¿Combatiendo al capital?

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Una postal de Buenos Aires vacía (foto Walter Carrera)
Una postal de Buenos Aires vacía (foto Walter Carrera)

A miles de empresarios -en especial pequeños y medianos-, el “día después” les produce desde miedo hasta terror. Mientras pagaban los sueldos de marzo con el último efectivo disponible, veían como iba licuándose el futuro de su negocio. No saben si alguna vez volverán a tener clientes; si deberán afrontar juicios laborales o por pagos postergados; y aún si tendrán energía para volver a abrir sus empresas. Al igual que sucede en todo el mundo, la pandemia ha generado escenarios que no figuraban en las peores pesadillas. Como llamar si no a la evaporación del negocio de bares, turismo o estaciones de servicio; la incertidumbre de los proveedores de salud o el derrumbe de las automotrices y negocios colaterales? Y si a estas industrias finales sumamos sus cadenas de proveedores, el escenario es dantesco.

A todo ello, la Argentina debe sumar que no tiene prácticamente espaldas para ayudar a pasar un tiempo que no se sabe cuanto durará. A un Estado que no recauda y que no tiene acceso al crédito -y que por tanto solo cuenta con un mínimo porcentaje de su PBI para ayudar a los damnificados-, se suma la carencia estructural de ahorros que resulta en un sistema bancario mínimo.

La salida por vía de la emisión es pan para hoy y hambre para mañana; en especial si consideramos la frágil situación de la deuda. ¿Cómo salir entonces de esta encrucijada histórica, similar o peor a la del 2002? La respuesta tiene algo de mágico: generando confianza; o sea convenciendo a todos que el futuro puede ser mejor que el presente; y que por tanto vale jugarse a abrir de nuevo las fabricas, bares y peluquerías. Que vale volver a tomar algún riesgo, redoblar las horas de trabajo y de llamadas por teléfono y sacar los ahorros -muchos o pocos- para emprender la nueva aventura. Y remarco el tema de los ahorros (alguien habla de un PBI) porque es la única fuente realmente importante de capital que tiene la economía para empezar de nuevo.

Con créditos de $500.000, aun a tasa cero, ¡¡no moveremos la aguja!!. La respuesta es mágica: confianza. Confianza en que no habrá una nueva crisis que nos encuentre con los ahorros gastados; que no habrá mas presión impositiva; que se podrá confiar en la Justicia; que habrá un plan económico confiable para frenar para siempre la inflación. Confianza en fin en que habrá equilibrio entre presente y futuro sostenido por un sistema político racional en el que desaparezcan los extremos. Alguien podrá decir que esto es un “shock de capitalismo”; y yo creo que efectivamente lo es; aunque para alguna dirigencia sea una mala palabra. Sin ese shock, no se recuperará el empleo ni caerá la pobreza, por más que siga aumentando el gasto social; mientras se pone la energía política en combatir al capital.

Toda esta larga introducción es para referirme al insólito proyecto que va a presentar el oficialismo para poner impuestos al blanqueo. Sin entrar en consideraciones morales; y en la seguridad que es definitivamente inconstitucional, se trata de una espantosa señal para quienes solo pueden recurrir a los dólares “encanutados” para reabrir sus empresas; y aún para las empresas multinacionales que pretendan pedir ayuda a sus casas matrices. Es una señal que dice que hay una dirigencia política para la que crear empleo por vía de la inversión no es una prioridad; y que prefieren el consumo de hoy antes que el crecimiento de mañana. Seguramente el proyecto estará teñido de “solidaridad” y otras excusas similares que generarán discursos y aplausos militantes; y será disfrazado con anzuelos varios para los potenciales beneficiarios del genial impuesto. Pero de lo que estoy seguro es que sus autores no tendrán en cuenta a mi amigo Gustavo, que a estas horas está pensando si va a usar sus últimos 15.000 dólares guardados para reabrir su restaurante cuando sea posible; o buscar otra solución heroica para su vida y la de su familia. Y que seguramente me llamará mañana cuando lea lo del proyecto militante para decirme que está desesperado, como cientos de miles de argentinos.