Los interrogantes que la crisis plantea al Gobierno y a la oposición

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Axel Kicillof, Alberto Fernández y Hugo Moyano (Maximiliano Luna)
Axel Kicillof, Alberto Fernández y Hugo Moyano (Maximiliano Luna)

Con la tercera semana de la cuarentena ya a la vista, los diversos actores políticos parecen haber superado el efecto sorpresa que planteó la inédita crisis en un primer momento, encontrando agendas de temas y posicionamientos en las que pueden aportar a la gestión de la crisis y -algunos creen- crecer políticamente.

El primer revés del Gobierno

El Gobierno, que había venido contando con el amplio respaldo de la población por la responsabilidad con que venía manejando la crisis, sufrió quizás el viernes el primer revés significativo con la riesgosa situación planteada por la masiva concurrencia de los adultos mayores a los bancos en todo el país. Un error no forzado, que debió haber sido previsto y evitado, y que podría tener en los días futuros un impacto en la salud del principal grupo de riesgo.

Como dato positivo, el propio Presidente -a cargo personalmente de la comunicación en esta crisis- reaccionó rápidamente, exigió explicaciones y urgentes ajustes a los funcionarios a cargo del sistema previsional y del Banco Central, presionó al cada vez más poderoso líder del sindicato de los bancarios, y pareció ordenar un poco el casos que se había desatado el viernes.

No es una tarea sencilla la del primer mandatario. No sólo tiene que hacerle frente a una inédita y aun imprevisible amenaza a la salud de la población -lo que ciertamente ha sido la preocupación central en Balcarce 50-, sino también a una economía que ya venía muy golpeada como consecuencia de la situación heredada del gobierno anterior, un “paciente” que también requiere de especial atención en el corto plazo si se quiere evitar una catástrofe aún mayor.

¿Y la oposición?

Por estos días trascendieron diversos estudios de opinión pública que, además de alertar sobre cierto hartazgo -muy lógico, por cierto- por parte de las personas que atraviesan el aislamiento obligatorio, dan cuenta de la suba que la imagen positiva de Alberto Fernández experimentó a raíz de su liderazgo político y la responsabilidad y firmeza con que manejó –hasta aquí- la crisis del coronavirus.

La situación no admite, sin embargo, triunfalismos. Al ser el principal vocero de la comunicación de crisis, el Presidente puede cosechar apoyos pero también ser el imán de las críticas. La moderación, en estos contextos, es un atributo muy valorado. Más allá de la justicia del reclamo, el tono que el Presidente usó para dirigirse a los empresarios así como las palabras elogiosas que le profirió a uno de los sindicalistas con peor imagen del país, no parecen ser la mejor manera de evitar que la grieta se cuele en el medio de la crisis.

El mandatario ha sabido sin duda aprovechar la centralidad que le otorga el sistema presidencialista a la máxima figura del Ejecutivo nacional. Sin embargo, si bien es natural la tendencia que tenemos en este tipo de configuración política de enfocarnos mayormente en la figura presidencial, es necesario también prestarle atención al rol de la oposición.

Solo así se le podría exigir a todo el arco político que afronte una crisis de tal magnitud, un tiempo en que es imprescindible descartar el rol pasivo y de analistas de la realidad que muchos les otorgan a los dirigentes que no tienen responsabilidad de gobierno.

Para que una democracia muestre signos de vitalidad tiene que haber una oposición capaz de plantear, no sólo sus críticas al gobierno, sino un proyecto alternativo. Ser oposición es mostrar alternativas de gobierno y no sólo diagnosticar en qué se equivoca quien actualmente gobierna.

En las últimas jornadas un amplio espectro de la oposición parece haber encontrado una agenda en la que se siente cómodo. Lamentablemente, no se trata de una actitud proactiva con el objetivo de contribuir en una situación de crisis, sino de potenciar el profundo malestar que los ciudadanos tienen con los políticos.

Entre nueve y las nueve y media de la noche

Como si las redes sociales no fuesen un espacio suficiente para expresarse, indignarse, discutir y celebrar, en medio del encierro los argentinos encontraron otra forma de visibilizar lo que sienten. En los últimos días, dos momentos de la noche, a las 21 y 21:30, dan cuenta del contexto en que vivimos.

El primer momento de la noche es consagrado a un aplauso a los médicos, personal de la salud y de otros servicios esenciales que están exceptuados de la cuarentena y que trabajan en lo que se podría considerar la primera línea de la batalla; allí donde los contagios pueden ocurrir fácilmente y se juega nada más ni nada menos que la vida de las personas. Cabe destacar que no se trata sólo de un aplauso en tono positivo, sino que por momentos puede escucharse el pedido de un incremento salarial y presupuestario para el sector que, más temprano que tarde, las autoridades deberán atender.

El segundo momento sí está marcado por una evidente carga negativa. No se trata de una manifestación de apoyo, sino de crítica, de descontento y repudio. La consigna no es en absoluto nueva, y remite al viejo y conocido fenómeno de la antipolítica, siempre a mano para movilizar voluntades. En este caso, la consigna podría sintetizarse en “que los políticos se bajen el sueldo para contribuir a la crisis”. Si bien a priori podría ser este un reclamo coherente, hay -al menos- dos elementos que lo complejizan.

En primer lugar, resulta difícil definir quiénes son los “políticos”. Es tan político el Presidente y sus ministros, como el último subsecretario del pueblo más chico de la república, cuyo sueldo podría rondar una cifra irrisoria. Por otro lado, podría englobar el término “político” a todo funcionario público, electo o no, que desempeña alguna tarea en la administración publica. Así, se incluye desde legisladores o jueces hasta personal administrativo de carrera. Es evidente que este colectivo llamado “los políticos”, no resulta tan claro. Y, por cierto, muchos de ellos están además abocados a tiempo completo a la gestión de la crisis.

En segundo lugar, existe un discurso anti política implícito en este reclamo, heredero del “que se vayan todos” de la Argentina del 2001, o bien un eco del descontento general con la política y la desafección respecto a los partidos políticos que caracteriza al occidente democrático desde la década de 1980. Así, el enojo de muchos ciudadanos no es por el sueldo de los políticos o la falta de un gesto de sacrifico en tiempos de crisis.

Exacerbar esta emoción en momentos donde lo que se requiere es cohesión y esfuerzo colectivo no parece lo más atinado. Sin embargo, sectores de la oposición encontraron en este descontento un tema del cual esperan beneficiarse tras haber perdido claramente la capacidad de iniciativa política. No obstante, cabe alertar que están blandiendo una espada de doble filo. Políticos son tanto quienes gobiernan como quienes no; y quien siempre lo define es la percepción de los electores.

Interrogantes de una crisis

La principal característica que conlleva toda crisis es que su duración es limitada. Esto es, tanto como nos sorprende su llegada, podemos esperar –tarde o temprano- su finalización. La incógnita de toda crisis es qué hacemos en el tiempo que dure; qué de lo que articulamos en la acción política disminuye o aumenta los efectos nocivos de tal situación; cómo podemos anticiparnos para estar mejor preparados; cómo adelantamos su finalización para volver a un estado de “normalidad”.

Tanto para el Gobierno como para la oposición estos interrogantes deberían trazarles una agenda propia. Responsabilidad es la demanda de la hora. No sólo el gobierno pone en juego su legitimidad y consenso, las luces y las sombras de la oposición en medio de una crisis como la que estamos viviendo podrían resultar en una condena por parte de los electores que se cobre en tiempos de normalidad.

*Sociólogo, consultor político y autor de “Comunicar lo local” (Parmenia, 2019)