Covid-19(84): el control que es esencial es invisible a los ojos

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FOTO DE ARCHIVO. Laura Wood, de Skoob Books, posa con una copia del libro "1984" de George Orwell, en Londres, Reino Unido. 9 de junio de 2013. REUTERS/Toby Melville.
FOTO DE ARCHIVO. Laura Wood, de Skoob Books, posa con una copia del libro "1984" de George Orwell, en Londres, Reino Unido. 9 de junio de 2013. REUTERS/Toby Melville.

Quizá por efecto de todo lo que circula en medio de la cuarentena en redes sociales, aquella frase de Covid 19(84), en clara referencia al libro de Orwell, me hace pensar en tantas similitudes con nuestra realidad. El protagonista de 1984 declara ese “aislamiento casi hermético en que uno tenía que vivir” y nos presenta las instituciones sobre las que descansa el Gran Hermano: desde la Policía del Pensamiento (las mayúsculas son de él), al Ministerio de la Verdad (que se dedicaba a las noticias) o el Ministerio de la Abundancia. Sobre este último y sus predicciones, nos dice que “calculaban la producción de botas para el trimestre venidero en ciento cuarenta y cinco millones de pares. Pues bien, la cantidad efectiva fue de sesenta y dos millones de pares. Es decir, la cantidad declarada oficialmente. Sin embargo, Winston (el protagonista de Orwell), al modificar ahora la predicción, rebajó la cantidad a cincuenta y siete millones, para que resultara posible la habitual declaración de que se había superado la producción”. Y luego “lo más probable es que no se hubieran producido botas en absoluto” y “lo único de que se estaba seguro era de que cada trimestre se producían sobre el papel cantidades astronómicas de botas mientras que media población iba descalza”. Ello me recuerda que había un país que tenía menos pobres que Alemania y que le estaba ganado la guerra al enemigo invisible, pero que un día se pareció más a Zambia que a Suiza. En ese proceso de continua alteración del pasado “diariamente y casi minuto por minuto, el pasado era puesto al día”.

Quizás, en otros tantos momentos, el “bono” otorgado al personal legislativo por parte de quienes presiden las cámaras (Massa y Fernández de Kirchner) hubiera pasado desapercibido. Pero una sociedad que reclama que sus políticos se ajusten en la medida en que se lo están pidiendo a ellos -a cada comerciante, a cada profesional, a cada cuentapropista, a cada uno de los miles que salían todos los días a hacer “changas” o trabajar de manera más menos informal- mientras la clase política no da señal de tomar nota de ese reclamo, infunde en los ciudadanos un hartazgo que no encuentra mas que en las cacerolas un medio de expresión. Así las cosas, a quienes eran esenciales como médicos, fuerzas de seguridad y docentes les tiraron unas monedas, mientras quienes tienen el empleo asegurado (casi de por vida, porque el bono es para la planta permanente) les otorgan un plus por trabajo esencial (al personal “que haya cumplido funciones de manera presencial para garantizar el mínimo y esencial funcionamiento”). Aquí tenemos un problema con la definición en esta cuarentena de qué es esencial y qué no. Que funcione el Congreso y la Justicia cumpliendo con su rol en una democracia republicana, resulta esencial, pero no lo hicieron. Al personal de la salud que está en la primera línea en el frente de batalla les dieron un plus de 5 mil pesos, al personal de planta del congreso les otorgan un plus que puede llegar a 70.000 según se lo ha calculado. La clase política se aleja cada vez más. Y se cierra, enquista, se enquilosa y protege sus privilegios.

Cual oligarquía, quienes hacen el esfuerzo son solo unos pocos. Los demás, miran al costado. Aquí podría parafrasear el dicho y decir “dime en qué gastas y te diré quién eres”, pero prefiero recurrir a Orwell otra vez: “La ideología oficial abunda en contradicciones incluso cuando no hay razón alguna que las justifique”.

Milan Kundera retrató como pocos sus vivencias en la Checoslovaquia bajo el paraguas soviético, y los protagonistas de sus novelas recorren los rincones más grises de esos tiempos. Así, en El libro de la risa y el olvido, “Mirek es un corrector de la historia igual que lo es el partido comunista, igual que todos los partidos políticos. (...) Los hombres quieren ser dueños del futuro solo para poder cambiar el pasado. Luchan por entrar al laboratorio en el que retocan las fotografías y se reescriben las biografías y la historia”. La realidad argentina de los últimos años está inundada de ejemplos de cómo se tergiversa, borra, cambia, lo que alguien dijo o hizo para que no lo haya dicho o hecho o porque “está fuera de contexto”. Los dueños del presente amoldan a su gusto el pasado, y también nuestro futuro. ¿Con qué nos encontraremos al salir de la cuarentena? Hay una línea que une a estos autores, y tantos otros, y es la pérdida de libertad, hasta la libertad de pensamiento y expresión: “Estudiaba en la academia de pintura, pero no le estaba permitido pintar como Picasso”. Su legado no es el retrato de la vida con economías destruidas, sino de ciudadanos que han sido vencidos, cuyas libertades les han sido arrebatadas. Y otra vez Orwell: “el partido no se preocupa de perpetuar su sangre, sino de perpetuarse a sí mismo".