Volver a soñar con un país para todos

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El presidente Alberto Fernández
El presidente Alberto Fernández

A los veinte, en sus cercanías, las lecturas, el cine, esas charlas interminables sobre Pontecorvo, Buñuel, Fellini o Bergman y también la violencia de los grupos más radicalizados, el derecho a matar en pos de un ideal, meses de debate, la pobreza como testimonio. Épocas, tiempos transitados en una sociedad integrada donde conseguir trabajo era fácil, los ricos eran pocos y estaban lejos, y el dinero no nos separaba de nadie. Luego, el golpe, la muerte, el fracaso y el exilio, y ahí nomás la aparición del “operador”, del militante travestido a la complicidad, con los negocios como tema para cubrir la ausencia de los sueños de revolución e ingresar en la horrible pesadilla de la nueva clase, a nuestro lado, entre nosotros.

Alfonsín fue el último intento de centralidad de la política. Después, se culmina la tarea de la dictadura, la destrucción del Estado benefactor, vamos a regalar lo construido, el gas y la luz, el juego y los aeropuertos, las rutas, los bancos y el poder real. Vienen los supuestos inversores españoles de la mano del relato del “V Centenario”, vuelve la voluntad de ser colonia próspera, corriente que siempre ha tenido sus seguidores.

Los conservadores, los radicales, los peronistas, con ellos, esa fue -pese al golpe del 30 y la década infame- una historia sobre la voluntad de ser nación. Con el tiempo, Menem traicionará al peronismo contando con el apoyo de los Kirchner, que privatizan YPF en su afán de hacer negocios. En tiempos recientes, los radicales pasan de la Internacional Socialista con Alfonsín a Macri, cuando los liberales ya no son ni Federico Pinedo, abuelo, ni Pellegrini ni Prebisch. Las ideologías se han transformado en “cajas”, lugares donde enriquecerse con la excusa del “dinero para la política”, y la configuración de una nueva clase entre countries y departamentos en Miami. Hablo de los que poseen una lengua adinerada, donde el millón de dólares se menciona de manera despectiva. Son los nuevos ricos, hijos de los negocios oscuros, que generan ganancias imposibles de blanquear, no invierten en nada, compiten entre sí sobre ese número que amontonan en paraísos lejanos. A veces, la soberbia los puede, y nos hablan de “mil, dos mil o más”, refiriéndose a millones de dólares. Solo una vez visité sus hangares; los aviones privados de hoy son muchos, excesivos, marcan la miseria a la que se corresponde su dedicación. En nuestra patria, robaron; en otras tierras, invierten lo mal habido.

La ganancia que genera riqueza y da trabajo, el salario en lugar del subsidio, la dignidad del que trabaja con la frente alta, dueño o peón, todo eso que tiene un país capitalista, fue destruido en nombre de un peronismo traicionado y de un capitalismo prebendario. Gobernar es dar trabajo, ¿cuánto hace que estamos sin gobierno? La lucha por los cargos se vive como en las sociedades anónimas, expulsando a inversores para aumentar ganancias. Ellos y los otros, todos, se han convertido en cajas, acomodo de parientes y conocidos, un disfrute del poder como el asalto al jugoso distribuidor de las últimas migajas de una sociedad que fue rica. Cada tanto, algún extraviado lee diarios del pasado donde nos cuentan que pudimos ser grandes, como si la herencia sin esfuerzo fuera riqueza. Demasiados viejos conocidos a quienes uno no ve más, mundos privados que hablan de otros temas; algunos, que se enriquecieron de manera oscura lograron, sin embargo, conservar algún prestigio social. Cuando largamos, éramos todos de clase media; ahora, son muchos los que cayeron al llano; otros, unos cuantos, viven en otros mundos, viajan en business, tienen chofer, se reúnen entre ellos, ni siquiera nos reconocen e incluso, a veces, de puro generosos, nos saludan. Se sienten y, de alguna manera lo son, “los triunfadores”.

Los “operadores” privatizaron hasta lo que no existía, a puro retorno. El capital de todos, las rutas construidas por el Estado tienen peajes privados, los bancos juegan con el dinero, el crédito desapareció del sistema, todo es para ganancia de los vencedores y sufrimiento de los derrotados, los ciudadanos. Uno paga fortunas por servicios peores y cuando tiene algún reclamo recibe la consabida “todos nuestros operadores están ocupados”; es el momento en que el cuento de que el privado era superior queda reducido al nivel de la estafa. Estafaron, privatizaron lo de todos, aumentaron las tarifas sin invertir salvo en imagen, publicidad y complicidad, reunieron fortunas y pidieron prestado para poder fugar sus ganancias, que ocupaban el lugar de pretendidas “inversiones”. Con el pretexto de su célebre frase “Cristina dejó poca deuda”, el ministro Dujovne la aumentó en un 40%, sin dejar ni una ruta, ni un hospital, ni una escuela o una industria, sin más que incrementar los subsidios, ese placebo que calma la indignidad del caído. Y hasta un famoso periodista intenta defender a su amigo Dujovne aclarando que en el vaciamiento también había dineros de los kirchneristas. ¿De qué culpa libera esta atroz verdad? Sin reformular la actual distribución de la riqueza, nuestra sociedad no tiene otra salida que seguir generando pobreza. La apropiación de la riqueza por grupos improductivos genera una obligada fuga de capitales que solo puede destruir lo poco que nos queda. Los intermediarios improductivos destruyeron la industria y el trabajo, son la peor enfermedad del capitalismo, es el virus más dañino que estamos sufriendo.

“Aquel que no produce al menos lo que consume no tiene derecho a vivir”, solía arengar el General. Solo el trabajo dignifica, claro que al coimero se corresponde el subsidiado, ambos espejan lo improductivo, uno destruye y el otro es destruido. “Las cajas” definen la política actual, la complicidad dejó de lado al compañero, al correligionario, hasta al amigo. Una caterva de nuevos ricos aplastando a millones de nuevos pobres. Necesitamos renovar la política y gestar su propio proyecto; volver a soñar con un país para todos resulta imprescindible.