Bajo el sol del 25: construir la unidad y celebrar la libertad

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El Gobierno extendió el aislamiento obligatorio hasta el 7 de junio (REUTERS/Carlos Garcia Rawlins)
El Gobierno extendió el aislamiento obligatorio hasta el 7 de junio (REUTERS/Carlos Garcia Rawlins)

En momentos de crisis, estar unidos más que una estrategia es un valor. Atravesar juntos las dificultades y encontrar equilibrios no significa, sin embargo, estar de acuerdo en todo. Como sociedad, estamos ante el doble desafío de consolidar esa unidad que tanto anhelamos y, a la vez, defender aquellos espacios donde la libertad personal no puede verse afectada.

La vida de cada uno cambió a partir del COVID-19. Se modificaron nuestros horarios, nuestras formas de trabajar, nuestra manera de relacionarnos e incluso nuestras prioridades. A tiempo y no sin esfuerzo, entendimos que el aislamiento primero y el distanciamiento social después, eran formas responsables de comportarnos. Lo prioritario pasó a ser la salud y el cuidado individual fue la clave para cuidar a los demás. Dimos un gran paso, unidos por la convicción de que nadie se salva solo.

Llevamos poco más de dos meses de cuarentena. Tal vez la expectativa era que esto pasara más rápido. Lo cierto es que, en medio del recorrido y de plazos que se extienden, lejos de profundizar o ventilar públicamente las diferencias, tenemos que consolidar el contrato social: el rol del Estado al frente de medidas sanitarias y económicas, algo que es indelegable; pero también el compromiso personal de cada uno, que hace la diferencia. Sin duda, el avance lento de la pandemia sigue generando angustia e incertidumbre. Por eso no podemos distraernos con declaraciones tribuneras que nos hacen retroceder un par de casilleros en vez de avanzar más rápido en el camino de las soluciones conjuntas y coordinadas, tal como veníamos haciendo hace unos días atrás.

La angustia es devastadora porque instala en el miedo: miedo a contagiarse, miedo a perder el trabajo, miedo a perder lo poco o mucho que se tiene y que es el resultado de años de poner el hombro y pelearla. En medio de esta realidad, es realmente increíble –por no decir miserable– que alguien esté pensando en cobrar la ayuda que el Estado fue dando a las empresas, quedándose con parte de ellas. Esa ayuda es más que necesaria en estos momentos de parate de la actividad. Pero es extorsivo pretender que, a cambio de ella, el Estado se quede con parte o toda la empresa.

La propiedad privada no es, sin duda, un derecho absoluto. Pero sería lamentable para nuestra democracia volver sobre viejos argumentos que reconocen y legitiman el poder de un gobierno por encima de la autonomía y la libertad personal. Nunca viene mal recordar aquel principio que nos identifica con el humanismo y con la defensa de las instituciones: la persona es anterior al Estado y, por lo mismo, es el Estado para la persona y no a la inversa.

Todo intento de alterar este orden, además de trasnochado, es extremadamente inoportuno y peligroso. En un momento en el que necesitamos moderación en los discursos y prudencia en las decisiones, escuchar propuestas de esta naturaleza, desde distintos sectores del oficialismo, es descabellado.

Deberíamos, más bien, comprender y escuchar lo que están reclamando miles de pequeños comerciantes de barrio, angustiados con razón y en medio de mucho sacrificio para mantenerse en pie. Hoy necesitan trabajar, cuidándose ellos y cuidando a sus clientes. Aún esperan respuestas concretas en este enorme desafío de alcanzar el equilibrio entre salud y actividad.

El diálogo es el medio para ese fin que tanto anhelamos: la unidad. Las declaraciones tribuneras o proyectos de ley que limitan la autonomía individual no son la mejor expresión del equilibrio y la moderación que estamos buscando.

Las Fiestas Mayas en tiempos de pandemia son una buena ocasión para mirar por un instante el pasado, ese pasado del que sí deberíamos sentirnos orgullosos. “Ya el sol del 25 viene asomando. Y su luz en Plata va reflejando”, reza el gato patriótico que Gardel supo grabar en la memoria de todos los argentinos. La costa de Vicente López hoy está vacía, casi extrañando a ciento de familias que venían a disfrutar del Paseo Costero. Pero “el Plata” los espera y sigue besando esta tierra bendita que tanto amamos. Que el sol de la esperanza siga iluminando nuestra Patria para que este y cada 25 nos encuentre más unidos y celebrando la libertad.

El autor es intendente de Vicente López