El fin de la soledad

Compartir
Compartir articulo
FOTO DE ARCHIVO. Una pancarta que dice "Ni una menos" se coloca en la cerca del Congreso, debajo de fotos de víctimas de violencia doméstica durante una manifestación para exigir políticas para prevenir los feminicidios en el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, en Buenos Aires, Argentina. 25 de noviembre de 2015. REUTERS/Marcos Brindicci.
FOTO DE ARCHIVO. Una pancarta que dice "Ni una menos" se coloca en la cerca del Congreso, debajo de fotos de víctimas de violencia doméstica durante una manifestación para exigir políticas para prevenir los feminicidios en el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, en Buenos Aires, Argentina. 25 de noviembre de 2015. REUTERS/Marcos Brindicci.

Hoy se cumplen cinco años de un hito argentino que logró traspasar las fronteras para instalarse como un movimiento permanente en la búsqueda del efectivo ejercicio de los derechos de las mujeres. Este hito ya se transformó en un movimiento presente en toda América Latina, y en una inspiración para manifestaciones en todo el mundo.

El movimiento del Ni Una Menos comenzó reclamando justicia y la implementación de mecanismos institucionales tendientes a frenar la violencia de género en todas sus formas y los asesinatos a mujeres por el sólo hecho de ser mujeres. Ese reclamo evolucionó hasta transformarse en una verdadera revolución a nivel continental.

El siglo XXI es el siglo de las mujeres: mientras algunas potencias mundiales dan señales borrosas sobre el futuro y la libertad del ejercicio de nuestros derechos, el único cambio cultural profundo que sigue latente y evolucionando es la Revolución de las Hijas. Pero este es un proceso que, como todo proceso pacífico de modificación de conductas, lleva tiempo.

En ese sentido, los diferentes colectivos de mujeres que integramos desde nuestros espacios el movimiento Ni Una Menos contamos con una gran ventaja. El trasvasamiento generacional del cambio cultural está garantizado. Hoy Argentina une en cada manifestación contra la violencia machista a niñas muy jóvenes y a mujeres de mediana edad con abuelas y líderes con un largo recorrido de militancia. Ahí estamos juntas mi hija Milagros, mi mamá Marcela, y yo.

Hoy, a partir de la instalación de la pandemia, vamos a tener que volver a aprender a re-habitar el espacio público. El fenómeno del Covid-19 genera muchos problemas de gestión pero también visibiliza el valor que posee que en los últimos cinco años las mujeres hayamos ganado la calle. Porque esa conquista es un símbolo de las consecuencias del propio padecimiento de la violencia patriarcal. Si en nuestras casas nos siguen matando, entonces vamos a volver a salir a la calle a manifestarnos y a protegernos entre todas.

Quizás sean las próximas generaciones las que puedan completar esta revolución para que ninguna mujer que violencia esté sola. Ese sufrimiento solitario va camino a transformarse en una lucha colectiva cada vez más grande. Las mujeres no estamos ni vamos a estar solas nunca más después del Ni Una Menos.

Padecer el patriarcado en soledad absoluta ya no es una opción. Y el aislamiento obligatorio no debería volver a poner esta alternativa sobre la mesa. Muchas jurisdicciones argentinas (municipios, provincias, ciudades) todavía tienen un largo camino por recorrer para generar mecanismos institucionales serios y procesos de articulación sistematizados con la justicia. Porque mientras el índice de femicidios y de violencia no logra bajar, el Estado va a seguir estando en deuda. Los números lo evidencian: el desafío de todo el sistema político argentino está más vigente que nunca.

La autora es presidenta de AYSA