Un respirador para la democracia

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El presidente Alberto Fernández
El presidente Alberto Fernández

El problema del coronavirus está dejando al desnudo un problema crónico en la Argentina: el desprecio por la libertad y las tendencias hegemónicas de los políticos argentinos.

El gobierno nacional funciona sin control. La Justicia está, insólitamente, de vacaciones por la feria que decretó la Corte Suprema. El Congreso está cerrado sin explicación ni justificación alguna. En casi ningún país serio ocurre eso. Este escenario se parece más a una monarquía que a una democracia. El oficialismo genera esta situación y la durmiente oposición realiza un seguidismo que oscila entre la mediocridad y la complicidad. Según el artículo 35 del reglamento de la Cámara de Diputados basta que diez diputados pidan una “sesión especial” para que se lleve a cabo. Algo así podría servir, al menos, para sentar posición sobre algunos temas.

Además del descalabro institucional, hay cada vez más señales de avances sobre la libertad individual. Ante la lógica necesidad de cuidarse en una epidemia, se ve a políticos que, por ignorancia o por ideología, ponen sobre el tapete agendas que solo tienen que ver con el recorte de derechos y el avance corporativo de un Estado mafioso.

El espíritu triunfalista y las ensoñaciones galtierianas del oficialismo tienen que ver con el monstruoso tamaño del Estado argentino que crearon. Se trata de un Estado incapaz de poner en práctica las enseñanzas de los países que están cerca de empezar a solucionar el problema. Nuestros gobernantes gastan dinero en cosas intrascendentes e insignificantes en lugar de hacer foco en lo imprescindible y llegan a situaciones perversas como las de La Matanza, en donde las cifras de camas de terapia son ridículamente bajas teniendo en cuenta el número de habitantes. La fórmula del éxito en varios países se debió a un testeo masivo y una gran capacidad hospitalaria. En cambio, la estricta y hermética cuarentena argentina tiene que ver con la falencia para realizar tests y con el deficiente sistema de salud. Debido al bajo nivel intelectual y al desconocimiento del mundo, el Estado argentino elige la épica idiota y la ideologización por sobre la eficiencia. Siembran miedo para decir que te van a cuidar. Exponen cifras de infectados que nadie puede tomar en serio porque no se llevan a cabo tests. Es el escenario ideal para las ideas hegemónicas y para los políticos que sueñan con una carrera política brillante después de “salvar a los argentinos”. La cantidad de fracasos acumulados en esas gestas épicas no los desalientan. Solo tendrían que intentar, por una vez, ser eficientes.

Utilizan, además, discursos grandilocuentes con el fin de poner en marcha mecanismos administrativos que permiten la corrupción generalizada. Esta semana nos enteramos de que el Ministerio de Seguridad adquirió, por compra directa, kits de seguridad a una monotributista de 20 años sin antecedentes. Peor aún, al momento de la adjudicación realizaron un aumento del 20 por ciento sobre lo pagado. El progresismo argentino habla de solidaridad, pero rapiña en plena epidemia. A esto se le suman los fideos del Ministerio de Desarrollo Social y el alcohol en gel del PAMI. El Gobierno de la Ciudad también se expone a escándalos como el de la compra de barbijos. Es verdaderamente triste para los que creemos que la oposición republicana tiene que dar el ejemplo. Es patético y vergonzoso lo de los sobreprecios en la administración pública mientras los ciudadanos pagan impuestos y no pueden trabajar.

Al mismo tiempo que ocurre esto, reaparece el tema de los médicos cubanos, ese gran despropósito impulsado por sectores del kirchnerismo que tienen como modelo y horizonte para la Argentina a las dictaduras cubana y venezolana. Está claro que el plan de los médicos sólo beneficia económicamente a Cuba. El proyecto de la dictadura cubana lleva a rastras varios escándalos y existen denuncias de que los integrantes del programa sufren condiciones cercanas a la esclavitud por parte del régimen.

Allegados a CFK siguen agitando la idea de un impuesto a las grandes empresas. Es una idea carente de toda credibilidad al no estar acompañada de una mínima intención por eliminar los excesos de la corrupción y el malgasto. El gasto del Estado argentino aumentó 17 puntos del PBI en los 12 años del kirchnerismo y no existe afán alguno de achicar ese disparate. Tampoco hablan de destinar el dinero incautado en causas de corrupción de los años K para combatir el coronavirus o ayudar a los que están sin trabajo por la cuarentena. Un sector de la oposición presentó un proyecto para lograr justamente eso (extinción de dominio). Si lo aprobaran y achicaran el Estado, que está repleto de áreas improductivas y corruptas, tendrían algo de credibilidad.

También por estos días anunciaron, como si se tratara de la llegada a Marte, que un avión de Aerolíneas Argentinas iría a China a recibir limosna de ese régimen: 6.000 millones de dólares acumula de déficit esa empresa aérea y hacen una épica de un viaje. La decadencia de los regímenes políticos siempre produce hechos graciosos y patéticos. En cualquier momento inaugurarán un inodoro en un hospital de La Matanza mientras entonan la marcha peronista. Tengan por seguro que los millonarios políticos peronistas se emocionarían al oír los acordes mientras observan el flamante retrete. El exceso de épica conduce directo a la idiotez.

En términos de pérdida de calidad democrática, la idea del Gobierno de la Ciudad acerca de que los mayores de 70 años deban solicitar un permiso especial para salir a la calle es aberrante. Muestra a qué niveles de pobreza intelectual y poco apego al respeto por la libertad individual puede llegar la clase política argentina. Un gobierno local se arroga el poder de crear normas autoritarias que están por encima de la Constitución metiéndose de ese modo en la vida y la privacidad de las personas. El desprecio por la inteligencia de los ciudadanos es alucinante. El Estado podría haber dado consejos sobre como usar barbijo o mantener el “distanciamiento social” (no acercarse a menos de un metro y medio de otra persona). Esto funciona en muchos lugares del mundo donde los gobiernos cuidan la salud pública y no violan derechos elementales. Larreta, sin embargo, instrumentó ese adefesio de plan y, por supuesto, el presidente Fernández lo apoyó. Que un adulto, para hacer un trámite o para hacer lo que se le dé la gana, tenga que pedir permiso al gobierno es una idea conceptualmente siniestra. Se trata de un paternalismo populista que trata de idiotas a los demás. No se cuida discriminando; se da información y se aconseja. Y, por sobre todas las cosas, se ofrecen servicios de salud eficientes.

Cuando hace unos días le preguntaron a Angela Merkel sobre esas estrategias, la canciller respondió: “No voy a entrar ni siquiera en el debate. Encerrar a nuestros mayores como estrategia de salida a la normalidad es inaceptable desde el punto de vista ético y moral”. La distancia entre políticos serios y humanistas frente al promedio de gobernantes argentino es abismal. El maestro Juan José Sebreli expresó que corresponde aplicar el concepto de “desobediencia civil”. En un artículo fantástico publicado en Infobae, el especialista en el tema, Prof. Dr. Diego Bernardini, afirmó:

“La pérdida de calidad democrática se vio en su plenitud en estos días con el proyecto del gobierno de la ciudad que pone en estado de virtual 'prisión domiciliaria’ a los mayores de 70 años que deberán llamar a un número y solicitar autorización. Ayer me fui a descansar preocupado. Hoy al despertar, la preocupación se tornó indignación. ¿Cómo es posible que se limite las libertades de las personas mayores con el argumento de pretender cuidarlas? ¿Cómo es posible desconocer cómo piensan quienes son uno de cada cuatro habitantes de tu sociedad? ¿Se puede ser tan torpe? Señores políticos, a la población se la cuida de muy diversas formas, no limitando sus derechos bajo un argumento tan burdo y anacrónico.

La edad no es sinónimo de funcionalidad ni de estado de salud en una persona... Hay muchas personas mayores que son sanas y que conocen otras personas mayores que tienen buena salud y son tan sanas como ellos, trabajan, se enamoran, cuidan, viajan y tiene un proyecto de vida independientemente de su edad”.

Esa pérdida de calidad democrática, los avances sobre la libertad individual, la brutal crisis económica y la corrupción de la política están armando un caldo de cultivo propicio para la pérdida de derechos. La ciudadanía debe poner límites a los atropellos.