Argentina, Brasil y los peligros de ideologizar la política exterior

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Daniel Scioli, Jair Bolsonaro, Felipe Solá y Gustavo Beliz
Daniel Scioli, Jair Bolsonaro, Felipe Solá y Gustavo Beliz

Los argentinos enfrentamos una crisis sin precedentes. Ahora debemos lidiar con las implicancias sanitarias del coronavirus y luego vendrán las consecuencias sociales y económicas de las medidas que se tomaron para controlar su expansión. Es también probable que los conflictos globales causados por mayores niveles de nacionalismo nos terminen afectando en el mediano plazo. Para enfrentar estos desafíos, Brasil sigue siendo un socio fundamental.

Para comprender mejor la importancia que la relación con Brasil tiene tanto para nuestro país como para la región en general debemos retrotraernos en el tiempo. Durante generaciones, la política en América del Sur estuvo en parte definida por la competencia estratégica que tuvo lugar entre sus dos principales Estados. Esto incluyó, recordemos, preparativos para un posible conflicto militar. Asimismo, y debido a la desconfianza y al proteccionismo, el intercambio económico entre nuestros países fue poco significativo.

Pero esto comenzó a cambiar a fines de los 1970 y se terminaría consolidando durante los gobiernos de Alfonsín y Menem. Fue entonces cuando surgió el Mercosur, un acuerdo que, siguiendo el ejemplo de la Unión Europea, buscaba dejar atrás décadas de conflictos mediante un acercamiento comercial. Y los resultados fueron sumamente positivos. Sudamérica se transformó, posiblemente, en la región más pacífica del mundo en términos de conflictos entre Estados y el intercambio comercial se incrementó y benefició especialmente al sector industrial. A partir de entonces, la Argentina pasó a contar con un sólido aliado en cuestiones diplomáticas, como es nuestro reclamo por las Islas Malvinas.

Luego llegarían las dificultades. En primer lugar, porque el proceso de integración económica se detuvo. El modelo de integración adoptado (unión aduanera) nunca terminaría de implementarse debido al gran número de excepciones al libre intercambio. A esto debemos sumarle la falta de políticas para compensar las asimetrías existentes entre los países y las medidas arbitrarias que fueron tomando los distintos gobiernos.

Pero mientras perdía protagonismo el comercio, lo ganaba el alineamiento ideológico. De esta manera, los gobiernos comenzaron a hacer grandes diferencias dependiendo del signo político que tuviesen los otros. El Unasur sería entonces impulsado por los gobiernos progresistas para que luego los liberales establezcan el Prosur. Ambos proyectos fracasaron.

La creciente ideologización de la política exterior sentaría las bases para la crisis actual. Bolsonaro alentó abiertamente a Macri durante la elección presidencial, mientras que Fernández se mostró cercano a Lula. Como era previsible, esto generó rispideces. Trabas para que no se produzca un primer encuentro presidencial, declaraciones poco cordiales de ambas partes y divergencias respecto a la posible firma de un acuerdo estratégico entre el Mercosur y la Unión Europea son solo algunos de los hechos que han marcado este proceso.

Más grave aún es el hecho de que mientras la política exterior de Brasil, Uruguay y Paraguay hoy prioriza la firma de tratados de libre comercio para integrar sus economías al mundo, la Argentina presenta reparos a este tipo de tratados, y en particular al acuerdo estratégico entre el Mercosur y la Unión Europea. De continuar, esta divergencia podría significar no sólo el fin del Mercosur sino también de la relación estratégica con Brasil.

La gravedad de este escenario es enorme. No sólo desde el punto de vista económico sino también sanitario y político. Por ejemplo, el intercambio de información entre ambos países respecto a la expansión del virus y posibles formas de contenerlo ganará protagonismo. Tampoco debemos olvidar que vivimos en un mundo mucho más complejo que el que tuvo lugar luego de la caída del Muro de Berlín. A la incertidumbre que genera el coronavirus, debemos sumarle el hecho de que la hegemonía estadounidense ha dejado lugar a una creciente rivalidad estratégica entre Estados Unidos y China.

Al igual que ocurrió durante la Guerra Fría, la existencia de armas nucleares genera incentivos para que las grandes potencias busquen resolver sus disputas a través de otros Estados y no mediante un enfrentamiento directo (el riesgo sería enorme). Esta lógica nos indica que esta disputa también puede trasladarse a América latina. Imaginémonos por un instante un escenario en el que algunos Estados de la región apoyan a Estados Unidos y otros a China. Esto incrementaría las posibilidades de que se produzcan conflictos entre nuestros países. Para evitar esto, resulta clave que la Argentina y Brasil comiencen a coordinar su política exterior en ciertos temas claves.

¿Qué debemos hacer para fortalecer nuestra relación con Brasil? En primer lugar, evitar la ideologización de nuestra política exterior. Esta ideologización, como hemos visto, suele generar conflictos innecesarios y de difícil solución. Brasil es importante para la Argentina independientemente de quien sea su presidente. Otra tarea pendiente consiste en entender mejor a Brasil. Las instituciones de la sociedad civil deben por lo tanto liderar un intercambio intelectual, económico y político que ayude a fortalecer lazos que hoy son más débiles de lo que eran dos décadas atrás.

El autor es secretario general del CARI y global fellow del Wilson Center.

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