El amor en tiempos de sacrificio

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Johann Wolfgang von Goethe, gran poeta y novelista alemán, decía: “Un gran sacrificio resulta fácil; los que resultan difíciles son los continuos pequeños sacrificios".

En días como los que estamos viviendo estamos llamados a una cantidad de continuos sacrificios. Sacrificios de viejas rutinas, de proyectos soñados y de encuentros que calificábamos de intocables. Sacrificios de viajes pautados, de reuniones imprescindibles y de ideas diseñadas que, tal como solemos suponer, por el hecho de haberlas escrito en la agenda dimos por sentado que sucederían. Sacrificios para descubrir nuevas formas de mantenernos conectados, activos, en línea, estudiando, rezando, cenando, o simplemente encontrándonos con los nuestros en un café virtual. Sacrificios nuevos dentro de casa y con el mundo que ya no es, fuera de casa.

El texto de esta semana nos habla acerca de los antiguos sacrificios rituales, acto que simbólicamente podemos traer a nuestros cotidianos sacrificios de la modernidad. Sin dudas, el concepto de sacrificio está íntimamente relacionado al amor. En la antigüedad se sacrificaba aquello que era valioso y amado por el que llegaba con su ofrenda, mientras que nosotros hoy nos sacrificamos por aquello que amamos. Porque sin sacrificio no hay amor. Porque todo amor, lleva y exige sacrificio.

La primera vez que aparece la palabra “amor” en la Biblia es en el contexto de un sacrificio. En el famoso relato del Libro del Génesis (cap. 22) en que el patriarca Abraham es llamado a sacrificar a su propio hijo, el texto nos dice que Abraham amaba a Itzjak. La primera mención de amor entre dos personas en el Libro Sagrado, es la de la relación entre un padre y su hijo. Una historia que estremece por la angustia, la tensión, la incertidumbre del final, el dolor y el sacrificio. Por más que el vínculo entre padres e hijos pueda ser a veces tenso, difícil y complejo, siempre está atravesado por la dimensión del amor. El sacrificio no está necesariamente ligado al concepto de sufrimiento, sino al de la autolimitación. Por amor es que sacrificamos tiempos, noches y días, realizaciones personales, intereses propios. Por amor es que nos limitamos en nuestras propias ganas, búsquedas o necesidades. Por amor a esa persona, o a ese proyecto.

Al igual que el sacrificio, volviendo a la idea de Goethe, también es fácil hacer grandes declaraciones de amor, o fastuosas demostraciones de amor. Lo difícil es comprometernos a los pequeños y cotidianos actos de amor de todos los días. Lo sacrificado y hermoso que es amar bien. Porque el amor no es para toda la vida, sino para todos los días.

Nuestro gran Aníbal Troilo decía: “El sacrificio no está nunca en renunciar a lo que uno es. El verdadero sacrificio está en seguir siendo lo que uno es”. Se trata de sacrificarnos en pos de nuestras grandes metas, tal como lo estamos haciendo todos en estos momentos difíciles, pero sin dejar de ser nosotros mismos. Ser lo que siempre fuimos exigirá en tiempos de cierre y ausencia, estar presentes y seguir abriendo puertas.

Por eso debemos mantener abiertas las escuelas, no los edificios, sino el concepto de la escuela. La comunidad de docentes y alumnos generando contenidos, encontrándose desde sus casas, levantándose temprano, haciendo escuela más allá de las paredes.

Debemos mantener abiertas nuestras comunidades religiosas, instituciones civiles, agrupaciones juveniles, centros literarios, usinas de arte, grupos de ayuda y todo tipo de organizaciones de apoyo al prójimo. No los edificios, sino las ideas, los lazos, los vínculos, los sueños, los proyectos, la contención, los espacios de estudio, de rezo, de contención en la lágrima y de celebración de la sonrisa. Debemos generar espacios comunes para seguir siendo una comunidad de almas.

Debemos mantener abiertas nuestras casas y nuestras mesas. No como siempre lo hicimos, sino desde el espíritu que sabe enlazarse con aquellos que ama. Deberemos sacrificarnos mucho por aquellos a quienes amamos. Por primera vez en la historia, tanto la comunidad judía como el mundo cristiano, deberán vivir la celebración del Pesaj y la de las Pascuas, sin sus habituales largas mesas y diversos platos típicos. La palabra “Pesaj” remite al antiguo sacrificio del cordero que comieron los israelitas dentro de sus casas, en la noche previa a la salida de la esclavitud de Egipto. En las Pascuas, la tradición cristiana recuerda el sacrificio del propio Jesús en un mensaje salvífico y de liberación. Ambas tradiciones recuerdan el sacrificio en pos de un tiempo de esperanza, liberación y promesa.

Estas próximas fiestas, más unidos que nunca, haremos nuevos sacrificios por los que amamos. Abriremos nuestras mesas y casas de manera distinta, con plataformas virtuales jamás soñadas por nuestros antepasados y textos sagrados, pero seguiremos unidos a los nuestros de la misma manera como hace siglos.

Amigos queridos. Amigos todos.

Viktor Frankl, sobreviviente del Holocausto, en su hermoso libro El hombre en busca de sentido escribe: “El sufrimiento deja de ser en cierto modo sufrimiento en el momento en que encuentra un sentido, como puede serlo el sacrificio”.

El sacrificio que tengamos que hacer deja de ser tal cuando descubrimos la dimensión del propósito, del sentido, de cómo queremos vivir y de quiénes queremos ser. Tal como dijo Charles Dickens: “Lo importante es estar listo en cualquier momento para sacrificar lo que eres por lo que podrías llegar a ser”.

El autor es rabino de la Comunidad Amijai, y presidente de la Asamblea Rabínica Latinoamericana del Movimiento Masorti.