria de punta de ese momento. Eran Fate-Aluar e intentaban un desarrollo informático propio. Me hago cargo de haber participado en el proyecto “Bunge &Born”, alianza con la empresa nacional más desarrollada en la atención del consumo, en todas sus áreas. Comparados con las privatizadas y los bancos, ellos eran sin duda alguna la mejor muestra de una burguesía de desarrollo nacional.

El capitalismo fue exitoso en la misma medida en que estimuló a los sectores productivos, mientras canalizaba la energía creativa hacia el triunfo de quienes generaban riqueza y, en consecuencia, permitían el avance de la sociedad. En el modelo de Estados Unidos, el ejemplo era Henry Ford, y los Rockefeller manejaban el dinero, pero incentivaban la economía y no se animaban a fugar capitales pues estaban atados a su obligado patriotismo. Ese sistema generó dos líneas de pensamiento, una para su manejo del mundo y otra para educar a los posibles gerentes de sus colonias. Todo ese sistema y su ideología hacen crisis con la aparición de China, una sociedad que los derrota en velocidad de crecimiento mientras utiliza el incentivo de la ganancia, pero con un Estado comunista. Es ahí donde muere el concepto de que solo las democracias pueden avanzar. Los chinos terminaron con el dominio del capitalismo sajón. Inglaterra se suicida en su propia creación, el Brexit, por no soportar el liderazgo de Alemania. Incapaz de competir, se retira a lamer sus propias heridas, sabiendo que con el tiempo la vieja “Gran Bretaña” ya será un sueño olvidado. Si comparamos con los otros imperios coloniales, fue sin duda el que más duró. Siempre quiso que fuéramos una colonia suya y logró que los cipayos llamaran “fascistas” a quienes no obedecían sus designios.

Mientras la iniciativa privada compita en producir, el sistema genera riqueza; cuando se convierte en intermediaria y comercial, en improductiva y solo parasita sociedades, termina siendo tan nefasta como el mismo marxismo, solo que mantiene el disfraz democrático, aun cuando el exceso de concentración capitalista lo deja sin sentido y termina humillando al votante, cuyo derecho se limita a optar por uno de los gerentes que el capitalismo le ofrezca en su pobre menú.

Fuimos nación mientras gobernó la política y producíamos bienes para nuestro consumo, pero también para conservar el trabajo. Cuando los economistas liberales, Martínez de Hoz y Domingo Cavallo, se ocuparon de demoler el Estado de bienestar para facilitar el saqueo con el cuento de la “inversión extranjera”, ese proceso implicó la multiplicación de la pobreza y el nacimiento de la miseria. Destruyeron el ferrocarril, el sistema bancario lo regalaron a manos perversas, las empresas del Estado pasaron a privadas sin que existiera nada a cambio. Mientras España se ocupaba de comprar empresas para volver a ser nación, nosotros nos dedicábamos a vender para volver a ser colonia. El sueño gerencial corrompió hasta la médula a la dirigencia política, destruyó el Estado para permitir a los grandes grupos coimear a los mismos gobernadores e intendentes; así, avanzó la concentración, con los bancos extranjeros financiando la adquisición de todo lo que, hasta ese momento, sostenía a la clase media.

Ahora conduce el rico improductivo, una nueva especie de parásito que invade a las naciones carentes de burguesía industrial y de conciencia política. Espécimen moderno, fruto de la codicia y falto de los más mínimos principios morales. Basta la amenaza de cambio de empresa de telefonía o de cable para que nos ofrezcan reducciones del 70 por ciento, una manera clara de desnudar el robo que ejercen. Y no faltará el necio que lo atribuya a la magia de “la libre competencia”, como si la libertad consistiera en la libre elección que ejercemos de quién nos roba.

Los peronistas debemos recuperar nuestros principios; lo mismo deben hacer los radicales y hasta los conservadores con conciencia nacional, que los hay y son muchos. Convocar a la unidad y gestar un nuevo proyecto de sociedad integrada o, al menos, integradora. Es un desafío fundacional, solo en ese espacio podremos volver a pensarnos como país.